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Arteche contra Jesús Gil (y otras proezas)
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Rubén Amón

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Arteche contra Jesús Gil (y otras proezas)

El gigante rojiblanco pugnó con el presidente en el vestuario y los tribunales, aunque las razones de su prestigio proceden de la personalidad y autoridad en la línea defensiva del Atleti

Foto: Los jugadores del Atlético de Madrid guardando un minuto de silencio en honor del exjugador Juan Carlos Arteche, fallecido en 2010. (EFE/MANUEL H DE LEÓN)
Los jugadores del Atlético de Madrid guardando un minuto de silencio en honor del exjugador Juan Carlos Arteche, fallecido en 2010. (EFE/MANUEL H DE LEÓN)
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En su ignorancia y en su desprecio institucional, a Jesús Gil le resultaban insoportables los emblemas rojiblancos. Empezando por el caso de Arteche, cuya honestidad e integridad lo hacían incompatible con un bocazas y un farfullero, de tal manera que empezaron enfrentándose en el vestuario y terminaron haciéndolo en los tribunales.

Le ganó el pleito Arteche a Gil a cuenta de una baja impuesta, pero esta clase de compensaciones judiciales no remediaron la incredulidad ni la impotencia de Arteche, quizá el primero quien puso en alerta sobre la vampirización del gilismo. No se merecía una despedida como esa. Menos aún después de haber vestido en 308 ocasiones la camiseta rojiblanca y de haberla sangrado, literalmente.

Foto: Jesús Gil y Gil 'El Pionero' (HBO)

Como escribía Carlos Toro, “Juan Carlos Arteche Gómez era un defensa duro y, además, lo parecía. No es sólo que careciera de sutileza a la hora de entrarle al rival, sino que imponía respeto, por no decir que infundía miedo, con aquella estatura fronteriza con el 1,90, aquellas anchuras, aquellas piernazas, aquel bigotazo y aquella nariz de boxeador. Otros futbolistas igual de bruscos exhiben un estilo más depurado, muestran unas facciones más suaves o poseen unas hechuras no tan aparatosas que los hacen menos visibles a la hora de ser juzgados por su comportamiento con el adversario”.

Adversario suyo fue Quique Setién, luego, compañero y más tarde amigo. Eran los dos cántabros. Y se conocieron de chavales, aunque Arteche nunca fue realmente un niño. Parecía el padre de todos cuando jugaban a la pelota.

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Después coincidieron en el Racing. Le impresionó a Setién la nariz rota del “novicio”. Más le impresionó la competitividad, el ahínco espartano con que defendía su territorio. En Santander y en el Atleti, aunque el salto a la capital también fue un estímulo para perfeccionarse técnicamente y evolucionar del arquetipo troglodita con que injustamente lo retrataron los clichés de la época.

Llegamos a apodarlo como Artechenbauer, desde el cariño y desde la devoción, aunque el propio futbolista hizo un esfuerzo extraordinario para merecerse las comparaciones, fueran o no hiperbólicas. Jugó con la selección. Anotó 18 goles como rojiblanco porque iba muy bien de cabeza. Reunía en su compromiso y en su abnegación las cualidades de la idiosincrasia atlética. Él sí tenía razones para identificarse.

Como los compañeros las tenían para sentirse seguros a su vera —Pereira, Miguel Ángel Ruiz— y como rivales las tenían para temerle, aunque el fondo de nobleza del malogrado futbolista —perdió la vida con casi 53 años en 2010— convertía a Arteche en un defensor de honor y del honor, y en un sujeto incompatible con la degradación institucional de Jesús Gil.

Foto: Quique Setién se lamenta tras una ocasión fallada por el FC Barcelona en el partido contra el Real Madrid. (EFE)

Discreparon desde la llegada del jerarca al club y rompieron las relaciones en la temporada siguiente. “Las peleas entonces las trasladó a los despachos y al juzgado”, evocaba Setién. “Allí estaba en desventaja. Fue una larga lucha por su dignidad, su salario y su prestigio. Todo quedó a salvo, pero las secuelas le impidieron seguir. El conflicto pasó a la grada, que siempre le defendió. Le consideraron como jugador, le apreciaron por su entrega y le respetaron por su gran rendimiento. Allí pulió muchas aristas de su juego. Templó su coraje y copió a los más dotados”.

Hablamos de Arteche porque sí. Y porque la peña atlética Los 50 le ha organizado un homenaje dentro de unos días. No me consta que haya una efeméride redonda. Murió hace 12 años, es vedad. Y debutó con la selección nacional hace 37, bastante mayorzón, a punto de cumplir los 30. Goicoetxea y Maceda cerraban la puerta a cualquier aspirante.

Y Arteche abrió la puerta de la historia, un tiarrón cántabro que encontró en el foro la pasión de sus militantes y cuya imagen severa y adulta —el bigote de un coronel en tierra hostil— bien podría sustituirse por la escultura de Neptuno en la plaza donde celebramos las proezas.

En su ignorancia y en su desprecio institucional, a Jesús Gil le resultaban insoportables los emblemas rojiblancos. Empezando por el caso de Arteche, cuya honestidad e integridad lo hacían incompatible con un bocazas y un farfullero, de tal manera que empezaron enfrentándose en el vestuario y terminaron haciéndolo en los tribunales.

Jesús Gil Atlético de Madrid