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El escándalo de Netrebko en el Teatro Real
Las protestas reciben a la diva rusa en Madrid para denunciar su relación con Putin… y los clamores la convierten en la gran figura de nuestro tiempo, premiando con razón su sublime versión de 'Aida'
Los aficionados que recalamos en el Teatro Real el pasado sábado tuvimos que sobreponernos a una insólita yincana de manifestaciones y operativos policiales. Había una protesta animalista en la plaza de Isabel II. Y había una revuelta contra Anna Netrebko en el acceso de la plaza de Oriente.
Las banderas de Ucrania, las imágenes de la guerra y las fotografías de la soprano a la vera de Putin trasladaban a los melómanos el estigma o la vergüenza de convertirse —de convertirnos— en cómplices del tirano ruso.
Era la manera de denunciar la contratación de Netrebko como protagonista de Aida. Y de reprocharle al Real haberse distanciado de los coliseos que han proscrito a la diva de San Petersburgo por sus vínculos personales con el presidente ruso. El Met neoyorquino la vetó, a semejanza de varios teatros alemanes. Y de otros escenarios que exigían a la Netrebko denunciar la guerra de Ucrania. Llegó a hacerlo la cantante, entre las presiones y el voluntarismo, pero ocurre que luego sobrevino el castigo ejemplarizante de los teatros rusos. Empezando por el de la Ópera de Novosibirsk.
He aquí la desmesura con que se trata de condenar a la Netrebko a una suerte de muerte civil, humillarla, descarriarla. Y puede que la soprano tuviera amistad con el zar. O que formara parte de su cuadrilla de artistas, pero semejantes relaciones en absoluto justifican la operación de vetos y censuras con que se la ha pretendido sepultar. Más todavía cuando los teatros que le restriegan su pasado aprovechan el castigo para asearse ellos mismos. Y para deteriorar la reputación de la soprano que más público y mejores actuaciones ha deparado en las últimas décadas.
Anna Netrebko es la gran figura del escalafón de nuestro tiempo. Proscribirla de los teatros es una medida disciplinaria extrema e injusta. Y no porque un artista deba cumplir o no con requisitos éticos, sino porque el grado de complicidad criminal que le atribuían los manifestantes del Real representa una condena sin mesura ni sentido. “Cantante Netrebko, amiga de Putin”, jaleaban los activistas con sus banderas, sus denuncias y sus pancartas.
La sugestión y la intimidación no influyeron en el veredicto de los aficionados. Sepultaron —sepultamos— a la Netrebko con bravos y clamores. Y se los mereció la sublime interpretación de la cantante. Por su carisma. Por su personalidad. Por la belleza de su timbre. Por la hermosura de la línea de canto. Por la elegancia de la media voz y el filo de los agudos. Por la oscuridad del registro grave. Por el pianissimo en los momentos de intimidad. Y por el volumen y el sesgo verista con que conjugó los pasajes di forza.
Impresionante, descomunal la actuación de la Netrebko, escandalosa en el mejor sentido del adjetivo. La acompañó con devoción y criterio la batuta de Nicola Luisotti. Y la acompañó un poco menos su marido, toda vez que la soprano rusa aprovecha la fuerza de que aún dispone para colocarnos siempre que puede el impuesto revolucionario de Yusif Eyvazov.
Y no es que sea un tenor del todo incompetente. Expone voluntad, valentía y facilidad en el registro agudo, pero la ingratitud de su timbre caprino y sus limitaciones actorales contradicen la envergadura musical y dramatúrgica que esperamos —o esperábamos— del personaje verdiano de Radamés.
Debe contrariarle al cantante de Azerbaiyán la plenitud de su esposa. La diosa Netrebko ilumina todo lo que la rodea, pero también desenmascara a los grandes cantantes de los aspirantes pequeños. Se explica así mejor la gradación de los bravos y los clamores. Se los llevó para sí la soprano. Y salimos del Real en estado de euforia, aunque los manifestantes anti-Netrebko estuvieran esperándonos tres horas y media después.
Los aficionados que recalamos en el Teatro Real el pasado sábado tuvimos que sobreponernos a una insólita yincana de manifestaciones y operativos policiales. Había una protesta animalista en la plaza de Isabel II. Y había una revuelta contra Anna Netrebko en el acceso de la plaza de Oriente.
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