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¿Es Madrid el infierno de la política?
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Rubén Amón

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¿Es Madrid el infierno de la política?

La polarización y la crispación de la capital arrastran el estado de ánimo de la nación, pese a la tónica conciliadora con que autonomías y municipios tratan de escapar de la sombra de Mordor

Foto: Sánchez y Ayuso entran en el palacio de la Moncloa en el último encuentro bilateral que mantuvieron. (EFE/J. J. Guillén)
Sánchez y Ayuso entran en el palacio de la Moncloa en el último encuentro bilateral que mantuvieron. (EFE/J. J. Guillén)
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Puede que la crispación y polarización que malogran la reputación de la política española sean un problema específico de Madrid. Y de la tensión centrífuga/centrípeta que caracteriza el anillo de la M30, entre otras razones porque es en la capital donde se concentran los organismos, las instituciones, las grandes compañías y los principales medios informativos.

La política de Madrid no es la política de la nación, pero lo parece. Ya se ocupan de exponerlo y de lamentarlo quienes gobiernan las grandes comunidades y los pequeños municipios. Javier Lambán contaba en el programa de Alsina que las autonomías, empezando por la suya, no participan del extremismo. Predomina el consenso, decía. Igual que prevalece la atención a los problemas ciudadanos. Más lejos está Madrid, menos repercute la sombra de Mordor y su feroz magnetismo.

Foto: Pedro Sánchez e Isabel Díaz Ayuso, en la Moncloa. (EFE/J.J. Guillén) Opinión

Se explica así mejor la tensión en que se desenvuelve la política madrileño-capitalina. Isabel Díaz Ayuso gobierna la Comunidad. Y ha sido plebiscitada como timonel de la autonomía, pero le cuesta limitarse a las obligaciones territoriales. Las trasciende porque no puede renunciar ni a sus expectativas monclovenses ni al antagonismo con que le irrita Pedro Sánchez.

Y creemos los madrileños censados en el foro que la temperatura de Madrid es la temperatura de España. No solo en términos alegóricos o metafóricos, sino en los pormenores meteorológicos. Llueve en España cuando llueve en Madrid. Y lo mismo sucede con el sol, con el granizo, con el tráfico.

placeholder Ayuso, en el acto organizado por la Comunidad de Madrid por el aniversario de la Constitución. (EFE/Javier Lizón)
Ayuso, en el acto organizado por la Comunidad de Madrid por el aniversario de la Constitución. (EFE/Javier Lizón)

Semejante exposición y sobrexposición justifican y extreman la influencia del madrileño-centrismo. Madrid aloja la Moncloa y el Parlamento. Madrid es la sede matriz de las emisoras, las televisiones, los periódicos. Y es en Madrid donde están ubicados el Supremo, la Audiencia Nacional, el Constitucional, el palacio de la Zarzuela, el Prado, el Santiago Bernabéu y Las Ventas.

Madrid no es París en su remarcado jacobinismo, del mismo modo que España se diferencia de Francia en las evidencias del articulado descentralizado. Las autonomías exponen una estructura “federal”. Y disfrutan de elocuentes grados de autogobierno, pero el peso de Madrid se inmiscuye en la política regional y municipal, sobre todo cuando son los humores de la capital los que deciden los grandes acuerdos de investidura en los municipios y en las comunidades. El error de Ciudadanos —o uno de ellos— consistió en haber definido en Madrid el gran pacto de Gobierno con el Partido Popular.

Foto: Irene Montero, en un acto de Podemos. (EFE/Borja Sánchez Trillo)

Hubiera tenido más sentido suscribir la versatilidad de la bisagra. Apoyar al PSOE donde tenía sentido —Comunidad de Madrid, Castilla y León….— y aliarse con el PP allí donde más valor adquiría el mensaje de la regeneración y del cambio, como sucedió de forma elocuente en Andalucía.

Tanto pesa Madrid que la formación naranja corre el riesgo de extinguirse en la política local y autonómica por la influencia de los resultados en las generales. Los propios votantes anteponen la mala reputación del partido y sus resultados nacionales a la eficacia de la gestión territorial.

placeholder Feijóo, Ayuso, Moreno y López Miras asisten a una reunión en Génova. (EFE/Fernando Alvarado)
Feijóo, Ayuso, Moreno y López Miras asisten a una reunión en Génova. (EFE/Fernando Alvarado)

Madrid caníbal. Tan grande es la hostilidad política de la ciudad que el propio Alberto Núñez Feijóo se reconoce incómodo en su periodo de aterrizaje. No es que lo haya declarado públicamente, pero sí lo ha hecho en el círculo de sus amistades. Un ambiente sobreactuado y neurótico. Una ciudad (políticamente) desquiciada cuya carreteras de circunvalación —la M30, la M40— parecen los anillos con que Dante definía el infierno: “En el centro del Universo, en el punto más alejado de Dios, entre los hielos que envuelven las sombras, está Lucifer, emperador del reino del dolor, sacando medio cuerpo fuera de la superficie glacial”.

Puede que la crispación y polarización que malogran la reputación de la política española sean un problema específico de Madrid. Y de la tensión centrífuga/centrípeta que caracteriza el anillo de la M30, entre otras razones porque es en la capital donde se concentran los organismos, las instituciones, las grandes compañías y los principales medios informativos.

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