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¿Quién es más papista, Almeida o Ayuso?
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Rubén Amón

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¿Quién es más papista, Almeida o Ayuso?

El alcalde y la presidenta se disputan el discurso del fervor a Benedicto XVI, aunque la cualificación catequista del primero reviste más credibilidad que el oportunismo político de la segunda

Foto: La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida. (EFE/Sergio Pérez)
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida. (EFE/Sergio Pérez)
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La dimensión universal de la Iglesia y la repercusión planetaria de la muerte de un pontífice no contradicen la degradación provinciana o localista del duelo. Lo estamos observando en Madrid. Y no porque las campanas de la Almudena doblaran en memoria de Joseph Ratzinger, sino por la competencia en que han incurrido Almeida y Ayuso para disputarse la cualificación en el homenaje. Tuits sobreactuados. Mensajes a la nación. Y referencias culturales que aluden más a la cuestión identitaria que al fervor religioso.

Almeida tiene más galones y más razones para atribuirse la consternación. Es un católico practicante que sabe hincar las rodillas en el reclinatorio, que ha estudiado en un colegio del Opus y que se maneja con más destreza que Ayuso en el repertorio eclesiástico. Sabe de lo que habla. Y enfatiza en sus mensajes el deber de la obediencia, la sugestión jerárquica, el estupor catequista. “Ejemplo de humildad en el servicio del Evangelio y valentía al servicio de la Verdad”, decía el alcalde a propósito de Ratzinger en un mensaje confesional. Por eso decía que “Madrid elevará una oración por su alma”, como si la abstracción de la ciudad pudiera hacerse piadosa.

Foto: Benedicto XVI. (Reuters/Archivo/Tony Gentile) Opinión

Tiene gracia que la etimología de al-calde y de Al-mudena provengan del árabe. Y que también lo haga el apellido del propio ciudadano Al-meida, aunque no es cuestión de denotar aquí la amalgama monoteísta, sino de exponer la influencia que ejerce el regidor municipal en sus convicciones religiosas, muchas veces a expensas de las obligaciones con el laicismo.

Acaso espoleada por la erudición de Almeida, Díaz Ayuso se ha sentido en la posición de airear la versión “propia” de la huella de Benedicto XVI. Y no porque haga falta a efectos políticos ni institucionales, pero el mensaje dirigido a la urbe y a la orbe redundaba en una impostura académica que debieron confeccionarle sus rapsodas. Que si las encíclicas memorables. Que si el heroísmo intelectual. Que si el lugar reservado en la historia.

Foto: El papa Benedicto XVI en 2012. (EFE EPA/Maruizio Brambatti)

“Luchó por la dignidad y la libertad de todos en su labor como Papa, escritor, político, pero sobre todo como gran pensador tras el inmenso Juan Pablo II, a quien tuvo el valor de suceder”, proclamaba Isabel Díaz Ayuso.

Titubea la credibilidad de la presidenta. Y lo hace todavía más el reduccionismo y el oportunismo con que definió a Benedicto XVI en los extremos de un “político liberal”. Se trataba de interpretar a favor de corriente una conferencia que Ratzinger ofició en el Reichstag en 2011. Y de convertir al papa difunto en un recurso electoral de los comicios primaverales.

Luchó por la dignidad y la libertad de todos en su labor como Papa, escritor, político y pensador

Se entiende así que Ayuso decretara tres días de luto. Y que se adhiriera a la iniciativa y al fervor la feligresía de Vox, cuya devoción al Papa de Roma no responde tanto a la sintonía ideológica como al acopio de argumentos identitarios. Rocío Monasterio y sus huestes se identifican mucho en el catolicismo y muy poco en el cristianismo. Les interesa la idiosincrasia, la tradición, el antiguo régimen, pero recelan de la tolerancia y del undécimo mandamiento. Utilizan el crucifijo y el incienso como si fuera un arsenal disuasorio. O como una expresión nacional-católica que entronca con el incienso de los valores perdidos.

El duelo de papistas se abre camino entre el silencio o la torpeza de la progresía. Ya se ha ocupado Monedero de caricaturizar a Ratzinger entre la pederastia y el nazismo. Y ya se han encargado sus partidarios de reanudar un absurdo conflicto cismático de acuerdo con el cuál los ciudadanos están llamados a elegir entre el Papa facha (Benedicto XVI) y el Papa revolucionario (Francisco), naturalmente sin haber reparado en las contradicciones que implica un planteamiento tan infantil y elemental.

La dimensión universal de la Iglesia y la repercusión planetaria de la muerte de un pontífice no contradicen la degradación provinciana o localista del duelo. Lo estamos observando en Madrid. Y no porque las campanas de la Almudena doblaran en memoria de Joseph Ratzinger, sino por la competencia en que han incurrido Almeida y Ayuso para disputarse la cualificación en el homenaje. Tuits sobreactuados. Mensajes a la nación. Y referencias culturales que aluden más a la cuestión identitaria que al fervor religioso.

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