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Vox y la autodestrucción de la nueva política
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Rubén Amón

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Vox y la autodestrucción de la nueva política

La moción de Tamames registrada este lunes es la demostración de que los partidos alternativos al bipartidismo, de Cs a Podemos, se han saboteado a sí mismos y han subido con la misma velocidad a la que caen

Foto: El presidente de Vox, Santiago Abascal, durante un mitin. (EFE/Marcial Guillén)
El presidente de Vox, Santiago Abascal, durante un mitin. (EFE/Marcial Guillén)
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Los partidos que han representado el sintagma de la nueva política tanto se identifican en el mecanismo acelerador de sus progresos como en la capacidad no menos asombrosa de sabotearse. La pulsión creativa predispone la destructiva, hasta precipitarse en el abismo.

Les ha sucedido a Podemos y a Ciudadanos en sus procesos de endogamia. Y le está ocurriendo a Vox, cuyas decisiones estratégicas contradicen la expectativa de homologarse a la extrema derecha moderna.

Foto: El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Jesús Monroy)

Y no solo por haber concebido una política confesional delirante —el aborto, la homosexualidad, los recelos con el laicismo—, sino por las distancias sociológicas que alejan a Vox de la opinión pública española. El ejemplo definitivo consiste en la moción de censura que Santiago Abascal ha registrado este lunes en el Congreso. "Un sainete de incierto recorrido y de resultados contraproducentes", suscribía el editorial de ABC el pasado viernes.

Ha fracasado la ponencia de Ramón Tamames antes siquiera de inaugurarse. Y no por la edad del estrafalario economista, sino por la estupefacción que implica la astracanada. Las jóvenes generaciones ignoraban la existencia del crack hasta que Abascal lo ha exhumado del museo de cera. Y las generaciones veteranas no se explican que el ponente en cuestión —responsable más que nadie de la decisión— se haya prestado a la frivolidad y extravagancia de evacuar a Pedro Sánchez de la Moncloa. Sería la consecuencia inmediata de la moción en caso de prosperar. Tamames se convertiría en nuestro presidente del Gobierno.

Impresiona la obstinación con que Abascal ha decidido organizarse un complot contra sí mismo. Podría haber rectificado la mamarrachada después de haber naufragado el globo sonda y trascendido la incredulidad de la clase política y mediática, pero el líder de Vox parece haberse propuesto emular la estrategia autoaniquiladora que antaño enfatizaron Iglesias y Rivera.

Es una mala noticia la desaparición de Cs en el contexto de una sociedad polarizada

Y no es cuestión de amalgamar aquí un engrudo de siglas y de condotieros, pero la nueva política que iba a descabezar el bipartidismo se resiente de su extrema negligencia. El caudillismo de Iglesias malogró la promesa de la revolución asamblearia. Y la ambición de Albert Rivera le distrajo de la volatilidad de su electorado. Ciudadanos se diferencia de Podemos y de Vox no solo en la moderación, en el europeísmo, en el antinacionalismo y en el liberalismo moderno, sino también en la precariedad de la militancia. Porque no hay fanáticos en el centro. Y sí, proliferan los hooligans en las formaciones extremistas. Se entiende así mejor el mejor suelo que conservan los partidos ultra, independientemente de su grado de inoperancia y fatalidad.

Es una mala noticia la desaparición de Ciudadanos en el contexto de una sociedad polarizada. Y no es una mala noticia que las opciones más extremistas —Vox, Podemos— se hayan propuesto jibarizarse a la misma velocidad con que irrumpieron. Iglesias y Abascal ejemplifican el modelo mesiánico-providencialista. Ambos se abastecían del populismo y de la antipolítica, pero la experiencia entre los márgenes del sistema tanto los ha amaestrado como ha distorsionado su percepción de la realidad.

Tan grande y tan grave es la moción de censura atribuida a la oratoria de Ramón Tamames que Pedro Sánchez quiere otorgarle toda la credibilidad y relevancia imaginables. Por eso, pretende forzar que el ceremonial se organice cerca de las elecciones de mayo. Y por idénticos motivos aspira a convertir el aquelarre de Vox en la oportunidad que refleja la cohesión de la coalición Frankenstein cuando más frágil precisamente se encuentra. Ya se ocupará Sánchez de exponer que el asalto de Tamames refleja la conducta de todas las derechas. Que no hay distancias entre el PP y Vox. Y que nadie mejor que él mismo para preservarnos del volantazo oscurantista.

Impresiona evocar las estadísticas electorales que arroparon a los príncipes de la nueva política

Vuelve a demostrarse que Abascal es el principal aliado de Sánchez. Y que Vox proporciona al líder socialista toda la ayuda que necesita y cuando más la necesita. Sucedía con Rajoy e Iglesias. Podemos se convirtió en el gran aliado de los populares remarcando la pinza drástica al PSOE.

Impresiona evocar las estadísticas electorales que arroparon a los príncipes de la nueva política. Más de cinco millones de personas votaron a Podemos en 2015. Más de cuatro impulsaron el récord de Ciudadanos (2019). Y 3,6 millones de españoles le concedieron a Vox 52 diputados hace tres años.

Adquiría así peso y volumen la irrupción de la extrema derecha. Y sobrevenía la pujanza de un nuevo fenómeno populista que lleva instalado en serie su mecanismo acelerador. Para arriba. Y para abajo, de tal manera que el disparate de la ponencia de Tamames degenera en una moción de censura a Santiago Abascal que le pone muy fáciles las cosas tanto al destinatario de las sesiones como a Núñez Feijóo. Nada más fácil para el líder gallego que aprovechar el escarnio o el tamameñazo para expandir las diferencias políticas a la derecha de la derecha y renegar de Vox. E instalar en el Parlamento una línea roja que no debe luego franquearse.

Los partidos que han representado el sintagma de la nueva política tanto se identifican en el mecanismo acelerador de sus progresos como en la capacidad no menos asombrosa de sabotearse. La pulsión creativa predispone la destructiva, hasta precipitarse en el abismo.

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