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El 'tamameñazo': Parlamento rima con esperpento
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Rubén Amón

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El 'tamameñazo': Parlamento rima con esperpento

La grotesca y trágica moción de censura solo tiene perdedores y degrada la institución parlamentaria entre la vanidad de Tamames y la pulsión antisistema de Abascal

Foto: Abascal y Ramón Tamames. (EFE/Javier Lizón)
Abascal y Ramón Tamames. (EFE/Javier Lizón)
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¿Puede sabotearse el Parlamento desde la propia reglamentación parlamentaria? La moción de censura que ha urdido Vox responde la cuestión afirmativamente. Nada de ilegal ni de técnicamente impropio reúne la tragicómica zarabanda de Abascal y Tamames, pero el escrúpulo normativo no contradice que el debate de esta semana precipite una degradación de la Cámara de representación ciudadana, más todavía cuando el ponente de la algarada ultraderechista ni siquiera representa a ninguno de los partidos reunidos en el hemiciclo. Tamames es el cuerpo extraño de una profanación institucional de salón. Y el instrumento vanidoso de una artimaña política cuyo único aspecto positivo acaso consista en la maniobra autodestructiva que ha concebido Abascal. No ya porque la moción de tortura beneficia directamente al destinatario de la censura, sino porque desencadena un vodevil justiciero que tanto desprestigia la reputación del Congreso como sobreexpone la megalomanía y la ¿lucidez? de don Ramón.

Tiene sentido que el nombre del tribuno catilinario coincida con el de Valle Inclán y Gómez de la Serna. El esperpento de las sesiones que se avecinan redunda en el desgarro de las greguerías. Tamames es el espantapájaros que semeja a un espía fusilado. La persona que deja de saludarse a sí misma porque se conoce demasiado. Y el ingenuo ciudadano que cree disparar a la lluvia cuando abre el paraguas. Es lo que va a sucederle al decrépito economista. Un ejercicio estéril de impugnación a la ferocidad de los elementos. Una (grotesca) enmienda a la totalidad del sanchismo. Una perversión arbitraria del pudor parlamentario. Y un capricho de vanagloria personal que el propio conferenciante matizaba en el final del discurso filtrado: "Lo confieso, señoras y señores diputados, el acto de hoy es para mí como una de las últimas secuencias del propio guion de mi vida".

Tamames ha convertido la encerrona indecorosa de Abascal en un ceremonial grandilocuente

Para mí. Propio. Mi. Tamames ha convertido la encerrona indecorosa de Abascal en un ceremonial grandilocuente y onanista. Quería experimentar la ficción de una machada patriótica. Postularse como redentor de la autocracia absorbente. Y ocupar unos días el colchón de la Moncloa.

La desfachatez de la propuesta ególatra relativiza la indulgencia con que podría disculparse la astracanada del 21-M. Puede que Tamames haya sido víctima de una influencia indebida. Y que su propia vulnerabilidad físico-psíquico-vanidosa haya predispuesto su candidatura al trampolín del ridículo, pero la genialidad con que Sánchez Dragó y Abascal lo han convertido en grotesco antagonista de Sánchez no desautoriza su responsabilidad. Más todavía cuando el ponente impotente sostiene encontrarse en perfectas condiciones mentales. Y cuando sus influyentes amigotes jalean la elocuencia del espectro en un indescriptible paseíllo de machotes. Resulta necesario que las sesiones transcurran como un trámite burocrático. Harían bien los medios informativos en sobrepasarlas sin atenciones especiales. Y harían bien los partidos en tramitar la moción con el mismo entusiasmo que una inocentada. Sánchez está llamado a comportarse con sentido de la vergüenza y de la mesura. Porque va a quedarle abusón un duelo feroz con el titubeante nonagenario. Y porque la precariedad política del tamameñazo desaconseja adoptarlo como una prueba inequívoca o significativa de las relaciones entre el PP y la ultraderecha.

La legislatura toca fondo en las próximas 48 horas. También lo hace el Parlamento, víctima de una operación antisistema que Abascal ha organizado desde el sistema y que implica un ejercicio polifacético de humillación. Porque la moción humilla a la Cámara Baja. Porque la moción humilla a Tamames. Y porque Vox se humilla a sí mismo en una maniobra desesperada y aislante. Nada tiene que temer Feijóo por distanciarse de semejante disparate. Ganar la votación como va a ganarla Sánchez no es una victoria. Aquí perdemos todos. Abascal y la ultraderecha, más que nadie. Pero la vergüenza de la moción tanto desacredita la dignidad del espacio sagrado de representación como conduce la política española al desgarro guiñolesco y a la oscuridad.

¿Puede sabotearse el Parlamento desde la propia reglamentación parlamentaria? La moción de censura que ha urdido Vox responde la cuestión afirmativamente. Nada de ilegal ni de técnicamente impropio reúne la tragicómica zarabanda de Abascal y Tamames, pero el escrúpulo normativo no contradice que el debate de esta semana precipite una degradación de la Cámara de representación ciudadana, más todavía cuando el ponente de la algarada ultraderechista ni siquiera representa a ninguno de los partidos reunidos en el hemiciclo. Tamames es el cuerpo extraño de una profanación institucional de salón. Y el instrumento vanidoso de una artimaña política cuyo único aspecto positivo acaso consista en la maniobra autodestructiva que ha concebido Abascal. No ya porque la moción de tortura beneficia directamente al destinatario de la censura, sino porque desencadena un vodevil justiciero que tanto desprestigia la reputación del Congreso como sobreexpone la megalomanía y la ¿lucidez? de don Ramón.

Santiago Abascal Vox
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