Es noticia
¿Por qué no hay protestas, huelgas y movilizaciones en España?
  1. España
  2. No es no
Rubén Amón

No es no

Por

¿Por qué no hay protestas, huelgas y movilizaciones en España?

Los ejemplos de Israel o Francia enfatizan la pasividad e indolencia de la sociedad española, quizá porque es la izquierda la que controla la calle y porque el Gobierno tiene amaestrados a los agentes sociales

Foto: Manifestación en defensa de la Sanidad pública en Madrid. (EFE/Rodrigo Jiménez)
Manifestación en defensa de la Sanidad pública en Madrid. (EFE/Rodrigo Jiménez)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Carece de sentido establecer analogías exactas entre Pedro Sánchez y sus colegas de Israel y Francia, pero las protestas masivas contra Netanyahu y Macron guardan relación con la agresión a la separación de poderes —en el primer caso— y con el autoritarismo desmedido (en el otro).

De hecho, las movilizaciones que comprometen la estabilidad del presidente francés empezaron relacionándose con la reforma de las pensiones… hasta que ha prevalecido el rechazo general al bonapartismo y los decretazos.

Es Francia un país de costumbres regicidas. Y una nación muy polarizada cuya tradición antisistema ha prosperado más que nunca con el populismo de Marine Le Pen y Jean-Luc Mélenchon. Aprietan ambos a Macron desde los respectivos extremos. Y excitan la indignación polifacética de la sociedad, más ahora que los jóvenes de toda condición —de estudiantes pijos a ultras anarquistas— se han propuesto calentar la primavera de 2023.

Foto: El presidente Sánchez. (Reuters/Vlacheslav Ratynskyi) Opinión
TE PUEDE INTERESAR
Pedro Sánchez, en el abismo
Rubén Amón

¿Por qué no se han producido en España huelgas significativas ni movilizaciones corpulentas pese al estado de la nación, la crisis económica, la depresión social y el autoritarismo desmedido de Sánchez?

Las protestas multitudinarias de Israel se explican en el rechazo a un primer ministro cuya desmesura pretende subvertir la autoridad del Supremo, precisamente porque la reforma de Netanyahu atribuye al Parlamento la capacidad de rectificar o reprobar las sentencias del alto tribunal israelí.

Es la chispa incendiaria que ha excitado la revolución callejera. Y la respuesta a un Ejecutivo que gobierna sometido al chantaje de los socios radicales. Por un lado, los ultranacionalistas. Por otro, los ultraortodoxos.

Foto: Protestas tras el cese del ministro de Defensa en Tel Aviv. (Reuters/Nir Elias)

Las distancias con España son evidentes —Netanyahu cumple 13 años de ejercicio y ha incurrido en delitos graves—, pero las similitudes con Israel y Francia permiten redundar en la cuestión de la pasividad española.

No ha habido reacciones populares a las medidas más abyectas del sanchismo —la sumisión al nacionalismo, la injerencia en la Justicia, la reforma del Código Penal a medida, el debilitamiento de las instituciones—, ni se ha producido una respuesta callejera ni al autoritarismo macronista de Sánchez —decretazo a decretazo—, ni al escándalo de algunas leyes —la del solo sí es sí, entre ellas— ni al desasosiego derivado de la precariedad económica.

Es de agradecer el civismo de la sociedad española, su ejercicio de responsabilidad en tiempos de congojas, pero también impresiona el estado de mansedumbre y de resignación. Puede que no sucediera igual si gobernara la derecha. El activismo genuino de la izquierda acostumbra a controlar la calle. ¿Ejemplo? Las movilizaciones más significativas de los últimos meses acaso se han organizado contra Díaz Ayuso, focalizando en ella —y no faltan razones— la misma degradación de la Sanidad pública que se observa en otras comunidades gobernadas por los barones socialistas.

Es de agradecer el civismo de la sociedad, su responsabilidad en tiempos de congojas, pero impresionan la mansedumbre y resignación

El escepticismo de la sociedad hacia la clase política no ha engendrado la rebelión, sino la indolencia. Es más, el control gubernamental sobre los sindicatos —el PSOE tutela a UGT igual que Yolanda Díaz somete a CCOO— garantiza un estado anestésico de paz social que rara vez se altera con huelgas o manifestaciones gremiales. O que solo se transgrede cuando los feligreses de Abascal prorrumpen con sus eslóganes incendiarios. Es mucho mejor quedarse en casa que desfilar detrás de Santi Abascal, la parodia celtibérica de Le Pen y la expresión más procaz del antisistema.

Han subido tanto los precios como han bajado los estándares de la calidad democrática española. Se ha normalizado la profanación de las instituciones. Y se ha consolidado el bonapartismo polarizador de Sánchez en la espiral evolutiva de las fechorías: una tapa a la otra en el juego perverso de las matrioskas. Y no se trata de envidiar los chalecos amarillos ni de reclamar las barricadas, pero sí de aludir al grado de transigencia y de conformismo de una sociedad que, recelando de la política, termina recelando de sí misma.

Carece de sentido establecer analogías exactas entre Pedro Sánchez y sus colegas de Israel y Francia, pero las protestas masivas contra Netanyahu y Macron guardan relación con la agresión a la separación de poderes —en el primer caso— y con el autoritarismo desmedido (en el otro).

Pedro Sánchez Israel Emmanuel Macron
El redactor recomienda