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Pedro, Yolanda y la eutanasia de los sindicatos
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Rubén Amón

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Pedro, Yolanda y la eutanasia de los sindicatos

UGT y CCOO han perdido afiliados, prestigio e influencia, hasta el extremo de convertirse en terminales sumisas del Gobierno y de olvidarse de las angustias de los trabajadores

Foto: Yolanda Díaz con el líder de CCOO, Unai Sordo. (EFE/Román Ríos)
Yolanda Díaz con el líder de CCOO, Unai Sordo. (EFE/Román Ríos)
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Ya le gustaría a nuestros líderes sindicales sobrepasar discretamente la jornada simbólica del primero de mayo, fingir que no ha existido y atribuir al buen tiempo la fuga de las grandes ciudades. Es la fiesta de todas sus fiestas, pero la ausencia de fervor y de feligresía en las últimas ediciones redundan en un desprestigio y en un desarraigo que explican la agonía de CCOO y de UGT, por citar a las "franquicias" de mayor tradición celtibérica.

Las centrales sindicales se desenvuelven en la periferia y en la marginalidad, fundamentalmente porque se han convertido en terminales políticas y sumisas del Gobierno de Sánchez y de sus aliados. Empezando por Yolanda Díaz, cuya tutela de CCOO predispone la mansedumbre de los "actores sociales". Actores secundarios, cuando no extras, sin derecho a frase.

Se trata de alinear un ejército homogéneo y dogmático frente a la ferocidad del empresariado capitalista y contra el PP

Es la perspectiva que define la paz sindical de la que se vanagloria Pedro Sánchez, naturalmente después de haberle practicado la eutanasia a UGT y a los movimientos laborales aledaños. No requería demasiado esfuerzo sofocar a los sindicatos clásicos. Porque han perdido toda capacidad de representación y porque se han desdibujado en el bloque de la izquierda.

Sánchez y Yolanda los han subsumido en el maximalismo de la batalla ideológica. Se trata de alinear un ejército homogéneo y dogmático frente a la ferocidad del empresariado capitalista —"el neoliberalismo"— y contra la amenaza del PP en volandas de la extrema derecha.

He aquí la coartada que permite a Sánchez promover las reformas estructurales —de la laboral a la de las pensiones— sin la menor resistencia. Y es una lástima, porque la docilidad de los sindicatos podría haber permitido aspirar a reformas más ambiciosas y atrevidas. Hubieran condescendido UGT y CCOO en su propio estado de inanición y de pleitesía al sanchismo.

El presidente del Gobierno presume de la paz sindical y de la paz social, como si no las tuviera amañadas de antemano

El presidente del Gobierno presume de la paz sindical y de la paz social, como si no las tuviera amañadas de antemano. La animadversión estratégica hacia la CEOE redunda en la homogeneidad que define el pacto del Ejecutivo con las centrales de los trabajadores. Y no porque los trabajadores estén representados, sino porque las marcas históricas —CCOO, UGT— funcionan en la amalgama del terreno simbólico y litúrgico. Se habla de los "sindicatos" en un mero ejercicio de prosaísmo o de retórica política.

Impresiona semejante capitulación en un contexto tan deprimido e inflamable. Y no se trata de reivindicar aquí y ahora ni los chalecos amarillos de Francia ni la robustez de las protestas alemanas, pero sí de plantear hasta qué extremos la realidad social —inflación, depauperación salarial, subida de los alquileres, encarecimiento de la lista de la compra…— contradice la pasividad que caracteriza a los sindicatos tradicionales.

UGT se ha convertido en un juguete amable de Sánchez, en una terminal propagandística

UGT, por ejemplo, se ha convertido en un juguete amable de Sánchez, en una terminal propagandística, mientras que Unai Sordo ha decidido transformar las siglas de CCOO en la plataforma política de Yolanda Díaz. La lideresa de Sumar —en ausencia de un partido— se confía a la estructura capilar-clientelar del sindicato. Y lo somete a un valor instrumental, aunque sea al precio de malograr la idiosincrasia y naturaleza de Comisiones.

Se han desnutrido los sindicatos. Han perdido tantos afiliados como prestigio. Y han confundido la afinidad ideológica a la izquierda con la sumisión orgánica a los partidos. Por eso no resulta extraño el escarmiento de "la calle" a la convocatoria del 1 de mayo. Y la distancia irremediable que se ha abierto entre los trabajadores y quienes fingen representarlos.

Ya le gustaría a nuestros líderes sindicales sobrepasar discretamente la jornada simbólica del primero de mayo, fingir que no ha existido y atribuir al buen tiempo la fuga de las grandes ciudades. Es la fiesta de todas sus fiestas, pero la ausencia de fervor y de feligresía en las últimas ediciones redundan en un desprestigio y en un desarraigo que explican la agonía de CCOO y de UGT, por citar a las "franquicias" de mayor tradición celtibérica.

Yolanda Díaz Pedro Sánchez UGT
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