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Vinícius, el negro malo, entra en campaña
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Rubén Amón

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Vinícius, el negro malo, entra en campaña

Racista o no racista, la sociedad española aloja el supremacismo nacionalista, la devoción a la ultraderecha de Vox y el discurso de odio de la extrema izquierda

Foto: Vinícius, en una imagen de archivo. (Reuters/Carl Recine)
Vinícius, en una imagen de archivo. (Reuters/Carl Recine)
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El sopor de la campaña predispone o explica el interés de los debates imprevistos que han reanimado la recta final del 28-M. Sucedió con Bildu la semana pasada y ha ocurrido esta semana con la repercusión planetaria del caso Vinícius, derivando la simplificación del debate nacional a la repuesta afirmativa o negativa de una pregunta: “¿Es España un país racista?”.

Núñez Feijóo sostenía el martes la segunda opción, más o menos como si decir lo contrario pudiera irritar a sus votantes patrioteros. Racista o no, España es un país entre cuyas anomalías destaca la pulsión supremacista del soberanismo, el discurso del odio de la extrema izquierda y la xenofobia de la ultraderecha, hasta el extremo de que la dirigencia de Vox se jacta de haber alistado en Ceuta a 15 candidatos puramente cristianos y de promover la repoblación del enclave africano con verdaderos españoles.

Foto: Unos de los carteles instalados por Vox en estaciones de Metro. (Vox)

Podría mirarse al espejo Abascal antes de suscribir las peculiaridades étnicas de la guerra de religión. Me refiero a su inequívoco aspecto de sultán árabe, aunque el líder de Vox persevera en inculcar la amenaza de los extranjeros. Lo demuestra la abyecta campaña del partido en Madrid, no ya persiguiendo a los manteros, sino distribuyendo publicidad engañosa en la que denuncia los privilegios de vivienda de los inmigrantes (¿?).

Y menos mal que existen. Y que crecen. Los recentísimos datos del INE relacionan el aumento de la población nacional 48 millones con el incremento de los ciudadanos foráneos. Representan actualmente el 13%. Y tanto corrigen las depresivas tasas de natalidad como favorecen el porvenir de las pensiones, pero Vox instrumentaliza el miedo para remarcar el discurso de la seguridad y fomentar el recelo al extranjero.

Vinícius es extranjero y es negro, aunque su buena posición social podría haberlo preservado del episodio racista. “Fui negro cuando fui pobre”, decía el boxeador Larry Holmes en alusión a la razón nuclear de las discriminaciones. Toleramos la devoción musulmana de Karim Benzema porque la estrella del Madrid es un inmigrante de la alta sociedad.

Los inmigrantes corrigen las depresivas las tasas de natalidad y favorecen el porvenir de las pensiones, pero Vox instrumentaliza el miedo

¿Y Vinícius? ¿Por qué Vinícius ha sido perseguido? No estaríamos hablando de racismo si los episodios hubieran repercutido en un futbolista negro del Cádiz. Y bien está que hablemos de racismo gracias al acoso que ha sufrido Vinícius. Por eso reviste tanta relevancia invitar a la recapacitación de atléticos y de blaugranas. Y de valencianistas. El antimadridismo en que legítimamente puede militarse no debe confundir la dimensión irascible de un futbolista con los comportamientos aberrantes y degradantes de la grada.

Ninguna de las excentricidades de Vini puede contrarrestarse con la abyección del racismo, aunque sucede que su principal rasgo de provocación consiste en que nos indignan su verticalidad, su regate, su talento, su creatividad. Es miserable segarlo con insultos racistas. Y es inaceptable sostener a título expiatorio que si hubiera verdadero racismo en los campos, los ultras también delatarían la piel oscura de Rüdiger, Alaba, Tchouaméni o Kamavinga, por citar a otros futbolistas negros.

Foto: Manifestantes protestan por los ataques racistas contra Vinícius frente al consulado de España en São Paulo, Brasil. (Isaac Fontana/EFE)

Quiero decir que los jugadores mencionados nos parecen negros aceptables, negros amaestrados, negros de bien. Y que Vinícius es el negro irreverente que nos irrita y nos desquicia, de tal manera que seríamos capaces de ponerle un campo de minas en el carril de la banda izquierda.

Vinícius Júnior nos incomoda cuando se escapa y se escurre, cuando se ríe, cuando se tira a la piscina, cuando celebra los goles besando el escudo del mal, pero más nos desenmascara a todos cuando nos obliga a responder a la siguiente pegunta: ¿es entonces España un país racista?

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto a su homólogo de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, tras el encuentro bilateral el pasado abril. (Reuters/Juan Medina)

Lula se ha preocupado de proclamar la respuesta afirmativa, no ya sabedor del populismo y del oportunismo, sino consciente de que sus camaradas de Unidas Podemos iban a convertir el racismo en la oportunidad electoral para reanimar al monstruo de la ultraderecha. Lástima que la credibilidad de Iglesias, de Belarra, de Montero o de Sotomayor se resienta de la ferocidad que caracteriza las campañas de odio y de señalamiento. No se puede invocar el principio de convivencia en nombre del racismo cuando se vulnera para linchar al otro, aunque sea blanco y cayetano.

Los estadios de fútbol no son tanto el reflejo específico de la sociedad como la sociedad calentada con unos grados más de temperatura. Por eso revisten interés los fenómenos que se producen en las gradas. Cuando la responsabilidad personal se disuelve en la masa. Y cuando los himnos calenturientos alojan un sesgo premonitorio o exacerban el peligro de la xenofobia latente o epidérmica. ¿Es España un país racista?, nos pregunta Vinícius. El debate trata de remediarse en el plano punitivo, pero cualesquiera de las soluciones no consiste en la dimensión de los castigos —necesarios en el ámbito deportivo y en el Código Penal—, sino en el grado de educación, de civismo y de sensibilidad cultural. Y sea o no racista España, lo que sí tiene España es un problema con el racismo.

El sopor de la campaña predispone o explica el interés de los debates imprevistos que han reanimado la recta final del 28-M. Sucedió con Bildu la semana pasada y ha ocurrido esta semana con la repercusión planetaria del caso Vinícius, derivando la simplificación del debate nacional a la repuesta afirmativa o negativa de una pregunta: “¿Es España un país racista?”.

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