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Huele a muerto en la Moncloa
El sanchismo entra en la fase de putrefacción y provoca la fuga de sus aliados, mientras el PSOE reanuda la estúpida campaña del monstruo ultraderechista
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Ni el pleno empleo ni la reconquista de Gibraltar redimirán a Sánchez de su extinción política. El escarmiento del 28-M no solo le ha hecho pagar la factura de sus fechorías, sino que ha trasladado el castigo y la expiación a un terreno que resulta inasequible a cualquier atisbo de reanimación: el presidente del Gobierno representa una nube tóxica. De hecho, los aciertos de la legislatura —más en el ámbito económico que en el político— sucumben a la antipatía e iracundia que suscitan su personalidad y su personaje.
Creía Sánchez que iba a funcionar la terapia de amnesia social. Y que el tiempo relativizaría el ataque a la separación de poderes, el acoso a las instituciones, el indulto a los artífices del procés, la convivencia con Bildu o la ley del solo sí es sí, pero el escarmiento dominical tanto sustancia la vigencia de la memoria como redunda en la relación alérgica entre el sanchismo y la opinión pública. Pedro Sánchez resulta intolerable, en el fondo y en la superficie. Y se halla expuesto a un proceso de putrefacción cuyo hedor explica el hundimiento de sus socios y el alejamiento de sus aliados. Lo demuestra el viraje interesado (e interesante) del PNV. Y la elocuencia con que Andoni Ortuzar, el presidente del partido, enfatizaba las consecuencias del proceso degenerativo: “Pedro Sánchez nos utiliza como un clínex”.
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Tendría más sentido el victimismo del PNV si no fuera porque Ortuzar esconde en las faldas de Sánchez el sorpaso de Bildu, aunque resulta más temeraria y grave la elegía oportunista de Pere Aragonès. En lugar de admitir el retroceso de ERC —300.000 votos menos—, aludía a la llegada de Feijóo y las huestes de las derechas como el argumento o el pretexto para desempolvar el repertorio de la campaña independentista.
Huele a muerto en la Moncloa. Y produce escalofrío el aquelarre silente de Ferraz. El desastre del 28-M hubiera justificado un proceso recusatorio, pero la megalomanía y el narcisismo de Sánchez explican o sobrentienden que la convocatoria de un nuevo plebiscito personal y la emergencia de una nueva guerra subordinen o posterguen la catarsis del PSOE a la resaca del 23-J.
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Difícilmente puede emprenderse una campaña de reanimación verosímil incurriendo en los mismos errores de interpretación que han malogrado las municipales y las autonómicas. La victoria del PP no proviene del trumpismo ni de la ferocidad de la ola reaccionaria, sino de un amplísimo consenso antisanchista que abarca los extremos de García-Page y Díaz Ayuso.
Ya podía haber sido honesto Tezanos con Sánchez en sus fantasías demoscópicas. Y contarle la verdad, en lugar de adherirse a la corte de aduladores que han distorsionado la realidad de la Moncloa. Y que lo siguen haciendo, pues ocurre que el primer vídeo de la precampaña socialista ha elegido a Borja Sémper —¡Borja Sémper!— como jinete del apocalipsis.
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El vuelco electoral no puede caricaturizarse en las fauces del monstruo de la ultraderecha. Menos aún cuando la fecha inminente de las elecciones permite a Núñez Feijóo postergar las relaciones con la ultraderecha. Entre tanto, resulta inteligente y tranquilizador que el líder del PP se haya comprometido a eludir los pactos de gobierno con Vox. Y no solo para atraerse a los huérfanos de Cs y cortejar a los socialdemócratas, sino porque semejante distancia supone un ejercicio de responsabilidad y de decencia que también desarma el repertorio catastrofista del sanchismo. Se ha puesto el maltrecho aparato del PSOE a desempolvar espectros y amenazas —la guerra de Irak, el Prestige, Bárcenas, el 11-M…—, pero estos ejercicios de espiritismo, tan al uso en la izquierda mediática, más bien parecen una manera ridícula de encubrir la pestilencia de cadáver de Sánchez.
Debe sentirse frustrado y desconcertado el timonel monclovense. Y debe poseerle un estado de ingratitud, pues ocurre que las medidas sociales, el bienestar económico, los datos de empleo, las consignas de prosperidad, se han consumido en el rechazo irremediable que provocan la falta de credibilidad, el oportunismo, el cinismo, la falta de principios y de ética, la degradación institucional, la arrogancia, la soberbia, el narcisismo…
Ni el pleno empleo ni la reconquista de Gibraltar redimirán a Sánchez de su extinción política. El escarmiento del 28-M no solo le ha hecho pagar la factura de sus fechorías, sino que ha trasladado el castigo y la expiación a un terreno que resulta inasequible a cualquier atisbo de reanimación: el presidente del Gobierno representa una nube tóxica. De hecho, los aciertos de la legislatura —más en el ámbito económico que en el político— sucumben a la antipatía e iracundia que suscitan su personalidad y su personaje.