No es no
Por
¿Quién carajo manda en el PP?
Extremadura abre una grieta en el liderazgo de Feijóo, cuyo talante especulativo aspira a conciliar el rechazo y el entusiasmo hacia la ultraderecha, anteponiendo la aritmética a las convicciones
El entusiasmo que ha suscitado el discurso antiultraderechista de María Guardiola en Extremadura denuncia explícitamente el entreguismo del PP a Vox en otros municipios y comunidades, hasta el extremo de cuestionarse los límites y las aptitudes del liderazgo de Núñez Feijóo. No se puede aplaudir a la vez el pacto de Valencia y el desencuentro de Mérida, ni se puede atribuir a la excusa de la pluralidad todo el desconcierto que arrastran las negociaciones con el partido de Santiago Abascal.
¿Se le han descontrolado a Feijóo las baronías territoriales? ¿Estaba o no estaba al tanto el presidente del PP del maridaje levantino y del divorcio extremeño? Cualesquiera de las hipótesis enfatiza el problema de la jerarquía. En un caso, porque Feijóo no mandaría en el PP como un líder debería hacerlo. Y en el otro, porque su problema consistiría entonces en el criterio, cuando no en una suerte de bipolaridad política. La euforia del acuerdo en Valencia se resiente de la ruptura abrupta de Extremadura, más o menos como si el aspirante a la Moncloa pretendiera satisfacer a todo el electorado. Y como si el cliché del galleguismo expusiera de este (Valencia) a oeste (Extremadura) la paradoja de Escher: bajar y subir a la vez.
María Guardiola, o María la extremeña, como le gusta llamarse, ha puesto unos límites conceptuales cuya relevancia y pertinencia malogran la connivencia del PP y Vox en los pactos locales y regionales.
Sería inaceptable gobernar con un partido que reniega de la violencia de género, abjura del cambio climático, enfatiza la xenofobia, impone el catecismo, exterioriza el nacionalismo y amenaza las reglas de convivencia.
Impresiona que el rechazo de Guardiola a Vox la haya convertido en “la baronesa roja” —así la califica El Mundo—, aunque llama la atención más todavía que pretendan justificarse los acuerdos con la ultraderecha, no por el deterioro de los principios sino por los criterios puramente aritméticos.
Sería inaceptable gobernar con un partido que reniega de la violencia de género, abjura del cambio climático o enfatiza la xenofobia
O sea, que el abrazo obsceno de Valencia estaría justificado porque Vox ejerce todo su poder electoral, mientras que el desencuentro extremeño habría que razonarlo en el chantaje infundado de la extrema derecha: sus números discretos no le permiten abusar ni aspirar a la gobernanza.
La ambigüedad desenmascara el oportunismo del PP y su falta de convicciones. Feijóo tendría que hacer suyo el discurso de Guardiola. Y convertirlo en un ejercicio de responsabilidad política, asumiendo por idénticas razones que puedan malograrse unas cuantas investiduras.
¿Qué sentido tiene reprochar a Sánchez sus relaciones con los extremos para luego reproducir sus mismas perversiones? Es preferible conservar la decencia política que exponerse al soborno ideológico y político de la ultraderecha, pero no está claro que Feijóo controle el PP como podría suponerse. Lo demuestra la precariedad de la lista política y simbólica de Madrid. El presidente del PP no ha conseguido alistar personalidades de relevancia. No ha logrado tampoco un fichaje de enjundia. Se ha plegado al ayusismo. Y ha convertido en número dos a una personalidad política tan evanescente como pueda serlo Marta Rivera de la Cruz.
Tiene sentido preguntarse quién está a los mandos del PP. Qué presidente nos espera. Y cómo puede sostenerse políticamente que los valencianos merezcan en Levante lo que no se merecen en Extremadura. O al revés.
Es probable que los volantazos no repercutan en las cuentas electorales de Feijóo. La victoria que le auguran los sondeos no depende tanto del entusiasmo que aloja su proyecto como del fin de régimen. Y de un juego de inercias que sobrepasa la coyuntura valenciana y extremeña.
Es el contexto en que Feijóo se ha puesto a especular con el viento de cola. Y a perfeccionar un artefacto político —un híbrido oportunista— de acuerdo con el cual la bravura de Guardiola en la plaza de Mérida le ha venido muy bien para matizar la mansedumbre de Mazón en el ruedo de Valencia.
Una cosa y la contraria. Feijóo quiere demostrarnos que no es preso de Vox. O que solo lo es allí donde los números le obligan a tragarse los principios, de tal manera que emerge un liderazgo sin líder o un líder sin liderazgo cuya fuerza de propulsión no es otra que el agotamiento del sanchismo.
El entusiasmo que ha suscitado el discurso antiultraderechista de María Guardiola en Extremadura denuncia explícitamente el entreguismo del PP a Vox en otros municipios y comunidades, hasta el extremo de cuestionarse los límites y las aptitudes del liderazgo de Núñez Feijóo. No se puede aplaudir a la vez el pacto de Valencia y el desencuentro de Mérida, ni se puede atribuir a la excusa de la pluralidad todo el desconcierto que arrastran las negociaciones con el partido de Santiago Abascal.