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La relación perversa de Sánchez y Vox
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Rubén Amón

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La relación perversa de Sánchez y Vox

El presidente del Gobierno estimuló la ultraderecha tanto como ahora se niega a frenar su ingreso en las instituciones, reflejo de una política irresponsable que convierte a Abascal en su mejor compadre

Foto: Pedro Sánchez en un acto en el Puerto de la Cruz. (EFE/Miguel Barreto)
Pedro Sánchez en un acto en el Puerto de la Cruz. (EFE/Miguel Barreto)
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La herencia ruinosa del sanchismo se identifica fundamentalmente en el deterioro de las instituciones y en la sumisión al independentismo, pero también concierne a la polarización de la sociedad y de la política como trampolín al éxtasis de Vox. Le ha convenido al presidente del Gobierno dopar al monstruo de la ultraderecha, no ya para estimular la movilización de la izquierda en una suerte de batalla del bien contra el mal, sino para sabotear al PP inoculando el veneno de un enemigo entre sus propias filas.

Es la respuesta más o menos simétrica respecto a lo que hicieron los populares con Podemos. Fue una irresponsabilidad estimular a Iglesias. Y agitar la amenaza del comunismo, no porque resultara verosímil un régimen anarcolibertario, sino porque el auge de los morados debilitaba el PSOE, hasta convertirlo en la amenaza recurrente de la legislatura.

Sánchez necesita a Vox no menos de cuanto Vox necesita a Sánchez. Se excitan entre sí

Se desprende o concluye de semejante escenario el daño que el bipartidismo se hizo a sí mismo fomentando los discursos del pánico y enfatizando el juego de los extremismos, aunque el péndulo justiciero caracteriza ahora el ciclo socialista. No ha habido mejor combustible para la ultraderecha que la repercusión visceral del antisanchismo. Y la temeridad con que Sánchez lo ha estimulado, casi siempre postulándose como el aliado más corpulento del nacionalismo. Y como el artífice de un revisionismo de la historia muy inquieto e hipersensible con los tiempos de Franco, pero indulgente y amnésico con la memoria reciente del terrorismo.

Sánchez necesita a Vox no menos de cuanto Vox necesita a Sánchez. Se excitan entre sí. Y se disputan el primado de la competencia al PP, precisamente porque Pedro Sánchez y Abascal se regocijan en la pinza a Núñez Feijóo hasta tratar de convertirlo en un rehén político.

Y no es que pueda compararse la dignidad política del PSOE —por mucho que la haya mancillado Sánchez— con la naturaleza nauseabunda de la ultraderecha, pero impresiona hasta qué extremo el líder socialista pretende distanciarse e inhibirse del ogro que él mismo ha engendrado.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Sergio Pérez)

De importarle tanto a Sánchez la irrupción de Vox en las instituciones, tendría sentido que hubiera prescrito estos días y semanas un sistema de alianzas pasivas con los populares. Bastaría con abstenerse allí donde el PP se ha convertido en la lista más votada. Y despedirse de la Moncloa con un ejercicio de expiación y de responsabilidad a la altura del perjuicio ocasionado. Demasiado tarde, es verdad, pero igualmente necesario.

El arrepentimiento implícito o explícito no forma parte de la naturaleza política de Sánchez. Vox se han convertido en un aliado privilegiado. Y en el único recurso tóxico-providencial que le permite reanimar la moral de la izquierda, naturalmente mistificando la ultraderecha y el PP en sus conexiones ideológicas, orgánicas e institucionales.

Sánchez no va a renunciar a sus políticas inconscientes y desquiciadas que identifican las siglas populares con la ultraderecha

La estrategia resultaría obscena y abracadabrantesca, como diría Chirac, si no fuera porque los vaivenes estratégicos del PP tanto se identifican en el rechazo de Vox (Extremadura) como en la dicha del adulterio (Valencia).

Sánchez no va a renunciar a sus políticas inconscientes y desquiciadas que identifican o amalgaman las siglas populares con la ultraderecha. Por eso está obligado Núñez Feijóo a definir la línea separatoria. Y no especulando con las aritméticas, sino haciendo pesar los principios. De otro modo, podría suceder —como ya ha sucedido en Valencia— que el futuro presidente del Gobierno —a decir de las encuestas— pretenda suplantar a Sánchez mimetizándose con su forma oportunista y cínica de concebir la política.

La herencia ruinosa del sanchismo se identifica fundamentalmente en el deterioro de las instituciones y en la sumisión al independentismo, pero también concierne a la polarización de la sociedad y de la política como trampolín al éxtasis de Vox. Le ha convenido al presidente del Gobierno dopar al monstruo de la ultraderecha, no ya para estimular la movilización de la izquierda en una suerte de batalla del bien contra el mal, sino para sabotear al PP inoculando el veneno de un enemigo entre sus propias filas.

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