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¿Qué va hacer viuda Ayuso sin Sánchez?
La oposición al presidente del Gobierno ha sido el recurso providencial con que la lideresa madrileña ha construido su modelo de popularidad y con que ha encubierto los errores de su gestión
Impresiona la naturalidad con que la prensa afecta al ayusismo ha restado toda importancia al sacrificio de todos los consejeros que habían arropado la gestión de la emperatriz madrileña. No ha conservado a uno solo de sus "ministros". Que es una manera de enmendar su ejecutoria. Y de enmendarse a sí misma, como artífice de un gobierno descabezado y desacreditado, aunque los rapsodas de Ayuso oponen la teoría de la catarsis y de la regeneración. Sangre nueva y pura, combustible renovado de una mayoría absoluta cuyo mayor riesgo es el absolutismo y cuya principal zona de incertidumbre la proporciona la angustiosa viudedad del sanchismo.
Ha sido Sánchez el principal recurso político de Ayuso. No ya para encubrir sus errores y sus deslices, sino para construir su fama de antagonista, casi siempre con la implicación directa y entusiasta del patrón socialista.
Sánchez subestimó el poder político que estaba otorgando a la presidenta madrileña de tanto buscarla en el cuerpo a cuerpo. Y de tanto utilizarla como instrumento de sabotaje a los sucesivos líderes nacionales del PP.
Ayuso ha sabido manejar el error de Sánchez. Y ha sido bastante eficaz en el propósito de canalizar la aversión antisanchista, más o menos como si fuera ella misma la ventanilla política donde presentar las reclamaciones de quienes no soportaban ni soportan al presidente del Gobierno.
Por eso la presidenta autonómica ha trascendido las fronteras naturales y territoriales. Y se ha convertido en un fenómeno nacional cuya repercusión ha permitido subordinar los términos de su propia gestión a los humores y emociones que provoca Sánchez. Ha vivido muy bien Ayuso contra Sánchez. Ha funcionado como un argumento providencial y recurrente.
Así lo demostraron sus deslices populistas -habló de un pucherazo en la vigilia del 28M- y lo reflejaron sus líneas programáticas del discurso de investidura. Empezando por las enmiendas a la ley trans y por los detalles de una política familiar que enfatiza sus conexiones con Vox.
Ha sido Ayuso la lideresa de la oposición, no ya suplantando el protagonismo que competía a Pablo Casado y a Núñez Feijóo, sino asumiendo posiciones políticas propias en discrepancia con la línea editorial de Génova.
Su mérito y su ventaja son los resultados. El fervor popular y el entusiasmo de las urnas convierten a la presidenta en un sujeto político intocable. Y en un fenómeno premonitorio del cambio de guardia en la Moncloa.
Es la misma perspectiva que condiciona la eventual evacuación de Sánchez. Ayuso se ha dedicado a combatirlo. Y a instrumentalizarlo como un recurso habitual, de tal manera que la caída del líder socialista desasiste la línea nuclear del ayusismo, engendra el duelo de la viudedad. Y supone que Ayuso responda de los éxitos y de los fracasos de su Gobierno, en lugar de ocultarse bajo el gigantesco paraguas de la aversión al sanchismo.
Impresiona la naturalidad con que la prensa afecta al ayusismo ha restado toda importancia al sacrificio de todos los consejeros que habían arropado la gestión de la emperatriz madrileña. No ha conservado a uno solo de sus "ministros". Que es una manera de enmendar su ejecutoria. Y de enmendarse a sí misma, como artífice de un gobierno descabezado y desacreditado, aunque los rapsodas de Ayuso oponen la teoría de la catarsis y de la regeneración. Sangre nueva y pura, combustible renovado de una mayoría absoluta cuyo mayor riesgo es el absolutismo y cuya principal zona de incertidumbre la proporciona la angustiosa viudedad del sanchismo.
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