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¿Qué es el sanchismo?
Más que un monstruo de siete cabezas, el sanchismo refleja un modelo de supervivencia política que ha socavado las instituciones, desahuciado el PSOE y aplastado los principios y la verdad
La caricaturización o la caricatura que hizo Sánchez del sanchismo aloja curiosamente una definición bastante precisa del sustantivo y del concepto, no cuando aludió en El hormiguero al monstruo de las siete cabezas —el monstruo solo tiene una—, sino cuando describió la fórmula alquímica que lo homologa: una mezcla de mentiras, maldades y manipulaciones.
Era la manera con que el líder socialista pretendía denunciar la burbuja degradante que le ha urdido la trinchera mediática, pero la definición hiperbólica identifica con bastante rigor al leviatán de la Moncloa. Mentiroso, desde luego. Malvado en su cinismo y en la lista de colegas sacrificados. Y tan manipulador como pueda serlo un tahúr que tergiversa las palabras hasta convertirlas en el atajo de su propia supervivencia.
¿Qué es el sanchismo entonces? No es sencillo restringirlo a una imagen fija o a una definición concreta por la naturaleza mercurial del personaje. El sanchismo es incorpóreo y se resiente de su transformismo y de su capacidad de adaptación. Lo demuestra la relación problemática no ya con la verdad, sino con las convicciones y los principios. Carece de las unas y de los otros el presidente del Gobierno, igual que carece de ideología. Tanto fue capaz de alcanzar con Albert Rivera un acuerdo programático nuclear en 2016 como después suscribió un pacto en dirección opuesta con Podemos.
El sanchismo es la subordinación de la política, de la ética y de las lealtades a un proyecto estrictamente personal. No ha dudado Pedro Sánchez en aniquilar a sus costaleros para sobrevivir él mismo, como tampoco ha tenido problemas en desmentir con desparpajo y descaro sus promesas electorales. Nunca pactaría con Bildu ni arbitraría los indultos. Jamás despojaría de contenido penal los delitos de malversación y de sedición.
El sanchismo es la subordinación de la política, de la ética y de las lealtades a un proyecto estrictamente personal
El sanchismo es un modelo político caracterizado por egotismo, el sectarismo y el cesarismo. Lo demuestra, en primer grado, el desahucio del Partido Socialista, hasta el extremo de haberle extirpado la pluralidad, los debates internos y las corrientes críticas. El PSOE ha quedado restringido a la imagen de su presidente. Y funciona como una terminal de sus propias necesidades, sin importarle la iracundia que engendra la sumisión al independentismo en las baronías y esferas constitucionalistas.
El sanchismo se identifica en la extrema degradación de las instituciones. Sánchez ha profanado la separación de poderes igual que ha conspirado contra los organismos entre cuyas obligaciones figura la fiscalización del Ejecutivo. El sanchismo ha instrumentalizado el CIS. Ha limitado los poderes del Parlamento entre la pandemia y los decretazos. Ha degradado el prestigio del Supremo. Ha desacreditado el TC. Ha abusado de RTVE. Y ha utilizado para fines propios la Fiscalía General y la Abogacía del Estado.
El sanchismo es un fenómeno instintivo y astuto que aprovecha la cultura de la amnesia, pero que subestima las antipatías. Un modelo incendiario que subraya la asimetría territorial —el chantaje soberanista— y que ha estimulado el auge de la ultraderecha, abusando del combustible del antagonismo.
El sanchismo implica una degradación de la ética política. Y señala una personalidad narcisista y arrogante que localiza a su autor lejos de toda empatía social y de cualquier dimensión sensible. Una especie de Terminator es Sánchez, sin necesidad de improvisar un estudio psicológico o psiquiátrico que tantos adversarios han convertido en diagnóstico.
Hizo el suyo Sánchez en El hormiguero. Y, por exceso o por victimismo, incurrió en un triángulo magnético cuyos matices jerárquicos subordinan la maldad y la manipulación a la relación patológica con la mentira. El presidente del Gobierno tanto se ha relacionado con ella —y la ha manoseado— que pretende naturalizarla como si fuera la verdad. O como si no fuera necesario diferenciarlas delante de la urna.
La caricaturización o la caricatura que hizo Sánchez del sanchismo aloja curiosamente una definición bastante precisa del sustantivo y del concepto, no cuando aludió en El hormiguero al monstruo de las siete cabezas —el monstruo solo tiene una—, sino cuando describió la fórmula alquímica que lo homologa: una mezcla de mentiras, maldades y manipulaciones.
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