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Feijóo lleva a Abascal en la chepa (y se nota)
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Rubén Amón

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Feijóo lleva a Abascal en la chepa (y se nota)

El líder del PP trata de encubrir las relaciones perversas con Vox y reclama un voto masivo a su favor al mismo tiempo que normaliza los pactos con la ultraderecha

Foto: Feijóo, en un acto del PP en Gimenells. (EFE/David Mudarra)
Feijóo, en un acto del PP en Gimenells. (EFE/David Mudarra)
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No es que Pedro Sánchez hubiera programado las elecciones del 23-J calculando el efecto político del Orgullo Gay, pero las fiestas y celebraciones de este fin de semana han desenmascarado las razones por las que Vox es un aliado tóxico y un costalero impropio en asuntos de convivencia.

Nadie mejor para demostrarlo que García-Gallardo. Por el cargo que ocupa, vicepresidente de Castilla y León. Y por el radicalismo de sus declaraciones: "No al trapo arcoíris que une a la plutocracia internacional con la izquierda más sectaria", declaraba en el delirio de su aclamado mitin sabatino.

Foto: Las vicepresidentas Yolanda Díaz y Teresa Ribera, en el desfile del Orgullo de Madrid. (EFE/Mariscal)

No van a retroceder los derechos que la sociedad española ha amparado y estimulado. Otra cuestión es la influencia perniciosa que la ultraderecha exhibe en el plano institucional y en el alboroto mediático, más todavía cuando los cargos de Vox se han puesto a arriar las banderas arcoíris allí donde han podido y cuando trata de imponerse un modelo de familia que obedece al dogmatismo confesional y a las intenciones discriminatorias.

Acostumbra a decir Eduardo Madina que Vox cabe en España, pero España no cabe en Vox. Se trata de localizar la anomalía. Y de preocuparse más todavía por la naturalidad con que el PP formaliza los maridajes con el partido de Abascal, facilita las consejerías nucleares y concede la presidencia de los parlamentos a sujetos de pensamiento atrabiliario.

Ni siquiera Extremadura acota un espacio de resistencia. La oposición de María Guardiola a los pactos con Vox ha cedido a su falta de vergüenza, a la presión de Génova, a la intimidación de Ayuso y a la iracundia de la derechona mediática. Ha capitulado la aspirante al trono de Mérida de manera indecorosa. Y va a comerse sus palabras, hasta el extremo de haber ungido a Vox en el Gobierno y de escarmentar al sufragista indeciso, o liberal, o socialdemócrata, que condiciona su voto del 23-J al respeto de las líneas rojas. Y que difícilmente transige con el hedor de la caverna.

Foto: La presidenta del PP de Extremadura, María Guardiola, y el portavoz de Vox en la Asamblea de Extremadura, Ángel Pelayo Gordillo. (Europa Press/Jorge Armestar)

Núñez Feijóo finge que los pactos con Vox son tan accidentales y circunstanciales, más o menos, como puedan resultarlo los acuerdos que han facilitado a los socialistas las alcaldías de Vitoria y de Barcelona. Pretende así exponer la versatilidad y la pluralidad del PP, pero el ardid estratégico se resiente de las relaciones pecaminosas con la extrema derecha. Por la frecuencia con que se producen. Por las facilidades que se le ofrecen a Vox. Y porque Núñez Feijóo se ampara en las anomalías de Sánchez con Bildu y los separatistas para justificar su esquema de alianzas.

Huye de Vox Feijóo al mismo tiempo que lo mima, como si pretendiera dosificarnos una ducha escocesa. Frío y calor. Así lo demuestra la resistencia a participar en los debates a cuatro. Significarse en ellos tanto implica reconocer que Abascal es su tique electoral como demostraría la solidez de las alianzas en boca del propio aliado ultra. Sánchez no tiene inconveniente en comparecer de la mano de Yolanda Díaz y de presentarla como su vicepresidenta, pero el antagonista gallego intenta disimular los vínculos perversos como si no fueran relevantes. Quedan mucho más desdibujados en un debate a siete o a 70.

Impresiona el ejercicio de equilibrismo y de cinismo con que Feijóo trata de esconder el bulto sospechoso, evocando incluso aquella memorable escena de El jovencito Frankenstein en que el doctor se ofrece a Igor para remediar el problema de la joroba. "¿Qué joroba?", responde el siniestro criado. ¿Vox, qué Vox?, se pregunta Feijóo, como si no lo hubiera atropellado el pacto de Valencia.​ Y como si el acuerdo de Extremadura no supusiera una nueva cesión a la dignidad política y a la palabra.

Huye de Vox Feijóo al mismo tiempo que lo mima, como si pretendiera dosificarnos una ducha escocesa

Siempre podrá objetar María Guardiola que no ha mentido, que ha cambiado de opinión, al estilo sanchista, pero hubiera sido más digna la salida de la dimisión. Por la vergüenza que supone inaugurar una legislatura desde el engaño. Y por la mansedumbre que se desprende de las presiones de Feijóo, acariciando la joroba de Igor con tanta delicadeza.

Puede que los acuerdos orgánicos y estructurales no perjudiquen la victoria del PP en modo alguno. Puede incluso que un sector del PP los agradezca, no por la necesidad estratégica, sino por la sintonía de ideas. Y puede que Feijóo consiga convencer a la sociedad de que la mejor manera de evitar a Vox sea precisamente otorgándole la victoria, pero resulta embarazoso y hasta indignante que el aspirante a la Moncloa —primer responsable de un proceso de pactos caótico y desmadrado— se abrace con Abascal mientras recomienda a los votantes que se distancien de la ultraderecha.

Hay que reconocerle a Vox su coherencia política. Podrían disimular su naturaleza friqui, holgazana y salvaje mientras prosperan los acuerdos, pero el mitin de Gallardo o las interlocuciones de Buxadé les recuerdan a Feijóo y a la opinión pública por qué a la ultraderecha hay que llamarla ultraderecha.

No es que Pedro Sánchez hubiera programado las elecciones del 23-J calculando el efecto político del Orgullo Gay, pero las fiestas y celebraciones de este fin de semana han desenmascarado las razones por las que Vox es un aliado tóxico y un costalero impropio en asuntos de convivencia.

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