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Pobre Sánchez, lo han engañado

La estrategia victimista de reacción al fracaso del debate convierte aún más en un inútil y vulnerable al presidente del Gobierno, como si lo hubiera timado Feijóo y no fuera él mismo un trilero profesional

Foto: Sánchez y Feijóo, en el debate del lunes. (EFE/Juanjo Martín)
Sánchez y Feijóo, en el debate del lunes. (EFE/Juanjo Martín)
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Tiene sentido preguntarse si Pedro Sánchez es un inepto. Y si él mismo ha decidido asumir la categoría degradante para sustraerse al gatillazo del debate. Tanto el presidente del Gobierno como su partido han decidido encubrir el fracaso del duelo del pasado lunes con un ardid exculpatorio todavía peor: el líder no supo defenderse de las mentiras.

No le resulta ajeno el hábitat de las imposturas porque no ha hecho otra cosa que fomentarlas, pero la estrategia del victimismo sobrentiende que Pedro Sánchez era un tipo indefenso frente a un tahúr despiadado.

Hubiera sido mejor aceptar la derrota sin paliativos que desautorizar la cualificación del presidente. Atribuirla a las trampas de Feijóo significa admitir que el jefe del Gobierno carecía de recursos para desmentir las 11 falsedades con que supuestamente lo ametralló el candidato a la Moncloa.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, antes del debate. (Reuters/Juan Medina) Opinión
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Pobre Sánchez, lo han engañado. He aquí la conclusión informal que se desprende de la desesperación de Ferraz. Por eso enternece la coreografía de los ministros y de los aliados mediáticos en la autopsia del debate.

De acuerdo con las plañideras socialistas, el mano a mano del 10-J sería una encerrona cuya responsabilidad se atribuye a la taumaturgia de Feijóo, y que también puede relacionarse con otros factores influyentes. Se acusa de arbitraje casero a Vallés y Pastor; se lamenta que Atresmedia no hubiera intervenido con el VAR (fact checking); incluso Rodríguez Zapatero denunciaba la propia estructura dramatúrgica: le parecía insólito que los moderadores no estuvieran sentados a la misma mesa.

Tendrían mayor credibilidad estos argumentos si no fuera porque las condiciones del debate se pactaron entre el PP y el PSOE, lejos de las improvisaciones. Se habían consensuado las pautas, los tiempos, los bloques, de tal manera que la mesa del naufragio sanchista era la misma que permitió a Feijóo manejarla con la destreza de un gondolero.

Foto: Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, antes del cara a cara. (Atresmedia)

Mintió Núñez Feijóo, igual que mintió Sánchez. Carece de todo sentido invocar la incorruptibilidad y la integridad del presidente del Gobierno, entre otras razones porque él mismo ha edulcorado sus habituales mentiras como “cambios de opinión”. Y porque es un impostor enfermizo.

La candidez que ahora tanto destacan los ministros-costaleros contradice la ferocidad del depredador. Sánchez no ha tenido nunca ni escrúpulos, ni principios. Los ha subordinado a su naturaleza de cínico superviviente.

¿Hemos de creernos entonces que el malvado Feijóo lo ha timado? ¿No esperaba el presidente ninguna de las verdades a medias o de las medias verdades que le restregó el adversario? ¿Dónde estuvo el juego sucio? ¿Quién de los dos lo ejerció con más virulencia o inteligencia?

¿Dónde estuvo el juego sucio? ¿Quién de los dos lo ejerció con más virulencia o inteligencia?

La propaganda socialista puede hacerle más daño a Sánchez de cuanto sucedería de haberse aceptado la derrota. Los asesores que incitaron la estrategia arrogante y faltona de Sánchez son los mismos que ahora están desautorizando sus cualidades políticas y dialécticas. Y su idoneidad para aguantar un cara a cara con un aspirante perfectamente previsible.

Es la razón que deslegitima los lagrimones teatrales de Sánchez. Su historial de timador y de trilero tanto le ha permitido pactar con Bildu como jugar al black-jack con el diputado Casero. Ha sido el crupier del casino, el animador del bingo, el maestro de las rifas de jamones revenidos.

Ya le gustaría a Sánchez impugnar el partido, convocar el ojo del halcón y conseguir que se repita el debate, pero el escarmiento del duelo televisivo tanto ha supuesto el mayor fracaso de la campaña como ha precipitado una estrategia infantil y condescendiente que convierte al líder en vulnerable. Y que desalienta cualquier atisbo de remontada.

Tiene sentido preguntarse si Pedro Sánchez es un inepto. Y si él mismo ha decidido asumir la categoría degradante para sustraerse al gatillazo del debate. Tanto el presidente del Gobierno como su partido han decidido encubrir el fracaso del duelo del pasado lunes con un ardid exculpatorio todavía peor: el líder no supo defenderse de las mentiras.

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