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Rubén Amón

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España se modera, Frankenstein se radicaliza

El mandato de las urnas refleja el impulso del bipartidismo, la caída de Vox y el deterioro de las marcas 'indepes', pero las necesidades aritméticas de Sánchez derivan a un escenario de mayor chantaje soberanista que en la legislatura anterior

Foto: El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez (i), y el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (Reuters/Juan Medina)
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez (i), y el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (Reuters/Juan Medina)
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No se ha reparado lo suficiente en el varapalo que las urnas del 23-J han arreado a las opciones estrafalarias. Se han extinguido las marcas regio-folclóricas y la moda evangelizadora del animalismo no ha repercutido en la credibilidad del Pacma, cuyo resultado electoral del domingo —165.768 votos— establece la precaria adhesión del 0,67% de los españoles.

Porque los españoles han votado con mesura y moderación. Lo demuestran la rehabilitación del bipartidismo —PP y PSOE suman el 75% de los sufragios—, la debacle indisimulable de Vox, la caída significativa de la ultraizquierda y el hundimiento inequívoco de las marcas nacionalistas. Sánchez ha sabido atraerse al votante híbrido. Y ha convertido las plazas de Cataluña y País Vasco no ya en plataforma definitiva de su victoria, sino en la prueba anestésica que ha logrado amansar las tensiones independentistas.

Foto: El presidente en funciones y líder del PSOE, Pedro Sánchez, saluda a la presidenta del partido, Cristina Narbona, antes de la ejecutiva celebrada este lunes en Ferraz. (REUTERS/Juan Medina)
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La paradoja que compromete la voluntad popular de las urnas consiste precisamente en la expectativa de un escenario radicalizado. Menos fuerza electoral han adquirido las fuerzas soberanistas, más influencia van a ejercer en la subasta que convertirá a Sánchez en sucesor de sí mismo.

Lo demuestra el órdago maximalista con que se han abierto las negociaciones. No cabe en nuestro orden constitucional el referéndum vinculante que reclama Puigdemont a cambio de la investidura, pero la bravuconada explica la ferocidad del chantaje con que Junts, Esquerra, Bildu y el PNV condicionan la segunda versión de Frankenstein.

Foto: Míriam Nogueras, con la cúpula de JxCAT en la noche electoral. (EFE/Enric Fontcuberta)
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Todos ellos, con excepción de la marca de Otegi, tienen razones para restregarle a Sánchez el resultado adverso del 23-J, sobre todo porque la naturaleza del partido grande y la normalización de ciertos acuerdos han relativizado el tamaño y la personalidad de los pequeños.

Es el momento de cobrarse la factura de la primera legislatura en común. Y de reclamar a partir de ahora concesiones megalómanas en la línea del autogobierno y del peso institucional en Madrid. Por eso, la actitud especulativa de Sánchez en la resaca del 24-J no solo obedece a exponer públicamente la angustia de Feijóo entre la caverna de Vox y la búsqueda de aliados imposibles, sino en establecer de qué forma resulta menos traumática la reanimación política y orgánica de Frankenstein.

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (Reuters/Juan Medina) Opinión

No va a permitir Sánchez una repetición electoral, aunque la legislatura que se avecina tanto expone la tensión y arbitrio de los socios separatistas como se resiente de unos contrapoderes que antes no existían. El PP es un partido mucho más fuerte de cuanto sucedía hace cuatro años. Y no solo porque controla la mayoría absoluta del Senado como espacio de filibusterismo, sino porque el poder territorial adquirido el 28-M —autonomías y ayuntamientos capitales— sobrentiende un control alternativo del mapa político.

Es una desgracia que ni Feijóo ni Sánchez puedan retractarse de su beligerancia particular. Una reciente encuesta de Metroscopia planteaba que el 70% de los votantes del PSOE y el 76% de los votantes del PP consideraban necesario un acuerdo bilateral en asuntos fundamentales.

No va a suceder. El desgarro de la campaña y el deterioro de las relaciones bilaterales se suman a los vínculos perversos del PP con Vox y se añaden a las ambiciones presidenciales de Sánchez, cuya capacidad de adaptación le exige ahora abrazarse a los socios independientes en una posición de debilidad limosnera. Los votantes reclaman moderación y sentido de Estado, pero la victoria catastrófica del PP y la derrota triunfal del PSOE predisponen los raíles en que va a prolongarse la versión más feroz de Frankenstein.

No se ha reparado lo suficiente en el varapalo que las urnas del 23-J han arreado a las opciones estrafalarias. Se han extinguido las marcas regio-folclóricas y la moda evangelizadora del animalismo no ha repercutido en la credibilidad del Pacma, cuyo resultado electoral del domingo —165.768 votos— establece la precaria adhesión del 0,67% de los españoles.

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