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De Frankenstein… a Drácula
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Rubén Amón

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De Frankenstein… a Drácula

La programación de terror del sanchismo cambia de clásico, otorgando a Puigdemont el papel de parásito y de vampiro, y humillándose a las condiciones extremas de un acuerdo que ya se ha producido

Foto: El presidente del Gobierno en funciones y líder socialista, Pedro Sánchez. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
El presidente del Gobierno en funciones y líder socialista, Pedro Sánchez. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
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El hechicero de quien depende la gobernabilidad del país no puede pisar territorio español porque sería detenido. Al menos hasta que Sánchez termine las faenas de recibimiento y el piquete de bienvenida. Se trata de extender una alfombra roja a Puigdemont y de conducirlo bajo palio.

Habría cumplido Sánchez con la promesa que improvisó en el debate electoral de 2019. Dijo entonces —lo recuerda con buena memoria Marta García Aller— que se comprometía a traerlo de vuelta, como si fuera Pedro un sheriff justiciero, pero costaba sospechar los aspectos traumáticos del método. Puigdemont no va a regresar esposado, en un furgón policial, sino convertido en mártir del nacionalismo y en ciudadano de primera clase.

Foto: Carles Puigdemont, durante la rueda de prensa que dio este martes en Bruselas. (EFE/EPA/Olivier Hoslet)

El acto de reparación implica la violación de la Constitución, la profanación de la separación de poderes y el quebrantamiento del principio de igualdad entre los ciudadanos, pero resulta que las emergencias particulares de Sánchez exigen un nuevo retorcimiento de las normas de convivencia, del Estado de derecho y de la democracia misma. No ya por las dimensiones hiperbólicas y brutales del rescate que pide Puigdemont en su posición de chantajista, sino porque viene a convenirse que en España existen los delitos políticos y que nuestro sistema se contorsiona para amortiguarlos.

La amnistía no cabe en la Constitución, pero terminará cabiendo. Ya se ocupará Sánchez de recurrir a los fórceps y de presionar a los magistrados del TC, aunque antes debe humillarse al acuerdo de máximos con que lo extorsiona Puigdemont. Reclama el expresident la neutralización de la Fiscalía. Y la capitulación del Estado, para así consentir que pueda perpetrarse un referéndum de autodeterminación, cuyo embrión merece localizarse precisamente en el antecedente visionario del 1 de octubre.

Foto: Fachada del Tribunal Supremo en Madrid. (EFE/Emilio Naranjo)

Los delitos cometidos entonces se transforman en el mejor aval del regreso triunfal de Puigdemont. Nunca el nacionalismo catalán había caído más bajo en su repercusión electoral. Y, al mismo tiempo, nunca había adquirido semejante poder de extorsión. Lo expresaba Felipe González en el programa de Carlos Alsina este mismo jueves: las mayorías tienen que respetar a las minorías, pero las minorías también tienen que respetar a las mayorías. Tanto Junts como ERC, vapuleadas en las urnas y enemigas entre sí, han encontrado en la precariedad política y moral de Pedro Sánchez la oportunidad de encubrir el retroceso del independentismo y de remediar los respectivos delitos. Carles Puigdemont ha prometido repetir la insurrección, evocando la cabalística de 1714, pero esta vez consciente de que el presidente del Gobierno va a ampararla entre el confeti y la fanfarria.

No terminan de tocar fondo la desvergüenza y el estupor del sanchismo en este nuevo requiebro del manual de resistencia. Vuelve a demostrarse que la política es para Sánchez una cuestión personal. Y que no existen principios ni valores que puedan oponerse a la inmunidad y a la ley de punto final con que Puigdemont tiene secuestrado al anfitrión de la Moncloa.

Foto: El 'expresident' de la Generalitat Carles Puigdemont. (EFE/Pablo Garrigos)

El problema no solo consiste en que puedan considerarse disparatadas las reclamaciones del mesías desterrado, sino en que ya se han aceptado. Lo demuestran la unción de Armengol como presidenta del Congreso, el viaje humillante de Yolanda Díaz, el masaje obsceno de la prensa afecta a la Moncloa y la naturalidad con que Pedro Sánchez anunciaba el pasado lunes la inminencia de su investidura, pretendiendo convencernos de que un partido conservador, nacionalista y excluyente como Junts forma parte esencial de la constelación progresista y del porvenir de la nación.

Se avecina un estrambote trágico al desenlace de la última legislatura y al comienzo de la nueva. El problema no es la reanimación de Frankenstein en sus capacidades prometeicas, sino la irrupción de Drácula. Todas las condiciones que impone Puigdemont lo retratan como una figura vampírica, como un chupacabras y como un homúnculo cuya ferocidad parasita y desangra la dignidad de España izado sobre los hombros de Sánchez.

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, durante una rueda de prensa en el Congreso. (EFE/Zipi)

Lo dice el personaje de Jonathan Harker en un pasaje elocuente de la novela de Bram Stoker: "Lo último que vi del conde Drácula fue cuando besó mi mano, con una luz roja triunfante en sus ojos, y con una sonrisa de la que Judas estaría orgulloso".

El hechicero de quien depende la gobernabilidad del país no puede pisar territorio español porque sería detenido. Al menos hasta que Sánchez termine las faenas de recibimiento y el piquete de bienvenida. Se trata de extender una alfombra roja a Puigdemont y de conducirlo bajo palio.

Pedro Sánchez
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