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La soledad de Feijóo en la masa
La masiva manifestación de ayer es un error que instrumentaliza la causa de la amnistía y un presagio de la semana negra que espera al líder popular en los vaivenes de la investidura fallida
No es que hubiera poca gente en el mitin de Núñez Feijóo en Madrid, pero la apropiación de la causa de la amnistía en un mitin específico e instrumental del PP degrada la idea de la gran movilización social y funciona como una entrañable terapia de grupo en la vigilia de la investidura fallida. El acto populista de ayer demostró que Feijóo estaba solo en la muchedumbre. Aislado en el palco. E inquieto acaso por la popularidad de Ayuso.
Proliferaron los dinosaurios y los barones, pero la manifestación más bien fue un tratamiento de autoengaño. El gentío de la calle no tiene correspondencia en el Congreso. La opinión pública y la decencia democrática suscriben el discurso de Feijóo contra la amnistía, pero el líder del PP ha instrumentalizado la indignación y la ha utilizado como un argumento plebiscitario ante el fracaso que sobreviene el martes y el miércoles.
Será la amnistía el recurso percutor que Feijóo va a utilizar en las sesiones de su investidura fantasma, el arma circunstancial que le permite encubrir los errores de la campaña y el desenlace de su propio sacrificio.
Y es verdad que la sumisión extrema a Puigdemont no estaba en juego cuando Feijóo obtuvo el plácet de Felipe VI antes de explorar el camino de la Moncloa, pero el escándalo de la amnistía que el patrón de Génova 13 va a restregarle a Sánchez no alcanza a tapar la frustración ni los errores del PP.
El último de ellos consiste precisamente en la iniciativa de la movilización dominical. Hizo bien Aznar en despertar a la opinión pública de la anestesia y la mansedumbre, pero la llamada a una respuesta civil y civilizada tanto se resentía del escaso prestigio del convocante como se ha malogrado en la apropiación política que este domingo ejerció Núñez Feijóo.
No era un acto contra la amnistía, sino una mani del PP cuyos anfitriones —Ayuso y Almeida— ejercieron de agentes propagandistas y predispusieron un baño de masas que aspiraba a remediar la incredulidad de Feijóo: ni la victoria clara en las elecciones ni la vergüenza manifiesta de la amnistía permiten al presidente del PP desalojar a Sánchez de la Moncloa.
No requiere especial esfuerzo el discurso de investidura de Feijóo. Puede recurrir a las mismas páginas que expuso en el ceremonial amañado de Felipe II. Y puede convocar de nuevo la idea corpulenta del fraude electoral, no porque Sánchez hubiera forzado un pucherazo, sino porque ocultó a los votantes la aberración nuclear de la amnistía.
El problema es que la estrategia de Feijóo no proviene tanto de las propuestas políticas originales ni de su empaque político como de la exaltación del antisanchismo. Es el propio Pedro Sánchez quien le ha entregado la llave de oro del discurso —am-nis-tí-a— y quien ha rebasado un nuevo umbral cualitativo en el proceso de la degradación democrática.
Puede entenderse así la impotencia de Feijóo. Por la decepción del 23-J. Por las deslealtades de su partido. Por la naturalidad con que Sánchez juega a los dados con el Estado de derecho. Por el error histórico de pactar con Vox. Y por la transigencia del Parlamento al chantaje del soberanismo.
Es una vergüenza que Sánchez vaya a promover una amnistía que convierte en víctimas a los delincuentes y que convierte en victimario al sistema político, pero el reproche se les puede trasladar a todos los diputados que se adhieren a la investidura del líder socialista.
Una democracia aseada y honesta hubiera reaccionado al resultado del 23-J con un acuerdo bipartidista, precisamente porque las urnas habían relativizado la fuerza de los extremos —Vox, Sumar— y porque los votantes castigaron severamente las opciones independentistas.
Se agradecería entonces que Núñez Feijóo, en un gesto de generosidad épico y filantrópico, mediara para evitar el extremo de la amnistía, absteniéndose en la investidura de Sánchez. Y convirtiéndose en el gendarme de la legislatura sin el influjo del soberanismo.
La hipótesis es tan improbable como la subversión manchega de Page. Y no solo porque la crispación política y el deterioro de las relaciones personales descartan que Feijóo ofrezca su victoria del 23-J a la gloria de Sánchez, sino porque es el propio Sánchez quien antepone un acuerdo con Junts y quien ha convertido el nacionalismo en el camino de extorsión democrática.
La capacidad autodestructiva de un partido cuyo espíritu regicida explica que Ayuso ya figure como postulante
No va a investirse Feijóo como presidente del Gobierno, sino como líder de la oposición. Ya se ocupará Sánchez de exponer la paradoja. Y de retratar al antagonista en un aislamiento político y parlamentario que evidencia las relaciones orgánicas con Vox en el eje de la extrema derecha.
Y no es el peor escenario que le aguarda a Feijóo. El inicio de la legislatura bajo la tiranía de Sánchez garantiza la división de las estrategias y las lealtades en la sede del PP. Y la capacidad autodestructiva de un partido cuyo espíritu regicida explica que Ayuso ya figure como postulante y fuera la personalidad más aclamada en la explanada de Felipe II.
No es que hubiera poca gente en el mitin de Núñez Feijóo en Madrid, pero la apropiación de la causa de la amnistía en un mitin específico e instrumental del PP degrada la idea de la gran movilización social y funciona como una entrañable terapia de grupo en la vigilia de la investidura fallida. El acto populista de ayer demostró que Feijóo estaba solo en la muchedumbre. Aislado en el palco. E inquieto acaso por la popularidad de Ayuso.