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Rubén Amón

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El gran tránsfuga es Pedro Sánchez

El presidente del Gobierno se convierte en espectador de un debate que lo retrata como el mayor azote a las instituciones y como el ejemplo del político que más cambia de criterio

Foto: El presidente en funciones, Pedro Sánchez, durante la investidura. (Reuters/Susana Vera)
El presidente en funciones, Pedro Sánchez, durante la investidura. (Reuters/Susana Vera)
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No revestía misterio el desenlace de la investidura fallida de este miércoles, pero sí lo hubiera tenido en caso de haberse admitido una votación secreta. Supongamos que sus señorías se hubieran manifestado con arreglo a la conciencia y a la ética, en lugar de hacerlo bajo los presupuestos del dogmatismo, la obediencia ciega y la afección a la poltrona.

Puede que los socialistas menos afines al delirio sanchista se hubieran incluso abstenido. Y que los diputados conservadores del PNV o de Junts hubiesen recapacitado sobre las adhesiones a un proyecto político —el de Sánchez— que contraviene su respectiva idiosincrasia económica.

Foto: Foto:  A. Pérez Meca / Europa Press.

Se hubiera descompuesto entonces el fantasma de la ultraderecha que los partidos cavernarios convocan para justificar cualquier expectativa de consenso con el PP. Vox no es una razón, sino un pretexto, un tabú cuyo principio activo funciona como argumento de pacificación en la guerra de las familias nacionalistas: ERC contra Junts, el PNV contra Bildu.

Le aterraba a Sánchez que hubiera prosperado una corriente subversiva en las filas mesetarias del PSOE. Y que Page la hubiera urdido desde el alcázar de Toledo amparándose en la bendición de González y en la decencia democrática. Por esas razones la propaganda de Ferraz denunció la naturalidad con que el PP alentaba el transfuguismo. Y por idénticos motivos el propio Sánchez ha radicalizado la purga al disidente y ha amordazado a la clase senatorial. Sus señorías no tienen margen de discrepancia ni derecho a la conciencia, menos todavía cuando los partidos políticos han fomentado un criterio de régimen parlamentario cuya disciplina subordina la titularidad del escaño —corresponde al diputado— a las obligaciones del bloque.

No hubo este miércoles lugar al transfuguismo. Tampoco lo habrá el viernes ni se producirán sobresaltos cuando Sánchez comparezca para revalidar el título monclovense, aunque bien podría decirse que el mayor tránsfuga del hemiciclo es precisamente el presidente del Gobierno.

Nadie como él ha cambiado de principios ni de ideas. Ningún otro diputado ha sido tan elocuente y tan feroz en el deterioro de la ideología y de la ética política. Empezando por la tergiversación de los asuntos nucleares. Era contrario a los indultos y los ha terminado aplicando. Iba a detener a Puigdemont y se ha convertido en su apoderado. Abjuraba de las amnistías y va a transformarlas en su atajo principal hacia la investidura.

Foto: Alberto Núñez Feijóo, durante su intervención, con Pedro Sánchez observando. (EFE/Kiko Huesca)

De acuerdo con el diccionario de la RAE, tránsfuga es la 'persona que huye de una parte a la otra'. Y la que pasa de una organización política a la contraria. Y no es que Sánchez haya desertado del PSOE, sino que lo ha degradado a una simple dimensión utilitarista y a una expresión personal de sus necesidades. Lo demuestra el desprecio institucional que ha caracterizado el debate de investidura. Sánchez se ha negado a debatir con Núñez Feijóo por chulería. Se ha convertido en espectador de la tragedia que él mismo ha escrito. Ha decidido abortar cualquier expectativa de diálogo con el PP. Y faltado el respeto no ya al adversario, sino a los ocho millones de personas a las que representa el PP en el Congreso.

La peor conclusión del debate consiste en que Pedro Sánchez no reconoce al Partido Popular —137 escaños— como un interlocutor homologable. Que ha roto los puentes con el principal partido de la oposición antes incluso de inaugurarse la legislatura. Y que la segunda edición de Frankenstein abrasa la evidencia electoral del bipartidismo a expensas del radicalismo.

La peor conclusión del debate consiste en que Pedro Sánchez no reconoce al Partido Popular —137 escaños— como un interlocutor

Es el contexto humillante que “justificaba” la designación de Óscar Puente como portavoz del PSOE y como exégeta del sanchsimo. De tanto vociferar y excederse, el exalcalde de Valladolid convertía al patrón en un moderado e intimidaba a los camaradas socialistas con sus maneras justicieras. Se trataba de asustarlos y de someterlos al principio de la omertà.

Y se reía Sánchez. Y aplaudía las ocurrencias de su machaca, más o menos como si la profanación del Parlamento en sus rituales y maneras elementales redundara en el expolio de las instituciones que prodiga el presidente del Gobierno (en funciones) cada vez que pega un volantazo.

Foto: El secretario general del PSOE de Valladolid, Óscar Puente, se dirige a la tribuna del Congreso de los Diputados. (Europa Press/Eduardo Parra)

Podría concluirse que Feijóo ha perdido la investidura y que ha ganado el debate, un premio de consolación que enfatiza la imagen de Sánchez refugiado en su burladero y abrumado por el silencio espeso de la amnistía.

De tanto eludirla, el presidente del Gobierno no hace otra cosa que exponerla. E introducirla en dosis homeopáticas hasta que nos parezca una genialidad política cuya finalidad conviene a todos. Y que nos previene de la siguiente pantalla: el referéndum de autodeterminación.

No revestía misterio el desenlace de la investidura fallida de este miércoles, pero sí lo hubiera tenido en caso de haberse admitido una votación secreta. Supongamos que sus señorías se hubieran manifestado con arreglo a la conciencia y a la ética, en lugar de hacerlo bajo los presupuestos del dogmatismo, la obediencia ciega y la afección a la poltrona.

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