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¡Ya queda menos para el referéndum!
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Rubén Amón

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¡Ya queda menos para el referéndum!

La liebre disuasoria de la consulta de independencia ha servido de atajo para comernos la amnistía y para demostrar que el único límite de Sánchez es su estricta devoción al poder

Foto: El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez. (EFE/Zipi)
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez. (EFE/Zipi)
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No se ha atrevido Pedro Sánchez todavía a pronunciar el sustantivo mágico de las cuatro sílabas am-nis-tí-a—, quizá porque, cuando lo haga, ya lo habremos naturalizado como una parte esencial de la dieta mediterránea.

La aberración se convertirá en un derecho y en una necesidad. Hasta el extremo de preguntarnos cómo hemos podido vivir sin la amnistía. Y cuánto tiempo, acaso, hemos desperdiciado renunciando a semejante instrumento de pacificación, por citar las propiedades que enfatizaba Sánchez cuando se propuso a sí mismo como aspirante a la investidura.

Foto: El líder socialista y presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, durante la rueda de prensa ofrecida tras la reunión mantenida con el rey Felipe VI. (EFE/Zipi)

Se le podrá reprochar al presidente del Gobierno la ferocidad que descoyunta los principios políticos y la decencia democrática, pero conviene reconocérsele la terapia que familiariza al electorado con el dolor y con el veneno hasta parecernos inofensivos. Una de las explicaciones consiste en la edulcoración del lenguaje. Se trata de encubrir la amnistía bajo los señuelos dialécticos de la concordia, el diálogo, la generosidad, aunque la gastroscopia también involucra el recurso de las liebres disuasorias y el desgaste de la opinión pública en sus márgenes de resistencia.

Y no se le ha ocurrido a Sánchez mejor liebre —mejor maniobra de despiste— que recurrir al tabú del referéndum. Compromete su palabra (¿?) al rechazo de la consulta independentista, pero sabemos que el presidente ha perdido la credibilidad y la vergüenza, como también somos conscientes de que el debate del referéndum funciona de argumento de distracción para colarnos la amnistía prescribiendo una siniestra dosificación del escándalo.

Impresionaba en este sentido una reciente crónica de El País que pretendía convencernos de la dureza negociadora de Sánchez con los socios independentistas. Se hablaba de límites infranqueables: amnistía, sí; referéndum, no. ¿Amnistía sí? ¿La amnistía no es un límite?

Lo era hace un par de meses. Renegaban de ella Pedro Sánchez y los juristas más cualificados de su cuadrilla, pero la sumisión al chantaje de Puigdemont ha transformado la amnistía en una anécdota, en un trámite, cuando no en una necesidad y en una emergencia de la sociedad española.

Foto: Javier Lambán saluda a Pedro Rollán tras tomar posesión del cargo como senador. (EFE/J. J. Guillén)

De hecho, la fechoría de la amnistía predispone la inquietud hacia el referéndum. La contundencia con que Sánchez abjura del plebiscito no difiere de la que antaño expuso a pactar con Bildu, a promover los indultos, a rectificar la rebelión y a modificar el delito de malversación. El timonel de Ferraz explora todos los límites y costuras del Estado de derecho. Y concibe el manual de resistencia como una escalada de atrocidades, de tal forma que las concesiones al soberanismo describen un deterioro progresivo: cada meta volante es solo el antecedente de la siguiente y de la siguiente. Todavía no hemos digerido la amnistía y ya tenemos delante el plato del referéndum, naturalmente para satisfacer a dieta bulímica del independentismo.

Sánchez maneja con habilidad las coyunturas y las circunstancias. Se lo permiten la ausencia de ideología y la carencia de ética, pero también interviene la amnesia de la sociedad y el cansancio de los debates.

La propaganda de la Moncloa se abastece de la pasividad de la opinión pública

La propaganda de la Moncloa se abastece de la pasividad de la opinión pública, de la vida vegetativa. Empezando por la idea de que la amnistía es un coñazo. E insistiendo en que estos debates no le interesan a nadie.

Y puede que sea verdad. Sánchez no ha pagado en las urnas ni sus imposturas ni sus disparates, entre otras razones porque su irresponsabilidad política es precisamente la que ha predispuesto el escepticismo de la sociedad, el recelo de las instituciones y las tragaderas. Queda poco, muy poco, para que el referéndum adquiera una dimensión verosímil. Y será entonces, entonces, cuando la consulta plebiscitaria nos parecerá muchísimo más tolerable que la independencia.

No se ha atrevido Pedro Sánchez todavía a pronunciar el sustantivo mágico de las cuatro sílabas am-nis-tí-a—, quizá porque, cuando lo haga, ya lo habremos naturalizado como una parte esencial de la dieta mediterránea.

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