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¿Es la princesa Leonor la niña de 'El exorcista'?
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Rubén Amón

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¿Es la princesa Leonor la niña de 'El exorcista'?

El 'casting' más estricto no depararía mejor opción que la heredera de Felipe VI, por lo que el soberanismo hace el ridículo ausentándose de una ceremonia que, en realidad, refleja las obligaciones de la futura reina

Foto: La princesa Leonor. (EFE/Ballesteros)
La princesa Leonor. (EFE/Ballesteros)
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Debe parecerle a la coalición regicida que la princesa Leonor es un epígono de la niña de El exorcista, ahora que se estrena la secuela del filme de Friedkin. No es que se contorsione ni que blasfeme la criatura. Pero habla muchos idiomas. Y representa la expectativa generacional de la sucesión, tanto por los 18 años que va a cumplir como porque va camino de convertirse en jefa del Estado.

Tendríamos antes una primera reina mujer que una primera mujer presidenta del Gobierno, de tal manera que la vetusta institución monárquica anticipa la expectativa del heteromatriarcado al compás de la leonormanía. Así llaman las portadas de la prensa del corazón al hallazgo informativo y mercadotécnico de la heredera, cuyo grado de devoción explica que vayan a pasearla en un descapotable aprovechándose la inercia del ritual del juramento.

No se hubiera encontrado nadie más idóneo en un casting que la princesa Leonor. Mujer, joven, guapa, sobria, cosmopolita, simpática, renovadora. Decía Rosa Belmonte que colgaría su imagen encima del televisor. Que es el altar mayor de los hogares y el lugar donde los conspiradores soberanistas advierten una presencia demoniaca.

Suena entre bisbiseos y plantones la melodía subversiva del himno de Riego, pero las supersticiones, ilusiones nostálgicas y las pulsiones magnicidas —muchas de ellas anidan en el nacionalismo cavernario— subestiman la inercia dichosa de la monarquía parlamentaria.

Foto: Ione Belarra, junto a Irene Montero. (Europa Press/Gustavo Valiente)

Y no solo por la reputación del sistema político que ha transformado la sociedad española, sino por las garantías que todavía la custodian. Ninguna tan elocuente como la Constitución y ninguna tan estimable como el prestigio que han adquirido Felipe VI y su progenie en la propia sociedad española. Solo él, el Rey, podía cauterizar la crisis de la Corona y transformar el crimen edípico en una catarsis que preserva la institución de los conspiradores.

Será Juan Carlos I el otro gran ausente del ceremonial del juramento. No aparece en una sola de las fotografías del álbum de Leonor que divulgó la Zarzuela, más o menos como si fuera un pariente tóxico, letal. Y como si urgiera desvincularlo del linaje.

No se hubiera encontrado nadie más idóneo en un 'casting': mujer, joven, guapa, sobria, cosmopolita, simpática, renovadora

Se trata de neutralizar los peligros del borboneo y de contener la pulsión endogámica de la estirpe. Por eso reviste tanta importancia el papel silencioso de la regente. Letizia ha aportado su genética y su perfeccionismo al porvenir de la institución. Es ella el cuerpo extraño, pero también la tutora de la futura reina y quien mejor puede protegerla de los cortesanos taimados.

Y no porque urja una abdicación. Tenemos al frente de la monarquía a un rey todavía joven, cuyos esfuerzos de transparencia e integridad aspiran a serenar las sensibilidades republicanas y a aplacar los desmanes de papá.

Recelan de la monarquía los millennials, los españoles que no votaron la Constitución, los electores soberanistas, los socialistas republicanos, de tal modo que Felipe VI transita un reinado complejo cuyos límites bien pueden conducir al exorcismo colectivo de un referéndum o bien pueden prolongarse en la figura de su hija mayor.

placeholder Leonor, en la Academia General Militar de Zaragoza. (EFE/Javier Cebollada)
Leonor, en la Academia General Militar de Zaragoza. (EFE/Javier Cebollada)

Sería la primera reina de España que ocupa el trono desde que lo hizo Isabel II. Y no está claro que la antepasada represente el mejor antecedente. Porque tuvo que exiliarse a París. Y porque murió en el destierro.

Tremendismos al margen, la monarquía parlamentaria prevalecerá si justifica un sentido institucional, simbólico, diplomático. Si los españoles se identifican en el modelo de gobierno. Y si el rey o la reina desempeñan con ejemplaridad y transparencia una posición super partes que contribuya a la unidad territorial y a la cohesión de los españoles.

En caso contrario, podría suceder que Felipe VI fuera el hijo de un rey, y rey él mismo, pero no que fuera el padre de una reina. Y sabe de lo que habla Felipe VI, pues también le correspondió iniciarse de niño en las obligaciones dinásticas. La voz atiplada de sus primeras ceremonias corresponderá ahora madurarla a su hija, empezando por los premios que llevan su nombre y por la instrucción militar.

La juventud de Leonor y su popularidad aspiran en convertirse en la alegoría de la inmortalidad de la monarquía. Un maleficio insolente e inocente de cabellos rubios y ojos claros para quienes se obstinan en cuestionarla o sabotearla. Que no es lo mismo amar la república que utilizarla como pretexto para acabar con el sistema. "El régimen del 78", llaman la progenie soberanista y la izquierda de la izquierda al milagro de la Transición.

Entronización a fuego lento

Juan Carlos I fue el timonel. A Felipe VI le ha correspondido asear la casa y defender la Constitución del desafío soberanista. Y a Leonor puede que le termine beneficiando su propio género. Una mujer reina, una reina mujer cuyo proceso de entronización a fuego lento tanto la expone al escrutinio general como la colma de obligaciones.

Forman parte de ellas el juramento de este martes. Se lo van a boicotear los socios de Sánchez, los partidos soberanistas, aunque el desplante se resiente de la falta de respeto institucional y retrata la ignorancia de los saboteadores.

Lo explicaba Carlos Alsina con claridad. La princesa Leonor acude a la carrera de San Jerónimo para someterse a la Constitución, para reconocer la democracia representativa y para responsabilizarse de sus propios límites.

Otra cuestión es que el imaginario republicano la observe como una amenaza demoniaca, como el azote del soberanismo y como la expresión arcaica de un absolutismo que merece liquidarse en un exorcismo.

Debe parecerle a la coalición regicida que la princesa Leonor es un epígono de la niña de El exorcista, ahora que se estrena la secuela del filme de Friedkin. No es que se contorsione ni que blasfeme la criatura. Pero habla muchos idiomas. Y representa la expectativa generacional de la sucesión, tanto por los 18 años que va a cumplir como porque va camino de convertirse en jefa del Estado.

Princesa Leonor Leonor jura Constitución
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