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Rubén Amón

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Sánchez no está en peligro… el peligro es él

El disparatado despliegue policial define la anomalía de una jornada política que convierte a Sánchez en el héroe del bien contra el mal, encubriendo en el fantasma de la ultraderecha y en el cainismo toda la aberración de la amnistía

Foto: El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, en el Congreso. (Europa Press/Alejandro Martínez Vélez)
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, en el Congreso. (Europa Press/Alejandro Martínez Vélez)
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Ignoramos si los antidisturbios y policías desplegados en el Congreso este miércoles respondían a un protocolo de seguridad o era un ejercicio propagandístico que convertía a Sánchez en protector de la democracia frente a los salvajes ultraderechistas. Pretende el oficialismo caricaturizar el movimiento de oposición a la amnistía, degradarlo al folclore fascista y retratar a los hooligans en la prueba de un movimiento subversivo que merece la sobreactuación del ministro Marlaska. Nada tiene que decir el exjuez sobre la demolición de la Justicia que implica la amnistía, pero ha montado un operativo policial hiperbólico cuya vistosidad retrata la anomalía del ceremonial y la pretensión de convertir a Sánchez en mártir libertario.

Quizá las cosas sean exactamente al revés. Quizá los policías no estén protegiendo a Sánchez en el Congreso, sino protegiéndonos a los españoles de Sánchez. Más todavía cuando no es el presidente del Gobierno quien custodia la democracia en la sede de la soberanía nacional, sino quien la socava y la sacude en el pacto siniestro de la inmunidad por la investidura.

El peligro no se aloja en los grupúsculos ultraderechistas que hostigan Ferraz o la carrera de San Jerónimo, por muy abyectos y grotescos que nos resulten. El peligro es Sánchez mismo, hasta el extremo de haber emulado al dopplegänger de Walter White en la escena más famosa de Breaking Bad: "No estoy en peligro, yo soy el peligro", proclama el matón.

Había muchos más policías que manifestantes en el escenario del crimen. Ya le hubiera gustado a Sánchez recrearse en la imagen del asedio, pero el contratiempo escénico —escaso facherío en las calles— no le permitió abusar del victimismo ni del exotismo carlista. Optó Sánchez por circunscribirse a un discurso de grandes generalidades —Ucrania, Israel, Gaza, el cambio climático, la inteligencia artificial, el feminismo, la ultraderecha…— cuyo anticlímax demoraba y demoraba la alusión nuclear a la amnistía.

La nombró a regañadientes en el minuto 85. Y la justificó en el contexto del diálogo, el entendimiento y el perdón, como si la quiebra de la Constitución del 1-O no viniera de los independentistas, sino de la negligencia del PP. Y como si los insurrectos y los violentos no fueran los culpables del asalto a la legalidad, sino las víctimas que ahora merecen retorcimiento.

Es un retorcimiento de los hechos, una extorsión. Y un discurso irresponsable que daña la credibilidad del Estado de derecho por razones de oportunidad, de aritmética, de cinismo y de supervivencia. Pedro Sánchez se reconoció consciente de la impopularidad de la amnistía, pero la justificó con unos argumentos extraordinariamente precarios: "Las circunstancias son las que son, y hay que hacer de la necesidad virtud".

Foto: El presidente del Gobierno en funciones y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, interviene ante Congreso en la primera jornada del pleno de investidura. (EFE/Javier Lizón)

Todo vale con tal de impedir la llegada de Feijóo a la Moncloa. Tomaba partido Sánchez por el bien y el progreso, frente al mal y la involución. Un maniqueísmo de salón cuya retórica buenista encubría y encubre las atrocidades que han requerido la ceremonia de investidura de este jueves. Y no es que Sánchez se haya puesto en manos del independentismo cavernario, como, en efecto, ha hecho, sino que el atajo de su coronación se lo ha proporcionado el soborno de Puigdemont en un hotel de Bruselas.

No puede defenderse un proyecto de progreso al precio de fomentar el retroceso. No puede defenderse la democracia al precio de dañarla en sus cimientos y ámbitos nucleares. No puede aludirse a la convivencia para luego fomentar la crispación y el cainismo institucional. Y no puede hablarse de concordia cuando el discurso del presidente del Gobierno caricaturizaba y aislaba a los partidos que representan la mitad del electorado.

Sánchez habló como el presidente de algunos españoles o en nombre de la mitad de ellos. No tuvo en consideración el varapalo del 28-M ni la mayoría con que gobiernan dos populares en 12 comunidades autónomas.

Foto: Un grupo de radicales lanza una valla a la Policía. (EFE / Rodrigo Jiménez)

Impresionaba el tiempo que Sánchez dedicó al PP y a Vox, como si fuera él mismo el líder de la oposición. Y como si la calificación hiperbólica de la ultraderecha relativizara la aberración de la amnistía. ¿Qué importancia reviste o puede revestir la amnistía frente al Armagedón o el Apocalipsis?

Quiere decirse que Sánchez no comparecía para contarnos lo que ha hecho ni lo que iba a hacer, sino para jactarse de todo aquello que su presencia y providencialismo nos evita a los españoles. Viene a salvarnos. La amnistía es la letra pequeña del bien mayor, el impuesto de la gloria. Por eso no le concedió relevancia, ni se la otorgó al principio de injusticia entre los ciudadanos y entre los territorios que implican sus medidas de gracia.

Bloque contra bloque. Así se define el temerario discurso de investidura de Sánchez. Así se justifica la cataplasma de la amnistía. Así se resume la degradación de la democracia. La frivolidad con que trata a la oposición equivale a la indulgencia con que subestima la ferocidad de sus socios, entre otras razones porque su objetivo no termina en 2027.

Foto: Tren de Cercanías de Renfe. (Europa Press/Alejandro Martínez Vélez)
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Sánchez ha eludido explicar por qué ha cambiado de opinión sobre la amnistía. Le ha otorgado un valor instrumental para seguir en la Moncloa. Y ha pretendido demostrarnos que el rechazo de la derecha protege y garantiza la idoneidad de la iniciativa. Un discurso paupérrimo e irresponsable que enfatiza la división y que avergüenza la dignidad de los argumentos, como si Sánchez no fuera capaz de encontrarlos… porque no los hay.

Ignoramos si los antidisturbios y policías desplegados en el Congreso este miércoles respondían a un protocolo de seguridad o era un ejercicio propagandístico que convertía a Sánchez en protector de la democracia frente a los salvajes ultraderechistas. Pretende el oficialismo caricaturizar el movimiento de oposición a la amnistía, degradarlo al folclore fascista y retratar a los hooligans en la prueba de un movimiento subversivo que merece la sobreactuación del ministro Marlaska. Nada tiene que decir el exjuez sobre la demolición de la Justicia que implica la amnistía, pero ha montado un operativo policial hiperbólico cuya vistosidad retrata la anomalía del ceremonial y la pretensión de convertir a Sánchez en mártir libertario.

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