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Rubén Amón

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Sánchez: un artificiero en el campo de minas

El chantaje de Puigdemont, la amenaza de Iglesias, los comicios vascos, catalanes y europeos, la presión del PP y de la calle describen una legislatura infernal, pero nadie más capacitado que el líder socialista para gestionar su propia supervivencia

Foto: Pedro Sánchez, el día de su investidura. (Europa Press/Eduardo Parra)
Pedro Sánchez, el día de su investidura. (Europa Press/Eduardo Parra)
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La imagen de Pedro Sánchez en el campo de minas que describe esta nueva legislatura permite evocar un museo camboyano en Siem Reap, cuyo protagonista, Aki Ra, presume de haber desactivado 50.000 artefactos.

Es un experto en detectarlos. Por su pasado siniestro entre los jemeres rojos. Y porque su camino de expiación consistió —y consiste— en localizar las minas que sembró Pol Pot en las feroces campañas de exterminio. Todavía las hay enterradas. Muchísimas. Aki Ra conciencia a los campesinos. Y les enseña a localizarlas. La serenidad de los arrozales se resiente del estruendo con que prorrumpen las explosiones, como si hubiera un temporizador que desmiente la paz y la tranquilidad. Caminan despacio los camboyanos en los campos de cultivo. Levitarían, si pudieran hacerlo. Pisan la tierra como si temieran ofenderla o provocarla.

Es el escarmiento que le aguarda a Sánchez en la legislatura que acaba de inaugurarse. "Más difícil todavía", titulaba La Vanguardia en alusión a la reputación y dimensión circense del líder socialista. Nadie más cualificado que él para gestionar el circo político de los próximos años, mediando con habilidades contorsionistas entre el hombre bala, la mujer barbuda, los saltimbanquis, el domador de fieras, los payasos y los trapecistas.

Le conviene a Sánchez visitar el museo de Siem Reap. Y entrevistarse con Aki Ra para especializarse en el oficio de artificiero. Un campo de minas tiene delante de sí y un espeso laberinto de temporizadores, aunque conviene enfatizar y considerar su instinto de supervivencia y la flexibilidad de sus principios, como si fuera una criatura volátil e inasible.

Foto: Pedro Sánchez, este jueves en el Congreso, tras la votación de su investidura. (Alejandro Martínez Vélez/Europa Press)

1.- El revoltijo independentista en periodo electoral

La aversión a Vox y la hostilidad hacia el PP abastecen la argamasa de la segunda entrega de Frankenstein, aunque no es sencillo conciliar las marcas y las corrientes que han prodigado la investidura, tanto por las drásticas distancias ideológicas como por las metas electorales que se avecinan.

Habiendo, como hay, elecciones en Euskadi (primavera) y siendo, como son, verosímiles en Cataluña (¿otoño-invierno?), no va a resultarle sencillo a Sánchez gestionar el duelo PNV-Bildu ni el derbi ERC-Junts.

No va a resultarle sencillo a Sánchez gestionar el duelo PNV-Bildu ni el derbi ERC-Junts

Primero, porque el Partido Socialista también compite contra todos en los respectivos territorios. Y, en segundo término, porque los socialistas tienen que tomar partido de una manera o de otra por las coaliciones resultantes. ¿Qué puede suceder con la lealtad del PNV si Sánchez bendice un acuerdo con Bildu? ¿Cómo va a reaccionar Puigdemont a la gran batalla de la Generalitat?

Sánchez tiene que promover la victoria del Partido Socialista sin irritar el bidón de nitroglicerina donde las circunstancias le obligan a gobernar.

2.- El chantaje suizo

Los discursos de ERC (Rufián) y de Junts (Nogueras) en la sesión de investidura coincidieron en recordarle a Sánchez el precio y la vigencia del chantaje. También le sucede con las condiciones del PNV, pero son los socios catalanes quienes más exigencias han puesto a la accidentada legislatura, sin discriminar los objetivos maximalistas (referéndum).

Y no es que Sánchez vaya a gobernar maniatado, que también, sino que tiene que acreditar sus progresos en el humillante observatorio internacional que Puigdemont le ha montado en Ginebra. Le conviene a Sánchez un cursillo de supervivencia con Aki Ra, sobre todo porque Junts y Junqueras van a llevar la extorsión de la legislatura a unos límites insoportables.

Foto: La ministra de Igualdad en funciones, Irene Montero. (Europa Press/A. Martínez) Opinión
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3.- La venganza de Iglesias

Poca energía le queda a Podemos para resistir a la desaparición de la política nacional, pero su líder atmosférico ha amenazado con descarrilar la legislatura como escarmiento al sacrificio de ministros morados.

No los hay en el nuevo Gobierno de Sánchez porque Yolanda Díaz ha formalizado las ejecuciones, aunque la precariedad de la mayoría socialista concede una importancia desmesurada a las cinco señorías de Podemos.

¿Cuándo y cómo se cobrarán la venganza? ¿En qué cuestiones sensibles Iglesias va a organizar su plan de sabotaje? Tiene sentido recordar que Irene Montero será la cabeza de lista de Podemos en las europeas. Y que Podemos necesita diferenciarse como último remedio a la extinción.

Poca energía le queda a Podemos para resistir a su desaparición, pero su líder atmosférico ha amenazado con descarrilar la legislatura

4.- Las elecciones europeas

Serán el primer gran plebiscito al que se expone la legislatura de Sánchez desde la cita del 23-J. Y no es que pueda preocuparle un varapalo en unos comicios de escasa repercusión nacional, pero resultan útiles como termómetro de la opinión pública, tanto por la manera en que se haya disipado o no la escandalera de la amnistía como por la estabilidad que haya acreditado la gestión de una coalición heterogénea o desquiciada.

Sánchez gobierna allí donde quería. Perdió los comicios del 28-M. Y pueden escarmentarlo los comicios comunitarios, pero su gran obsesión y su gran objetivo se localizan en el viento de popa de la Moncloa.

5.- La presión del PP

No está claro que vaya a mantenerse la presión de la calle respecto a la amnistía ni que las corrientes saboteadoras del PP vayan a permitir a Feijóo ejercer el liderazgo de la oposición, aunque los populares disponen de ámbitos de poder que repercuten en el desgaste del sanchismo. El principal se localiza en el poder municipal y el autonómico, mientras que la opción filibustera se ubica en la mayoría absoluta del PP en el Senado. Se trata de poner obstáculos al sanchismo. Y de someterlo a una legislatura de grandes tensiones, no tanto confiando en que vaya a malograrse el cuatrienio, como en que Sánchez llegue carbonizado a los estertores de... 2027.

¿Será Sánchez el gran artificiero?

Las zonas de sombra e incertidumbre que identifican la legislatura podrían considerarse muy delicadas, si no fuera porque la mayor proeza política de Sánchez ha consistido en construir dos grandes bloques antagonistas.

El nacionalismo necesita a Sánchez lo mismo que Sánchez necesita el nacionalismo, de tal manera que las diferencias, las contradicciones y las incompatibilidades quedan sometidas al beneficio de la causa común.

Es un escenario deprimente y depresivo para el PP, cuyo techo electoral se resiente del aislamiento con que lo castiga el independentismo y cuyo principal aliado, Vox, es, al mismo tiempo, su peor enemigo. Abascal acude a la ayuda de Sánchez cada vez que lo necesita. Caricaturiza el rechazo clamoroso a la amnistía. Le monta las manis folclóricas de Ferraz. Le llama Hitler. Y fortalece la idea según la cual nadie hay mejor que Sánchez para librar la batalla del bien contra el mal.

La imagen de Pedro Sánchez en el campo de minas que describe esta nueva legislatura permite evocar un museo camboyano en Siem Reap, cuyo protagonista, Aki Ra, presume de haber desactivado 50.000 artefactos.

Pedro Sánchez
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