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Sánchez, Alsina y la venganza contra la prensa crítica
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Rubén Amón

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Sánchez, Alsina y la venganza contra la prensa crítica

La degradación de la democracia que ejerce el Gobierno afecta tanto a la separación de poderes como a las campañas contra medios y periodistas que ejercen sus obligaciones de escrutinio y vigilancia

Foto: Pedro Sánchez, en la Moncloa. (Reuters/Juan Medina)
Pedro Sánchez, en la Moncloa. (Reuters/Juan Medina)
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La semana que inaugura la legislatura emplaza al Rey a la apertura de la sesión parlamentaria el miércoles, pero también le atribuye un papel representativo en la entrega del premio Cerecedo a Carlos Alsina este mismo lunes.

Revisten interés los discursos que vayan a pronunciar ambos, más todavía cuando la segunda temporada de Frankenstein aloja la pretensión y la expectativa de vengarse de la prensa menos afín o afecta.

Ha cundido en la Moncloa que los medios discrepantes estuvieron a punto de fastidiarle a Sánchez la renovación en el cargo. Y se ha establecido la oportunidad de una venganza o de una purga, no ya para castigar la canallesca hostil, sino para neutralizarla en los próximos años y evitar nuevos sobresaltos en los comicios de…2027.

No requiere demasiada imaginación el procedimiento. La discriminación informativa con que el Gobierno premia a unos medios y sanciona a otros predispone el mismo criterio de inversión publicitaria. Habrá medios agraciados con las campañas comerciales de la Administración, como los habrá expuestos a las mayores presiones políticas y sacrificados ejemplarmente de la publicidad institucional.

Foto: El presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo. (Europa Press/Jorge Peteiro) Opinión

Más aseada es la prensa cuando menor es la dependencia de un Gobierno, pero un Gobierno no puede ni debe diseccionar los medios en función del grado de mansedumbre o de bravura con que reaccionan a los acontecimientos políticos y a las decisiones controvertidas.

Sabe el presidente del Gobierno que la prensa es frágil respecto a los nuevos paradigmas informativos y respecto a la viabilidad de los modelos de negocio. Y ha venido a convenirse en la Moncloa que procede presionar y ajusticiar no solo a los grupos de reputación conservadora que se consideran inocuos e irrecuperables, sino a los periodistas independientes que disienten de la glorificación del sanchismo. Identificarlos, señalarlos, mencionar sus nombres para exponerlos a la presión de la plaza pública y a los abrevaderos de las redes sociales, con el propósito de crear una atmósfera insalubre de intimidación.

Foto: Pedro Sánchez en su conferencia de prensa en Egipto. (EFE) Opinión
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La desgracia de la lista negra no solo consiste en la arbitrariedad con que los costaleros de Sánchez se ponen a sexar periodistas como un granjero se pone a sexar los pollos, sino en la anomalía democrática que implica coartar el contrapoder de la prensa, sea o no sea hostil.

Es el mismo contexto en que el presidente del Gobierno perfila y define las dimensiones aberrantes del muro. Su discurso de investidura —conviene recordarlo ahora— tanto aludió al oprobio de la oposición como enfatizó la denuncia de las campañas mediáticas adversas. Tan alarmante y relevante es la batalla del bien contra el mal, que urge definir la coalición de la oscuridad. No solo el PP y Vox. O los jueces. O los empresarios feroces. También la prensa discrepante. Y los sujetos particulares a quienes conviene familiarizar con una legislatura más agresiva que la anterior.

A la Moncloa no le molestan tanto los medios del facherío como las tribunas y los espacios de masas en que se reconoce a los periodistas íntegros o no alineados.

Molesta Alsina porque su discurso responde a las obligaciones deontológicas y obedece a la enjundia argumental y a la pluralidad

Alsina es un buen ejemplo. La pretensión de catalogarlo como conservador es tan ridícula como atribuirle la sumisión a los dogmas peperos. Molesta Alsina porque su discurso tanto responde a las obligaciones deontológicas como obedece a la enjundia argumental y a la pluralidad.

Molesta Alsina porque expone sin aspavientos las vergüenzas del emperador. Porque pregunta y editorializa con criterio. Y porque retrata el sanchismo en sus incoherencias y contradicciones, igual que antaño destapaba las zonas oscuras del marianismo. Molesta Alsina porque la defensa de unos valores y unos principios —incompatibles con el modelo de sociedad Vox, refractarios al nacionalismo cavernario— no le garantizan el dominio de la verdad, pero sí cualifican su honestidad, su rigor y su transparencia. Y molesta Alsina porque sus cualidades como interrogador —entre el Mossad y la Stasi— han convertido su programa (Más de uno) en una suerte de zona de excepción militarizada —un campo de minas— que rara vez se atreven a cruzar los cargos representativos del Ejecutivo, como si temieran someterse al suero de la verdad y temieran decir exactamente lo que piensan.

La Moncloa tiene un problema de credibilidad democrática no solo cuando diferencia a brochazos la categoría de la prensa entre la propicia y la adversa, sino cuando sitúa al otro lado del muro a los periodistas y los medios que cultivan el espíritu crítico y que ejercen con responsabilidad las obligaciones del escrutinio y de la vigilancia.

Por eso tiene sentido restregar a Pedro Sánchez un pasaje de su discurso de investidura que aludía a los comportamientos reaccionarios de la oposición, cuando parecen los destellos de su propio espejo: "Se empieza, señorías, negando el acceso a determinados medios de comunicación y se acaba amordazando al poder judicial y censurando a la prensa, como está ocurriendo en países gobernados por la derecha y la ultraderecha".

La semana que inaugura la legislatura emplaza al Rey a la apertura de la sesión parlamentaria el miércoles, pero también le atribuye un papel representativo en la entrega del premio Cerecedo a Carlos Alsina este mismo lunes.

Pedro Sánchez
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