No es no
Por
Felipe VI: nada que decir
La apertura de la legislatura respondió al escrúpulo institucional y a la neutralidad obligada, mientras que la anfitriona, Francia Armengol, hizo un discurso desgraciado y torpe sobre las carencias democráticas
“Trasoír”. El verbo, el neologismo, no es una novedad del diccionario actualizado de la RAE. Forma parte de los hallazgos neurocientíficos que expone Oliver Sacks en el ensayo de El río de la conciencia.
Y trasoír significa escuchar lo que nuestro interlocutor no ha dicho, más o menos como si los sentidos —el del oído— se dejaran engañar por un estado de sugestión que responde a las propias expectativas. Oímos lo que nadie dijo, igual que recordamos perfectamente lo que nunca sucedió.
Escucharon a Felipe VI las señorías, los tertulianos y los activistas de las redes sociales, pero algunos de ellos tras-oyeron las palabras que nunca se pronunciaron, tanto para reprochar al Rey sus intromisiones como para objetarle lo contrario y enfatizar las críticas a la pasividad.
Es la mejor noticia que puede decirse de la inauguración de la legislatura. Felipe VI se atuvo a la asepsia de su papel neutral y superpartes. Todo lo contrario de cuanto hizo Francina Armengol en su posición de anfitriona. No ya por el adoctrinamiento ni por el buenismo, sino por la repercusión del pasaje más insólito y temerario de la intervención: “Avancemos de una vez hacia una democracia sólida”. ¿Qué significa “de una vez”? ¿No somos una democracia sólida? ¿O no lo somos acaso porque el presidente de su partido —y el de la nación— ha socavado la separación de poderes y ha demostrado que la amnistía corrompe la igualdad de los ciudadanos y de los territorios? No, Armengol no estaba haciendo un ejercicio de autocrítica, sino uno prodigando una acrobacia entre el cinismo y la temeridad.
Se agradeció la “réplica” plana y átona del Rey en el recordatorio de las elementalidades, casi como si fueran garantías burocráticas. La convivencia, el bien común, la confianza, la responsabilidad. Y la enjundia de unos compases que permiten, claro, la proyección de todas las exégesis:
“Nuestra obligación, la obligación de todas las instituciones, es legar a los españoles más jóvenes una España sólida y unida, sin divisiones ni enfrentamientos”, expuso Felipe VI en el contexto del guirigay.
No le corresponde criticar la amnistía ni le compete discutir la aberración contra natura que Pedro Sánchez ha parido para levantar el muro del bien contra el mal. El rey Borbón midió las palabras como si carecieran de particular contenido semántico. Y no es cuestión de emular aquí a los expertos o peritos que analizan los gestos y las expresiones, pero la intervención de Felipe VI adquirió tanta sobriedad como sentido de la gravedad. Puestos a interpretar, diríamos que estaba incómodo y contenido, más allá del folclore con que lo observan y zahieren las fuerzas regicidas
El boicot de los partidos indepes al Rey no es solamente una falta de respeto a las instituciones y un incumplimiento de sus obligaciones, sino un desprecio hacia los votantes que los han elegido para representarlos.
Y representarlos significa responsabilizarse del escaño que ocupan. No necesariamente para aplaudir en arreglo al sentido de Estado y a la cortesía, sino para reconocer el imperio… de la soberanía popular.
Fue el contexto subversivo —subversivo de salón— en que los indepes vascos, gallegos y catalanes calentaron la llegada del Rey con la difusión de un comunicado despectivo que lo retrataba como una terminal de Franco.
"La monarquía es heredera de la dictadura y pieza fundamental del régimen que aún supone un cerrojo a las aspiraciones nacionales y sociales de nuestras naciones", suscribían las señorías indepes.
El exabrupto tendría más valor si no fuera porque los partidos soberanistas reniegan del Parlamento en su emanación de 1978, pero condescienden con la influencia de un despacho de Ginebra donde va a fiscalizarse la legislatura. Sin transparencia ni conciencia democrática.
Los partidos indepes reniegan del Parlamento en su emanación de 1978, pero condescienden con la influencia de un despacho de Ginebra
De hecho, el desplante de los soberanistas escenifica la anomalía de la coalición que ha ungido a Sánchez. Ni creen en la Constitución ni toleran por idénticas razones la fórmula de la monarquía parlamentaria, menos aún cuando el ceremonial se “resiente” del espesor castrense o cuando Felipe VI comparece con las garantías hereditarias de la princesa Leonor.
Fue ella la protagonista de la jura de la Constitución en la jornada del 31 de octubre, pero este miércoles le correspondió un papel gregario. Las cámaras y los flashes la escrutaban mientras su padre despejaba el discurso inaugural, constreñido a un ejercicio de neutralidad aséptico y estilizado.
No hizo competencia Armengol al Rey en su discurso introductorio. La vaguedad se hizo tan evidente como el catálogo de obviedades. Mal leído. Mal escrito. Y repleto de lugares comunes, incluida la expresión de la “escucha activa”, la alusión a la empatía, el trabalenguas de un poema de Margarit y el sarcasmo del Parlamento como espacio transparente, cuando la legislatura se liquida y dirime en un despacho de Ginebra.
“Trasoír”. El verbo, el neologismo, no es una novedad del diccionario actualizado de la RAE. Forma parte de los hallazgos neurocientíficos que expone Oliver Sacks en el ensayo de El río de la conciencia.
- Feijóo alerta a la UE del "reconocimiento" de Hamás a Sánchez: "Rompe el consenso de Europa" Ana Belén Ramos
- Sánchez se reafirma: "Condenar la matanza indiscriminada en Gaza es cuestión de humanidad" Marisol Hernández
- Puigdemont se abre a votar con el PP si Sánchez incumple su acuerdo Nacho Alarcón. Bruselas