No es no
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El PP hace el ridículo venerando a Sarkozy
No tiene sentido atacar a Sánchez por el 'lawfare' y la libertad de prensa para luego ponerse de rodillas ante un delincuente y un corrupto que divulga el mismo discurso victimista e incendiario
Produce una mezcla de ternura y estupor la devoción que el PP está profesándole a Nicolas Sarkozy en la campaña de presentación de sus memorias. Como si pretendiera ignorarse el brazalete electrónico que la Justicia le ajustó para tenerlo localizado. Y como si pudiera disociarse que los ataques del expresidente francés a la Justicia, la prensa y la separación de poderes fueran distintos a los que los populares reprochan a Sánchez.
La diferencia, acaso, consiste en el contraste de los historiales delictivos. El líder socialista carece de antecedentes penales —que no de antecedentes morales—, mientras que Sarkozy los ha cometido de manera versátil en situaciones tan hipersensibles como la financiación ilegal y el tráfico de influencias. Tres años de cárcel sacudieron al fallido mesías por haber intentado sobornar a un juez en una investigación penal que le concernía.
El escarmiento de los tribunales precipitó la manía persecutoria de Sarkozy. Y el inicio de una estrategia victimista cuya línea editorial recuerda la posición de Sánchez respecto al lawfare y el ataque de los medios informativos. Podrían encontrarse paralelismos idénticos en sus discursos.
La diferencia, acaso, consiste en el contraste de las funciones políticas. Ya le gustaría a Sánchez disponer de los poderes que caracterizan al jefe del Estado francés en un régimen bonapartista. Tanto preside el Consejo Superior de la Magistratura como nombra personalmente a tres de los nueve miembros del Consejo Constitucional, incluido el presidente.
¿Es este el modelo de separación de poderes que sostendrían los populares? La pintoresca devoción del PP por Sarkozy proviene de las viejas alianzas aznaristas, de las coincidencias ideológicas, de los resabios populistas, del encarnizamiento de la batalla cultural y del oportunismo con que el colega francés ha relativizado la gravedad de la extrema derecha.
Es una manera de sofisticar las relaciones de Génova 13 con su aliado montaraz y cavernario (Vox), pero no puede decirse que la pésima reputación de Sarko sirva de espacio de garantías y de homologación a quienes lo han convertido en gurú trasnochado del ala conservadora.
Y no solo por los delitos cometidos, sino por la frustración que supuso el quinquenio presidencial (2007-2012). Se malograron las expectativas providencialistas que lo condujeron al Elíseo. Se desmoronó la promesa de la república irreprochable. Se le amontonaron los casos de amiguismo, de puertas giratorias y de opulencia. Y sobrevino el escarmiento plebiscitario que supuso no ya perder las elecciones presidenciales, sino hacerlo frente a un adversario tan precario como el socialista François Hollande.
La diferencia, acaso, entre Sarkozy y Sánchez consiste en que el compadre socialista va camino de eternizarse en el poder. Denuncian los populares la deriva autocrática, la hostilidad a la prensa, la agresión a la separación de poderes. Y no les falta razón en sus inquietudes. Por eso carece de todo sentido dejarse fascinar por la anomalía democrática que representa Nicolas Sarkozy en sus propias afinidades nucleares al discurso sanchista.
Debe sentirse Sarkozy asombrado por el agasajo de Aznar, Ayuso y Almeida. Y por el despliegue mediático que ha dado vuelo a la campaña divulgativa de su memorial (Los años de las luchas, Alianza Editorial). Simpático, inteligente y bastante manipulador. Un seductor no ya capaz de engatusar a Carla Bruni, sino de embaucar a una nación hasta que le dieron boleto y le restregaron en las urnas un inventario exento de milagros y de proezas.
Quiso suscribir la política de la emoción y del instinto, ignorando que la estrategia de la extroversión y del populismo chic terminaría aislándolo en una parodia de sí mismo. Nicolas Sarkozy iba a refundar el capitalismo, iba a sepultar la Francia hippie del 68, iba a convertirse en el maquinista de Europa a la vera de Angela Merkel, e iba a devolver a sus compatriotas la superstición mitterrandista de la grandeur y el paraíso perdido.
La derechona que tanto adora a Sarko desde el provincianismo y desde un fatuo afrancesamiento tendría que reparar en el historial y en la ejecutoria de un político corrupto cuyas ambiciones de heredar la gloria republicana de Charles de Gaulle terminaron colisionando con la fantasmagoría de Berlusconi.
Produce una mezcla de ternura y estupor la devoción que el PP está profesándole a Nicolas Sarkozy en la campaña de presentación de sus memorias. Como si pretendiera ignorarse el brazalete electrónico que la Justicia le ajustó para tenerlo localizado. Y como si pudiera disociarse que los ataques del expresidente francés a la Justicia, la prensa y la separación de poderes fueran distintos a los que los populares reprochan a Sánchez.
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