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La nueva arma de Sánchez es el antisanchismo
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Rubén Amón

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La nueva arma de Sánchez es el antisanchismo

El movimiento heterogéneo contra el presidente del Gobierno se ha convertido en un recurso, gracias a la propaganda del oficialismo, el mito de la manía persecutoria, la rutina de las aberraciones políticas y la oposición estéril del PP

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Rodrigo Jiménez)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Rodrigo Jiménez)
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No es cuestión de ponerse a sexar periodistas entre costaleros de Sánchez y detractores, pero llama la atención el grado de inmunidad y de sumisión que conceden al presidente los colegas más significados del oficialismo.

El fanatismo se justifica en la vanagloria de las propias identificaciones ideológicas. No ya porque la izquierda se ilumina a sí misma en la idea del bien, sino porque cualquier disparate en que incurra el líder socialista merece subordinarse al peligro de la alternativa: Vox y el PP.

Es el contexto de indulgencia en que se toleran a Sánchez todos los volantazos políticos. Tanto vale sacrificar la Constitución para fomentar las amnistías a medida o relacionarse promiscuamente con Bildu como se concede a Junts el desarrollo de la política supremacista y xenófoba.

Funciona la estrategia del encubrimiento, hasta el extremo de que la apología del sanchismo en sus terminales mediáticas y morales enfatiza la inutilidad del antisanchismo. Es más, el antisanchismo se ha convertido en un aliado fundamental y propicio de su manual de resistencia, precisamente porque Sánchez convierte la energía contraria, la agresión ajena, en fuerza propia, igual que ocurre con los maestros virtuosos del aikido.

Foto: Pedro Sánchez y Óscar Puente en el Congreso de los Diputados. (EFE/Sergio Pérez)

El fenómeno se justifica en toda clase de argumentos complementarios. Empezando por la manía persecutoria que denuncian los costaleros de Sánchez. Nuestro presidente sería el objeto y el objetivo de un acoso y de un hostigamiento desmedidos. Quienes lo fiscalizan y escrutan no habrían aceptado el resultado de las elecciones. Y no le permiten gobernar.

Sánchez es inmune al antisanchismo porque ha convertido en rutina las aberraciones políticas. Una pirueta encubre la anterior y predispone la siguiente, más todavía cuando el hartazgo y la amnesia de la sociedad contribuyen a la normalización de la política más excéntrica.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (d), durante la intervención de Carles Puigdemont en Estrasburgo. (EFE/Ronald Wittek)
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El antisanchismo no es un movimiento ni un partido político, sino un fenómeno heterogéneo donde cohabitan socialdemócratas de bien, liberales honestos, conservadores sin tacha, radicales de ultraderecha, tertulianos casposos, periodistas ecuánimes, telepredicadores de partido, huérfanos de Ciudadanos, dinosaurios, militantes de Vox, libertarios y liberticidas.

La Moncloa y sus medios afines convierten semejante amalgama en una degradación misma de la legítima y necesaria oposición a Sánchez. Retratar al presidente en sus embustes y en sus contradicciones convierte al antisanchista en un facha o en un hooligan cuya iracundia se ceba a hostias con el muñeco cabezudo de Ferraz. Incluido Felipe González.

El problema del antisanchismo como artefacto incendiario no solo consiste en su inocuidad, sino en que se resiente de la comodidad que implica utilizarlo como remedio a las propias limitaciones políticas. Nada más fácil para el PP que recrearse en una oposición simplista y simplificada. La propaganda antisanchista sirve de excusa a la ausencia de propuestas y caracteriza la frustración derivada del escarmiento del 23-J.

Foto: El expresidente del Gobierno Felipe González participa en un homenaje a la Constitución. (Europa Press/Kiko Huesca) Opinión
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Se explica así la confusión o manipulación en que incurre Feijóo cuando pretende representar toda la oposición a Sánchez. O cuando se atribuye la movilización de las calles. Puede que todos los votantes del PP sean antisanchistas, pero no todos los antisanchistas votan al PP ni están dispuestos a hacerlo mientras sigan en juego las siglas de Vox. El PP está obligado a ejercer una oposición no solo destructiva, sino también creativa y proclive a la defensa del interés general. El arma del antisanchismo se consume y se desgasta hasta hacerla inútil.

Y no es cuestión de comparar a Sánchez ni con Trump ni con Berlusconi, pero tiene sentido relacionar unos y otros casos respecto al efecto contraproducente de los movimientos anti. La izquierda italiana no tuvo otro discurso que el antiberlusconismo, del mismo modo que el antitrumpismo se ha convertido en uno de los grandes motores de su reanimación.

No es cuestión de ponerse a sexar periodistas entre costaleros de Sánchez y detractores, pero llama la atención el grado de inmunidad y de sumisión que conceden al presidente los colegas más significados del oficialismo.

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