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Puigdemont es un Sánchez más sofisticado que Sánchez
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Rubén Amón

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Puigdemont es un Sánchez más sofisticado que Sánchez

El presidente del Gobierno ha encontrado un adversario que utiliza sus mismos ardides y sus mismas abyecciones, llevando a la extorsión el porvenir de la legislatura

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (d), durante la intervención del eurodiputado Carles Puigdemont. (EFE/Ronald Wittek)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (d), durante la intervención del eurodiputado Carles Puigdemont. (EFE/Ronald Wittek)
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Un economista cuya identidad mantendremos en el anonimato me escribía que Sánchez ha encontrado la horma de su zapato. Y que el sadismo de Carles Puigdemont desquicia al presidente del Gobierno abusando de las armas y de los recursos aberrantes que el propio Sánchez utiliza de manera rutinaria. No tienen principios ni líneas rojas el rehén ni el secuestrador. Por eso han colisionado. Sánchez acostumbraba a deshacerse de sus adversarios porque jugaba con ardides inaceptables y límites inadmisibles, pero ha subestimado su capacidad de crear escuela. Y han terminado por mejorar la versión más sofisticada. Sucede en la dinámica justiciera de maestros y alumnos. Heráclito, panta rei, sostenía que no podías bañarte dos veces en el mismo río, mientras que su discípulo Crátilo iba más lejos cuando aseguraba que no podías bañarte siquiera una sola vez.

La pugna entre los caníbales deteriora hasta extremos disparatados la salubridad del sistema político e institucional. De ahí el interés que reviste exhumar un pasaje de El rey Lear donde el conde Gloucester exhala la desdicha de la condición humana en la coyuntura del poder: "Es el signo de los tiempos que los locos guíen a los ciegos". Ha perdido la vista él mismo, porque le han arrancado los ojos como castigo y expiación de la lujuria. Y le conduce de la mano Edgar, su hijo enloquecido en la obra de Shakespeare.

La angustia de la escena se propaga cuando el lazarillo finge estar llevando a su padre para arrojarlo en el abismo de un precipicio. Y empujarlo lo empuja, pero no sobreviene la inmolación porque Gloucester, en realidad, no ha ascendido a ninguna sima.

Impresiona la analogía de El rey Lear en el vértigo de la política celtibérica. No ya por la imagen del loco de Carles Puigdemont conduciendo al ciego de Sánchez en la desdicha de los tiempos, sino por la metáfora del sacrificio impostado. El delincuente le ha enseñado el abismo al presidente del Gobierno. Y lo ha empujado no al vacío sino… al suelo, pero la sesión traumática celebrada el martes demuestra que Puigdemont es capaz de malograr la legislatura si la ley de amnistía no se concibe exactamente como él mismo la escribe y reclama.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante el pleno en que Junts tumbó la amnistía. (Europa Press/Fernando Sánchez)

Y va a resultar complicado resolver el enigma, entre otras razones por que las exigencias del president desterrado socavan la Constitución y contravienen el derecho comunitario. Más que la amnistía, Puigdemont exige la inviolabilidad. Y protegerse de unos delitos que no debería temer —alta traición, terrorismo— si no los hubiera realmente cometido.

Resulta fascinante el terreno movedizo en que Sánchez y Puigdemont amalgaman sus respectivos manuales de supervivencia. Se necesitan entre sí. El presidente no puede permitirse el sacrificio la legislatura y el president no puede desaprovechar la oportunidad de una amnistía a medida.

Foto: Miriam Nogueras pasa por delante del escaño de Pedro Sánchez, en el debate de la ley de amnistía en el Congreso. (EFE / Borja Sánchez-Trillo)

Quiere decirse que prevalece en ambos casos no la gobernabilidad de la nación española ni la épica libertaria del independentismo, sino los respectivos intereses particulares. Puigdemont y Sánchez están encadenados en el hedor de sus respectivas políticas. No puede salvarse el uno ni morir el otro, pero los márgenes de cesión dirimen de forma asimétrica los márgenes de la pugna. Y es Puigdemont quien dispone de una posición superior de abuso y de humillación. Por eso se han permitido descarrilar la ley de amnistía. Y por la misma razón, Junts escenifica su capacidad de coacción sobre la legislatura. Carece de toda credibilidad el énfasis con que el clan socialista y los medios afines exponen la firmeza del plantón, la adhesión a los principios. Sánchez no los respeta ni los conoce. Ha triturado cualquier relación con la ética, con la palabra.

Y es verdad que el TC y el TJUE pueden enmendarle o rectificar ley de amnistía, precisamente porque resulta incendiario condescender con el terrorismo y frivolizar con Putin, pero la capacidad adaptativa del sanchismo rebuscará soluciones cosméticas y ardides propagandísticos para rescatar al líder máximo de un territorio que le resulta anómalo: la derrota, el duelo con un tahúr más cualificado, y "fiarse de la amistad de un lobo y del juramento de una puta", como recuerda Shakespeare en su Lear.

Un economista cuya identidad mantendremos en el anonimato me escribía que Sánchez ha encontrado la horma de su zapato. Y que el sadismo de Carles Puigdemont desquicia al presidente del Gobierno abusando de las armas y de los recursos aberrantes que el propio Sánchez utiliza de manera rutinaria. No tienen principios ni líneas rojas el rehén ni el secuestrador. Por eso han colisionado. Sánchez acostumbraba a deshacerse de sus adversarios porque jugaba con ardides inaceptables y límites inadmisibles, pero ha subestimado su capacidad de crear escuela. Y han terminado por mejorar la versión más sofisticada. Sucede en la dinámica justiciera de maestros y alumnos. Heráclito, panta rei, sostenía que no podías bañarte dos veces en el mismo río, mientras que su discípulo Crátilo iba más lejos cuando aseguraba que no podías bañarte siquiera una sola vez.

Pedro Sánchez Carles Puigdemont
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