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Rubén Amón

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Abascal lleva a Vox al abismo

La absorción del PP en los pactos territoriales, la alianza siniestra con Sánchez, el ciclo electoral adverso y las batallas internas, deprimen la ultraderecha española cuando más prospera la europea

Foto: El presidente de Vox, Santiago Abascal. (EFE/Juan Herrero)
El presidente de Vox, Santiago Abascal. (EFE/Juan Herrero)
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Las encuestas oficiales y extraoficiales coinciden en señalar que Vox podría quedarse sin representación parlamentaria en Euskadi. Y no es que tuviera hasta ahora la menor influencia —un escaño— pero la decadencia se añade al reciente escarmiento gallego, al retroceso en Cataluña y a la inercia depresiva que ya habían denotado las últimas generales.

La ultraderecha española tardó mucho en llegar y puede tardar poco en marginalizarse. Vox conserva un suelo aguerrido, masculino y militante que lo preserva de la total extinción, pero el porvenir del partido de Santi Abascal ya se resiente de la provisionalidad que caracteriza la nueva política española: Podemos y Ciudadanos consumieron a una velocidad —y una ferocidad— equivalente a las expectativas creadas.

Unas cuantas razones propias amontona Vox para explicar su proceso de jibarización. Y no solo por las rencillas internas, la fuga de Olona, la salida de Espinosa de los Monteros, la guerra de clanes o la influencia del ala doctrinal-confesional, sino porque las evidencias de la endogamia se añaden al sabotaje del cambio de guardia en la Moncloa.

Vox se ha convertido en un aliado instrumental de Sánchez. No ya cuando se menciona el fantasma de la extrema derecha, sino porque los votantes dispuestos a inclinarse hacia Feijóo renuncian a hacerlo en cuanto aparece Abascal como socio necesario y nuclear de la coalición.

Foto: Abascal en la Conservative Political Action Conference en 2024. (Michael Reynolds/Efe/Epa)

De hecho, el argumento providencial de la investidura de Sánchez consistió en los pactos autonómicos que PP y Vox formalizaron después del 28M. No cabía mejor demostración de la connivencia ideológica y orgánica entre ambos, aunque el recorrido y el destino de los acuerdos aloja un mecanismo digestivo que también explica el deterioro de Vox: el pez grande se come al pequeño, segrega al socio menor a una posición marginal.

La valoración de Abascal en la última encuesta del CIS se sitúa en un exiguo 2,81 (sobre 10). Y no es que haya alternativas al condotiero ultra —nadie se presentó en el último congreso interno—, pero el cesarismo con que gobierna el partido se antoja equivalente al deterioro del discurso político, al friquismo que caracteriza a Vox, a la holgazanería y charlatanería de sus colegas.

Foto: Alberto Núñez Feijóo, en el Congreso de los Diputados. (Europa Press/Eduardo Parra)

El ciclo electoral de la apertura de la temporada —gallegas y vascas— ha resultado particularmente adverso, de tal manera que las mejores oportunidades de los muchachos de Abascal no se dirimen tampoco en las catalanas, sino en los comicios europeos del próximo junio.

No solamente por la ventaja que conlleva la circunscripción única, sino porque Vox aspira a entremezclarse en la inercia xenófoba y euroescéptica de la ultraderecha continental. Se explica así la iracundia con que la diputada Rocío de Meer —apellido muy castizo…— discrepó del consenso parlamentario respecto a la regularización de 500.000 inmigrantes. "Queremos que España siga siendo España y no Marruecos, ni Argelia, ni Nigeria, ni Senegal. Esto no es odio ni racismo, es sentido común".

Hubiera resultado más verosímil el desahogo de su señoría sin las aclaraciones ("esto no es racismo"), pero el énfasis patriotero y xenófobo de Vox no implica que la euforia de otros partidos afines —Portugal, Italia, Holanda…— rectifique la inercia negativa de la agrupación española.

Las únicas elecciones que ha ganado Abascal son las argentinas. E igual gana las americanas del próximo mes de noviembre, pero el patrón de Vox no puede encubrir en el espeso tupé de Donald Trump el deterioro de su partido ni el fallo multiorgánico que se le avecina, tanto por el desprestigio de la marca y su pérdida de influencia en la vida política como porque la ultraderecha es el principal obstáculo del relevo en la Moncloa.

Las encuestas oficiales y extraoficiales coinciden en señalar que Vox podría quedarse sin representación parlamentaria en Euskadi. Y no es que tuviera hasta ahora la menor influencia —un escaño— pero la decadencia se añade al reciente escarmiento gallego, al retroceso en Cataluña y a la inercia depresiva que ya habían denotado las últimas generales.

Santiago Abascal Vox
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