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¿Sánchez ha matado a besos el 'procés'?
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Rubén Amón

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¿Sánchez ha matado a besos el 'procés'?

El presidente del Gobierno presume de haber desinflamado el furor independentista, pero no repara en las aberraciones políticas que ha cometido ni identifica el batacazo con el hastío emocional

Foto: El presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. (Europa Press/Diego Radamés)
El presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. (Europa Press/Diego Radamés)
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Ya veremos si el 'procés' ha muerto o estaba de parranda, pero no ha titubeado Sánchez en atribuirse el protagonismo de los funerales. La terapia de la desinflamación habría funcionado. Lo demostraría el batacazo del independentismo en las urnas, aunque tiene sentido preguntarse si el 'procés' ha decaído “gracias a” Sánchez o simplemente “durante” el mandato de Sánchez o, en realidad, ha sucedido“pese a” Sánchez.

La versión del presidente del Gobierno no admite dudas. Él mismo congregó a los camaradas del partido el lunes para relacionar la victoria del PSC con la terapia del amor y del cariño. La política del perdón habría rectificado la mala vida de los descarriados. Y habría desmovilizado la furia de la grey independentista, hasta el extremo de quedarse en casa.

Le conviene a Sánchez semejante lectura porque le exonera de las aberraciones que ha cometido. Había renegado de los indultos y había abjurado de la amnistía. Y terminó instrumentándolos no porque creyera en su capacidad terapéutica, sino porque era la única manera de garantizarse la investidura y de consolidar la mayoría parlamentaria.

Si aceptamos el mérito integral de Sánchez en la muerte del 'procés', habría que reprocharle entonces la envergadura del precio. Le habría resultado carísima a nuestra democracia la humillación del Estado, el trato de favor a los delincuentes, el reconocimiento de los delitos políticos, la injerencia en la tarea de los jueces, la extorsión del soberanismo, la imagen degradante de un gobierno que se negocia de Suiza, la polarización de la sociedad.

Foto: Entrevista a Michael Ignatieff. (Alejandro Martínez Vélez)

No puede concebirse una lectura entusiasta de la muerte del 'procés' con semejante balance. Y sí merece discutirse que el soborno político apoquinado por Sánchez haya funcionado como catarsis. No ya porque la amnistía y el 'lawfare' han resucitado la alternativa de Puigdemont en su relato indecoroso del héroe perseguido, sino porque cuesta trabajo relacionar la agonía del 'procés' con argumentos racionales o fundamentos estratégicos. El 'procés' ha sido un psicodrama. Un caldero de emociones, cuando no el histerismo y el histrionismo de una sociedad expuesta a la atracción de una nueva patria y un destino colectivo.

No se hubiera manifestado el 'procés' sin la coincidencia fatídica de unos cuantos gobernantes -Rajoy, Torra, Rovira Junqueras, Puigdemont…-, pero la naturaleza mercurial y hormonal que lo identifican trasciende la expectativa de reducirlo a la solución terapéutica del sanchismo. No hemos perdonado a los delincuentes desde la clarividencia y la condescendencia. Les hemos pedido perdón. Hemos convertido al Estado en culpable y degradado gravísimamente la credibilidad de las instituciones.

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo (c), junto al presidente del PP de Cataluña, Alejandro Fernmández (i), y la candidata a las elecciones europeas, Dolors Montserrat (d). EFE / Fernando Villar

Resulta una frivolidad y una temeridad celebrar la muerte del 'procés' o desvincularlo de las fechorías perpetradas. El desfallecimiento del soberanismo proviene del hastío y de la exasperación. Se ha malogrado el sueño. Se ha corregido el delirio. Y se le ha restregado a Pere Aragonès la inhibición de las tareas de gobierno. El 'procés' funcionaba como una solución disuasoria y una manera de encubrir las obligaciones ejecutivas, más allá de haber complacido la situación penal de unos privilegiados.

El espejismo de la tierra prometida ha terminado subordinado a la emergencia del agua, a la crisis de la vivienda, al conflicto migratorio, a la contracción económica, al deterioro del tejido empresarial, a la seguridad.

Y es una buena noticia que haya entrado en crisis el movimiento independentista -ya lo había hecho en las generales del 23-J-, como se antoja tranquilizadora la hipótesis de Salvador Illa en el trono de la Generalitat, pero el trauma de estos siete años no puede resolverse desde la megalomanía de Sánchez ni exonerándolo de haber forzado hasta extremos inaceptables los límites de la convivencia, de la igualdad, de la justicia y de la dignidad de una nación.

Ya veremos si el 'procés' ha muerto o estaba de parranda, pero no ha titubeado Sánchez en atribuirse el protagonismo de los funerales. La terapia de la desinflamación habría funcionado. Lo demostraría el batacazo del independentismo en las urnas, aunque tiene sentido preguntarse si el 'procés' ha decaído “gracias a” Sánchez o simplemente “durante” el mandato de Sánchez o, en realidad, ha sucedido“pese a” Sánchez.

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