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Rubén Amón

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La ultraderecha parasita el eje de Europa

Las victorias de Le Pen y Meloni más el resultado extraordinario de los radicales alemanes conmueven el porvenir de un proyecto en el que pesa mucho menos el folclore de Vox

Foto: Le Pen y Bardella comparecen en la noche electoral. (EFE)
Le Pen y Bardella comparecen en la noche electoral. (EFE)
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La gran paradoja de las elecciones europeas consiste en que se ceban con ellas los partidos que menos creen en la UE. La ultraderecha constituye una suerte de fenómeno parasitario. Desnutre desde dentro el proyecto comunitario. Y propaga la feroz y falaz propaganda de la seguridad y de la inmigración para explorar la psicosis y la angustia.

Ha sucedido en España con la remontada de Vox y con el esperpento populista de Alvise, pero ha sucedido con mayor rotundidad en la locomotora de la Unión Europea. El partido de Le Pen ha arrasado en Francia. Y Alternativa por Alemania es la segunda fuerza en la fortaleza germana, de tal manera que los socialistas de Scholz -ahora en el Gobierno- parecen abocados a las consecuencias de una crisis traumática.

El contexto depresivo se añade a la gloria de Giorgia Meloni en Italia, cuya victoria plebiscitaria ni siquiera requería la confirmación de los resultados. Y no es que la ultraderecha haya sumado tantos escaños como se temía, pero reviste extraordinaria importancia el peso que ha adquirido en los países de mayor peso político, impacto económico y superior demografía.

De hecho, la victoria impactante de la Reagrupación Nacional —el doble de cuanto ha logrado el partido de Macron— predispone la inercia de la campaña de Marine Le Pen en las elecciones presidenciales de 2027.

Foto: Emmanuel Macron saluda desde su coche oficial. (EFE/Hannah McKay)

Ha sido consciente Macron de semejante varapalo. Y ha disuelto las cámaras en beneficio de un proceso electoral que invita al pronunciamiento de la sociedad francesa. El ejercicio de responsabilidad es tan elocuente como su debilidad en el Elíseo. La peor herencia de Macron —como la de Obama con Trump— puede consistir en dejar su trono a la matrona de la ultraderecha.

Impresiona el sabotaje de los partidos ultras en los grandes países, tanto como impacta el valor simbólico de los pequeños. No ya la Hungría eurófoba de Orban, sino el caso inquietante de Austria.

Foto: Banderas de la UE en un colegio electoral en Berlín (Reuters/Christian Mang)

Fue allí donde la ultraderecha sacudió el continente en los tiempos del difunto Jörg Haider en la transición de los noventa, pero es ahora cuando el partido del que fue líder (FPÖ) se convierte en la ganadora de los comicios comunitarios, insistiendo en el discurso del nacionalismo y de la xenofobia, pero con un lenguaje menos agresivo y unas maneras civilizadas.

Se trata de perfumar al escorpión con más sofisticación de cuanto sucede en España con el esperpento de Alvise —Se acabó la fiesta— o con la brutalidad de Abascal, cuya ferocidad e inconsciencia discursiva —más muros, menos moros— ubica a Vox a la derecha de la ultraderecha y la degrada al ámbito de los partidos folclóricos y confesionales.

Foto: El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, y la italiana Giorgia Meloni, en una cumbre en Bruselas. (Reuters/Yves Herman)
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Conviene aclarar que las formaciones radicales ubicadas en el Parlamento de la UE tienen distancias y diferencias. Y que la concepción del nacionalismo las enfrenta, pero ha sido Le Pen quien ya ha propuesto a Meloni la oportunidad de una alianza estratégica cuya envergadura e influencia pueden terminar condicionando la política energética, económica, medioambiental, militar, migratoria, diplomática en perjuicio de la cesión de soberanía o para gloria de Vladimir Putin en el frente de Ucrania.

Es más fácil atacar Europa que defenderla. Y más sencillo precipitar las consignas temerarias —los muros, los enemigos, los invasores, la nostalgia de los viejos estados— que concebir un ejercicio de pedagogía capaz de estimular a la movilización de los ciudadanos. La ultraderecha se aprovecha de la ideología y de los fantasmas. El objetivo de asustar a los votantes funciona mejor que el de atraerlos. Por eso resulta tan indignante que los grandes condotieros de la ultraderecha vayan contra el interés de los ciudadanos a los que dicen defender y atraer.

La gran paradoja de las elecciones europeas consiste en que se ceban con ellas los partidos que menos creen en la UE. La ultraderecha constituye una suerte de fenómeno parasitario. Desnutre desde dentro el proyecto comunitario. Y propaga la feroz y falaz propaganda de la seguridad y de la inmigración para explorar la psicosis y la angustia.

Marine Le Pen Giorgia Meloni Alvise Pérez
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