No es no
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El hombre bulo nos habla de la verdad
La relación patológica de Sánchez con la mentira, la reacción histérica a las informaciones sobre su mujer y la degradación de la democracia que él ha fomentado, le impiden erigirse en paladín de la transparencia
El problema de Sánchez es la credibilidad. Y la concepción delirante de un “plan de acción por la democracia” que obedece, nuevamente, a la urgencia de sus intereses personales. No pretende inculcar la transparencia en los medios ni fomentar la pluralidad, sino escarmentar a quienes se atreven a cuestionar el comportamiento de su Gobierno y de su mujer. Por esa razón hablaba con tanto descaro del derecho al honor y de la rectificación. Y por idénticos motivos establecía él mismo la frontera de bulo y de la desinformación, como si la máquina del fango no residiera en las cloacas de la Moncloa. Sánchez imputa a los demás lo que él mismo hace.
Así es que llamémosla “ley Begoña”, una respuesta oportunista y calenturienta que subordina el interés general a la conveniencia propia. A Sánchez no se le había ocurrido la variante del “plan mordaza” hasta que ha considerado necesario depurar a los medios hostiles. La categoría amalgama la prensa seria y la sensacionalista. Y encubre el propósito de generalizar la censura manipulándose o invocándose las directivas europeas de rigor mediático, como si no fuera él mismo un mentiroso compulsivo.
Sánchez no consideraba perentorio modificar el derecho de rectificaciónhasta que Begoña no lo ejerció contra El Confidencial. Sánchez no parecía interesado en modificar la normativa sobre el derecho al honor hasta que El Confidencial puso sobre la mesa las evidencias informativas. Sánchez no puso en entredicho la reputación ni la financiación de los digitales -amalgamándolos como si fueran todos iguales- hasta que El Confidencial documentó las irregularidades en que incurrió su pareja.
El lobo se ha puesto a cuidar las ovejas. Y el pirómano pretende apagar el incendio. Ningún presidente del Gobierno ha degradado más que Sánchez la salubridad democrática ni el hábitat institucional. De hecho, el propósito regenerador del líder socialista coincide con la designación del ministro Escrivá como gobernador del Banco de España, con la sumisión del Constitucional a los intereses del PSOE -caso ERE-, con la inminente imputación del fiscal general del Estado por las filtraciones relativas a la pareja de Díaz Ayuso y con las novedades judiciales del caso Begoña.
Sánchez no parecía interesado en modificar la normativa sobre el derecho al honor hasta que este medio puso sobre la mesa las evidencias
No puede considerarse un bulo ni una desinformación que el empresario Barrabés frecuentara la Moncloa en presencia del matrimonio Sánchez, ni que la señora Gómez rentabilizara la fertilidad de aquellos encuentros.
Las abstracciones del fango y de la fachosfera tanto le valen a Sánchez para lanzar su plan regenerador como aspiran a excluirle de la desfachatez con que el presidente del Gobierno ha ejercido su poder intimidatorio.
Regeneración. ¿No es él quien premia y castiga a unos medios y otros con la publicidad institucional? ¿No es él quien discrimina unos medios y otros concediendo entrevistas y filtrando información? ¿No es él quien señala a periodistas con nombre, quien organiza las cacerías? ¿No es él quien media con las grandes compañías para ahogar la publicidad de los medios hostiles? ¿No es él mismo una máquina de noticias falsas, de bulos, de informaciones interesadas? ¿Y no es él quien ha convertido RTVE en un instrumento de propaganda, en una terminal exclusiva de sus intereses?
Unas y otras preguntas inhabilitan la solemnidad con que Sánchez utilizaba este miércoles la tribuna parlamentaria para hablarnos de transparencia, publicidad institucional, mediciones de audiencia, concentración, pluralidad, deontología, rigor informativo y homologación comunitaria. Naturalmente que los medios de comunicación deben sacudirse la toxicidad de los bulos y exponerse al escrutinio público, al requisito de la credibilidad, al umbral del código penal y del código civil, pero el proyecto censor del patrón monclovense no responde a la ambición de la claridad democrática, sino a la relación alérgica que le provocan los contrapoderes y los contrapesos. Ni le gustan los jueces, ni le gusta la jefatura del Estado, ni le gustan los límites comunitarios, ni le gusta menos aún la prensa… refractaria.
El matiz concede generosidad a los medios afines y convierte en pseudomedios a las cabeceras y plataformas restantes. Queda, pues, en evidencia la arbitrariedad selectiva de un presidente cuyos problemas patológicos con la mentira le impiden erigirse en el espadachín de la verdad.
Sánchez relacionaba este miércoles los bulos con la pujanza de la ultraderecha como si él mismo no fuera un experto en fabricarlos y en rentabilizarlos. No lo podía decir más claro en clave autobiográfica: “Hay quienes han convertido la mentira en una manera de hacer negocio”.
El problema de Sánchez es la credibilidad. Y la concepción delirante de un “plan de acción por la democracia” que obedece, nuevamente, a la urgencia de sus intereses personales. No pretende inculcar la transparencia en los medios ni fomentar la pluralidad, sino escarmentar a quienes se atreven a cuestionar el comportamiento de su Gobierno y de su mujer. Por esa razón hablaba con tanto descaro del derecho al honor y de la rectificación. Y por idénticos motivos establecía él mismo la frontera de bulo y de la desinformación, como si la máquina del fango no residiera en las cloacas de la Moncloa. Sánchez imputa a los demás lo que él mismo hace.
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