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¿En qué se parecen Abascal, Iglesias y Rivera?
La involución de Vox remarca la vida efímera de la nueva política, como reflejo de la negligencia de los líderes y como prueba de no haber logrado fidelizar millones y millones de votos
Extrema izquierda, centro extremo, extrema derecha. La irrupción de la nueva política en un tiempo récord ha sido equivalente a la ferocidad de su proceso de autodestrucción, tanto por la negligencia de los líderes —Iglesias, Rivera, Abascal— como por la volatilidad de los electores, cuya adhesión a las opciones emergentes o coyunturales más parecía un castigo al sistema bipartidista que un compromiso específico con las alternativas.
Podría haber aprendido la lección Abascal de los errores que cometieron sus camaradas. No ya porque Iglesias y Rivera abusaron del cesarismo, del providencialismo y de la megalomanía, sino porque la obsesión de ocupar la Moncloa fue tan evidente como la distancia con la realidad. Se ensimismaron demasiado pronto en sus ambiciones y se trabaron en la telaraña de mentiras de Sánchez, aunque la decadencia de Podemos y de Ciudadanos tampoco se explica sin el proceso de inanición que se precipitó con los pactos. El PSOE digirió a la corriente morada de Iglesias exactamente igual que el PP fue jibarizando a CS hasta dejarlo exánime.
Es la razón por la que Abascal ha roto tarde y mal el vínculo con los gobiernos autonómicos. La reputación de Vox como partido antisistema y anticasta —igual que Podemos al principio— se ha resentido de haber desempeñado un papel gregario, folclórico y sumiso, aunque el aspecto más inquietante de la gestión de Abascal consistía en servir de bastón y de excusa al discurso sanchista del monstruo ultraderechista.
Iglesias fue también el mejor aliado de Rajoy en los tiempos de la psicosis estalinista. De hecho, el PP y Podemos compartían la rivalidad al Partido Socialista y provocaron un estado de intimidación que se prolongó hasta que Ábalos enseñó a Sánchez el ardid de la moción de censura.
No ha habido manera de neutralizar el sanchismo desde entonces. Por la capacidad adaptativa del presidente. Porque hace trampas con sus propias reglas. Y porque su instinto y ferocidad ha malogrado la generación de Rivera, Casado e Iglesias en el desolladero de la nueva política.
Trata de reaccionar Abascal a la misma inercia fatalista que describió la agonía de Podemos y Ciudadanos, pero la estrategia de supervivencia tanto debe contener la fuga de votos de Alvise —la ultraultraderecha— como sobreponerse al desquiciamiento de un partido que ha perdido la corriente liberal, que ha incurrido en el sectarismo religioso, que se ha plegado al hiperliderazgo de Abascal y que observa con envidia y desconcierto la sofisticación de la extrema derecha en los principales vectores europeos.
El auge de la corriente continental —Meloni, Le Pen, Orban…— sorprende a Vox en periodo de contracción. Lo demuestran con elocuencia casi todos los procesos electorales de 2023. Y lo prueba el nerviosismo que ha provocado el furor antisistema del movimiento Se acabó la fiesta.
Iglesias fue también el mejor aliado de Rajoy en los tiempos de la psicosis estalinista
Alvise es un problema para Abascal porque le sustrae al sufragista militante, devoto, activista. Y porque le abre una brecha en el suelo electoral. Y porque el aburguesamiento de Vox permite al nuevo cachorro extremista desempeñar la política de la desmesura xenófoba y patriotera.
Igual que les sucedió a Iglesias y a Rivera, Abascal ha sido incapaz de administrar y de fidelizar los millones de votos que suscribieron la alternativa al bipartidismo. Podemos, Ciudadanos y Vox no han alcanzado nunca una estructura orgánica ni territorial de partido. Han sido fenómenos ilusionantes de coyuntura, soluciones efímeras a la elefantiasis del PP y del PSOE, incluso actores provisionales de una inestabilidad parlamentaria que han aprovechado a conciencia los partidos soberanistas de siempre.
Extrema izquierda, centro extremo, extrema derecha. La irrupción de la nueva política en un tiempo récord ha sido equivalente a la ferocidad de su proceso de autodestrucción, tanto por la negligencia de los líderes —Iglesias, Rivera, Abascal— como por la volatilidad de los electores, cuya adhesión a las opciones emergentes o coyunturales más parecía un castigo al sistema bipartidista que un compromiso específico con las alternativas.