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Qué poco socialista es el Partido Socialista
El sanchismo recupera su plenitud con el nepotismo, el cesarismo y la traición a los valores de la socialdemocracia, demostrando que la excepción catalana tanto vale para incumplir como para obtener ventajas fiscales
Hay que reconocer a Pedro Sánchez el descaro con que se desmiente a sí mismo. Y el orgullo con que subordina el interés de la nación a los intereses propios, sea para colonizar a las instituciones o sea para cumplir los plazos de la extorsión que le reclaman los esbirros de nacionalismo.
Es la razón por la que resultaba tan entrañable el acto de apertura del año político este miércoles en el Instituto Cervantes, agradeciendo la euforia del público cautivo. Toda alusión a la regeneración o la superioridad moral de la izquierda se resienten del nepotismo —Escrivá es el nuevo gobernador del Banco de España— y de los privilegios que caracterizan a los ciudadanos catalanes. La singularidad fiscal que trataba de explicar la ministra Montero en el Senado no consiste en una convicción política, sino en un requisito crucial para conseguir la investidura de Illa. Por eso trata de revestirse de eufemismos la nueva excepción fiscal. Y por el mismo motivo, la misma dispensa ha provocado tal incredulidad entre los barones socialistas.
Ya se ocupará Sánchez de purgar la desavenencia y la discrepancia en el congreso de noviembre. Y de somatizar una iniciativa política que amenaza la solidaridad territorial y el principio de igualdad, exactamente como ha sucedido con la aberración de la amnistía. Se desprende de ella la situación de impunidad de unos ciudadanos sobre los otros, del mismo modo que la peculiaridad financiera de Cataluña desequilibra la equidad fiscal y pervierte el régimen de armonía autonómico que tanto había caracterizado la idiosincrasia del PSOE en nombre de la justicia y del progreso.
Es muy poco socialista el Partido Socialista de Sánchez. Y no puede considerarse de izquierdas ni de sensibilidad socialdemócrata que las emergencias políticas de un presidente socaven la credibilidad del Estado.
No puede considerarse de izquierdas ni de sensibilidad socialdemócrata: sus emergencias políticas socavan la credibilidad estatal
Menos aún cuando la consigna que encubre el chantaje del soberanismo pretende relacionarse desde una perspectiva improvisada y forzada del modelo territorial. La frivolidad chapucera con que se habla de plurinacionalidad o de federalismo no obedece a un ejercicio de clarividencia ni a una genialidad geopolítica, sino a las condiciones del soborno que han permitido a Salvador Illa alcanzar el trono de la Generalitat.
Tendría más sentido explicarnos así las cosas, tratarnos como adultos y enfatizar que la batalla del bien contra el mal requiere incurrir en sacrificios y contradicciones. No pueden esconderse en el programa electoral asuntos tan nucleares como la amnistía y la singularidad fiscal de Cataluña, ni puede un partido llamarse socialista cuando se promueve la desigualdad.
Por eso impresionaba tanto este miércoles la sumisión de los ministros, los costaleros y los rapsodas de Sánchez en el acto amañado del Instituto Cervantes. La discrepancia entre las palabras y los hechos recrudecía aún más el embarazo de concierto catalán y la unción de Escrivá. Nuestro presidente persevera en la degradación del sistema. Y canoniza al nuevo gobernador del Banco de España con unos atributos que revestirían mayor credibilidad, si no fuera porque reflejan la pirueta de la puerta giratoria.
Cesarismo y sumisión al nacionalismo. Sánchez comienza la temporada donde la había dejado. Queda por conocerse la venganza de Puigdemont, el porvenir de los Presupuestos, la estabilidad misma de la legislatura, pero la ejecutoria de Pedro no se identifica con el recorrido de las luces largas, sino con el espesor de las luces antiniebla. Sabe manejarse mejor que nadie en la bruma. Y ha logrado remontar la inercia virtuosa del PP con el mérito que supone el mensaje propagandístico de haber resuelto el “problema catalán”.
Hacerlo —conseguirlo— le obliga a mentir y a desmentirse. Y traicionar los valores elementales de la izquierda, hasta el extremo de evocar aquel pasaje de Caro diario donde el maestro Nanni Moretti le reclama a Massimo D’Alema que diga “algo de izquierdas”. Y no es que lo tenga delante. Reacciona desde casa a un mitin televisado y desesperante del líder italiano. “Haz algo de izquierdas”, podríamos decirle a Sánchez.
Hay que reconocer a Pedro Sánchez el descaro con que se desmiente a sí mismo. Y el orgullo con que subordina el interés de la nación a los intereses propios, sea para colonizar a las instituciones o sea para cumplir los plazos de la extorsión que le reclaman los esbirros de nacionalismo.
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