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El escándalo "póstumo" de Juan Carlos I
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Rubén Amón

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El escándalo "póstumo" de Juan Carlos I

Las fotos de Bárbara Rey y las grabaciones que circulan clandestinamente aparecen con un efecto casi inocuo, sobre todo porque nadie como el emérito ha destruido su propia imagen ni ha conspirado más contra la monarquía

Foto: El rey emérito, don Juan Carlos, durante su última visita a Galicia. (EFE/Lavandeira)
El rey emérito, don Juan Carlos, durante su última visita a Galicia. (EFE/Lavandeira)
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Puede que Juan Carlos I se haya replanteado la ocurrencia de publicar sus memorias. Y no por discutir el derecho a exponer la propia versión de las fechorías, sino porque la noticia de la iniciativa editorial coincide con el escándalo extemporáneo del “caso Bárbara Rey”.

Extemporáneo quiere decir que las escenas más íntimas del adulterio se fotografiaron hace treinta años y que su valor incendiario se ha devaluado con el paso del tiempo y con el deterioro extremo del juancarlismo.

Nadie como el propio Rey emérito ha perjudicado la institución monárquica, así es que las medidas ejemplares que se adoptaron hace una década -la renuncia al trono primero, el destierro después- sirvieron de terapia preventiva a la inercia autodestructiva de la Corona.

El maletín nuclear que custodiaba la amante ha perdido sus capacidades letales. Lo ha malvendido su hijo en el mercadillo de la prensa rosa europea. Y se ha convertido en un argumento de discordia familiar. No los Borbones ni el reino, sino los Cristo y la endogamia de un clan triturado.

El maletín nuclear que custodiaba la amante ha perdido sus capacidades letales. Lo ha malvendido su hijo en el mercadillo de la prensa

Ha prescrito y caducado la documentación que amenazaba la monarquía, puede considerarse póstuma. Los años que arrastra Juan Carlos I (86) se añaden a la distancia temporal de su reinado. Y al efecto homeopático de las dosis con que la sociedad contemporánea ha ido asimilando las peores conductas del borboneo y conociendo con detalle la omertà que lo protegía.

Las fotos cutres robadas de la residencia de la maîtresse se nos presentan ahora como el cebo introductorio de otras muchas revelaciones. Grabaciones inquietantes que aluden a la opinión de Juan Carlos sobre su propia familia. Testimonios estremecedores respecto a ETA. Opiniones estrafalarias a cerca de la clase política. Secretos inquietantes del 23-F.

Foto: Sofía Cristo y Bárbara Rey en un 'photocall'. (EFE/Juanjo Martín)

El problema no consiste en airear las escenas de la vida privada ni descontextualizar la intimidad, sino en demostrarse que el dinero público se empleaba para silenciar el chantaje. Y que los medios del Estado de una y otra época -el CNI, la Moncloa- se dedicaron a encubrir los desórdenes de su majestad, igual que hicieron los empresarios y los medios de comunicación en la normalización de una coreografía siniestra.

La expectación del escándalo no ha logrado rebasar apenas las capas epidérmicas de la opinión pública, como tampoco está en aprietos la salubridad de la monarquía. Ha sido mérito de Felipe VI asear la institución, protegerla de su padre y predisponer la credibilidad de la infanta Leonor como aspirante al trono. El borboneo de JCI ya se ha amortizado.

'Reconciliación'. Ha adquirido un valor sarcástico el título que ha escogido el emérito para contarnos su historia

'Reconciliación'. Ha adquirido un valor sarcástico el título que ha escogido el emérito para contarnos su historia. Y claro que reviste interés conocer las impresiones del timonel de la transición, pero el monólogo interior que se nos avecina se resiente de la precaria credibilidad del personaje.

Puede que ni siquiera el rey Juan Carlos sepa diferenciar la mentira de la verdad a estas alturas de la decadencia. Y que la burbuja que lo protegió hasta pincharse haya redundado en una sensación de ingratitud hacia los españoles, como si los súbditos fuéramos incapaces de agradecer la renuncia al absolutismo, la misión redentora del 23F y su influencia en la política exterior. No está claro que la historia haya absuelto a su majestad, ni que prevalezcan los aciertos sobre los errores. Y no parece que unas memorias glorificadoras rectifiquen la paradoja de un rey desterrado que hubiera acabado con la Corona si no llegan a forzarle a la abdicación.

Foto: El 'bribón', con el rey juan carlos, primer líder del europeo 6m

Juan Carlos I podría estar en la cárcel. El escudo de la inviolabilidad le ha protegido de graves delitos fiscales, aunque no del bochorno de ponerse al día con Hacienda para regularizar la anomalía de ocho millones euros.

Se llama dinero sucio, el síntoma prosaico y codicioso de unas corruptelas que desnudaron la ejemplaridad y que han intoxicado la reputación de un reinado diosnisaco e irresponsable. Mejor que reconciliarse, Juan Carlos I se debe al silencio y al destierro.

Puede que Juan Carlos I se haya replanteado la ocurrencia de publicar sus memorias. Y no por discutir el derecho a exponer la propia versión de las fechorías, sino porque la noticia de la iniciativa editorial coincide con el escándalo extemporáneo del “caso Bárbara Rey”.

Rey Don Juan Carlos Rey Felipe VI
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