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La bragueta de Errejón: del 'sí es sí' al 'no es sí'
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Rubén Amón

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La bragueta de Errejón: del 'sí es sí' al 'no es sí'

El niño bonito de la ultraizquierda protagoniza un caso extremo de hipocresía, de acongojante impunidad y de implicaciones delictivas que ponen en evidencia la omertá de sus camaradas y la falta de explicaciones de Sumar

Foto: Íñigo Errejón en el Congreso. (Europa Press/Fernando Sánchez)
Íñigo Errejón en el Congreso. (Europa Press/Fernando Sánchez)
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"Haz lo que digo, no lo que hago". El aforismo de Séneca delimita la fechoría política y (presuntamente) criminal de Íñigo Errejón, cuyo proceso de autoexterminio escarmienta de manera feroz la promesa del cielo en el mitin fundacional de Vistalegre. Ha bajado al infierno el niño sabio de la cuadrilla libertaria. Y ha degradado la línea nuclear y medular de la regeneración que nos habían prometido. Hemos tolerado que muchos políticos no cumplen las promesas, pero todavía nos sorprenden quienes hacen exactamente lo contrario de cuanto anunciaron. No ya defraudando a los votantes ni desmintiendo el mesianismo populista, sino incurriendo en delitos castigados con la cárcel. De acuerdo, aún no hay una imputación ni se ha abierto un juicio, pero Errejón debe responsabilizarse del mismo cadalso justiciero donde él había condenado a los sospechosos de situaciones similares a la suya, cuando no mucho menos probadas.

Porque Errejón y su cuadrilla de matones terminaron con el garantismo. Amontonaron los muertos civiles sin derecho a juicio. Propagaron campañas de odio y de escraches revistiendo al "pueblo" del látigo y los grilletes. Combatir el sistema consistía también en profanar el Estado de derecho. El furor de las redes sociales opacaba el trabajo de los jueces.

Errejón ha convertido el "sí es sí" en el "no es sí", un juego de conjunciones que identifica la propia incoherencia y que delata la inaceptable transgresión de los principios. Errejón es un vegetariano que se come la carne cruda. Un antitaurino que venera a Morante. Un ecologista que arroja las pilas al estanque. Un feminista que pone el burka a las mujeres. Un comunista que invierte en fondos buitre. Un pacifista con un Magnum en el bolsillo.

Y un tipo cuya afinidad a la cultura asamblearia funcionaba tanto como excusa de la promiscuidad (no aceptada) y como argumento siniestro de la omertá. Fuera porque se le temía, fuera porque se le toleraba, o fuera por se le tributaba sumisión, al niño de San Ildefonso de Podemos y de Sumar se le ha consentido la profanación de los mandamientos fundacionales. Y se le ha permitido ejercer la hipocresía cada vez que las redes sociales conducían a la hoguera a una víctima justificada o injustificada del Me Too.

Foto: Errejón en el Congreso de los Diputados. (Europa Press/Matias Chiofalo) Opinión

Allí estaba Errejón con la antorcha y el queroseno. Y allí le aplaudían también quienes transigían con las veleidades del doppelgänger. El niño bonito se transformaba en Mr. Hyde cuando se cerraban las puertas del ascensor. O cuando una becaria acudía ufana a los ejercicios espirituales.

La complicidad de su círculo ha trastornado y traumatizado el porvenir de Sumar y de Más Madrid. Se les han caído encima los escombros del ídolo, como les sucedió a los Legionarios de Cristo cuando vino a saberse que el fundador de la congregación religiosa, Marcial Maciel, fue detenido y procesado por haber cometido toda suerte de abusos sexuales.

Foto: Iñigo Errejón en el Congreso de los Diputados. (EFE) Opinión
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Y no estamos aquí haciendo analogías simétricas ni procesos preventivos —de eso se encargaba Errejón—, sino describiendo el estupor que implica haber desenmascarado la conducta machista, ¿delictiva?, e intimidatoria de quien operaba entre los suyos y en la sociedad como el primer evangelista del feminismo y como el antagonista de los señoros y los machirulos.

Las explicaciones de Sumar y Más Madrid ofrecidas el sábado redundan en la ambigüedad y en la indulgencia. Fueron insuficientes. Y consolidan una red de oscurantismo cuyas sombras amenazan el porvenir de Yolanda Díaz como timonel de una corriente política en la vía muerta.

No tiene un pase el subterfugio que ha utilizado Errejón para justificar su dimisión. No es aceptable describirse a sí mismo como víctima del neoliberalismo. Ni es admisible que su parrafada exculpatoria eluda la disculpa o la solidaridad a las mujeres que pudo haber agredido.

Foto: 'Con Todo', de Iñigo Errejón. (EC Diseño)

Es legítimo reivindicar la comuna y la promiscuidad, como lo es distanciarse de los modelos convencionales de familia y régimen social, pero las disrupciones a las normas requieren la aquiescencia de los implicados.

Otra cuestión es que Errejón se percibiera a sí mismo como omnipotente e impune. Y que el silencio y la connivencia de sus camaradas hubiera funcionado como una burbuja de impunidad, pero al muchacho le ha perdido un problema tan elemental como no diferenciar el bien del mal, el sí del no, la voluntad propia de los derechos ajenos, a bragueta de la mordaza.

"Haz lo que digo, no lo que hago". El aforismo de Séneca delimita la fechoría política y (presuntamente) criminal de Íñigo Errejón, cuyo proceso de autoexterminio escarmienta de manera feroz la promesa del cielo en el mitin fundacional de Vistalegre. Ha bajado al infierno el niño sabio de la cuadrilla libertaria. Y ha degradado la línea nuclear y medular de la regeneración que nos habían prometido. Hemos tolerado que muchos políticos no cumplen las promesas, pero todavía nos sorprenden quienes hacen exactamente lo contrario de cuanto anunciaron. No ya defraudando a los votantes ni desmintiendo el mesianismo populista, sino incurriendo en delitos castigados con la cárcel. De acuerdo, aún no hay una imputación ni se ha abierto un juicio, pero Errejón debe responsabilizarse del mismo cadalso justiciero donde él había condenado a los sospechosos de situaciones similares a la suya, cuando no mucho menos probadas.

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