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¿Para qué sirve entonces el rey Felipe VI?
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Rubén Amón

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¿Para qué sirve entonces el rey Felipe VI?

La ausencia de Sánchez, el fallo multiorgánico del sistema, la catástrofe de la gestión autonómica y el desamparo de los ciudadanos, han enfatizado como nunca la necesidad y oportunidad de la Corona en su peso institucional

Foto: Los Reyes visitan Valencia tras la DANA. (Europa Press)
Los Reyes visitan Valencia tras la DANA. (Europa Press)
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En ausencia de Sánchez, Felipe VI ha representado a España en la cumbre Iberoamericana celebrada en Ecuador. Y en ausencia de Sánchez, Felipe VI ha representado al Estado en la catástrofe de la DANA levantina.

Tiene previsto regresar a la zona cero este martes, igual que hizo la semana pasada para rehabilitar los honores del ejército. Y no solo por cuestiones de jerarquía ni de corporativismo, sino porque Sánchez también había pretendido instrumentalizar la UME y porque los reproches que se han restregado a la lentitud de los soldados merecerían dirigirse, en rigor, a las autoridades políticas que han gestionado los efectivos.

Se vistió Felipe VI de capitán general de los ejércitos para identificarse con el gremio. Y para reivindicar el prestigio de la institución militar en los tiempos del expansionismo sanchista. Ya le gustaría a Pedro I vestirse de general y montarse en un caballo de Velázquez, pero conviene recordar que nuestro timonel fue partidario antaño de suprimir el Ministerio de Defensa.

La progresía conserva los recelos extemporáneos a los sables del franquismo igual que milita en un estúpido e ingenuo pacifismo. Por esa misma razón incomoda la imagen de un monarca vestido de militar, como si Felipe VI simbolizara la expresión castrense del Antiguo Régimen. Y lo que simboliza realmente es el escrúpulo nuclear del Estado en los tiempos de la antipolítica y del escepticismo hacia las instituciones. La negligencia de la Administración central y la autonómica durante la catástrofe ha provocado la desconfianza en el sistema y ha servido de contexto accidental para exponer la relevancia de la monarquía.

Felipe VI y la reina Letizia se jugaron el físico y pusieron su reputación al escrutinio de las víctimas en una situación inflamable

Felipe VI comparece como figura "super partes" en la reyerta del PP y el PSOE. Y se mancha las botas de barro para conceder sentido a la institución que representa. La unidad de la nación. La decencia del Estado. La confianza de los ciudadanos. Y el desempeño de una Jefatura cuyos prestigio, oportunidad y eficacia neutralizan el furor de campañas republicanas y caricaturiza la pulsión regicida de los partidos nacionalistas.

La psicosis de un Estado fallido, las dimensiones del caos y el desamparo de los damnificados han precipitado un problema de anomia. El término alude a la ausencia de la ley, a la carencia de reglas y de soluciones. Y por extensión, a la congoja de una ciudadanía que recela de sus líderes. Lo demuestra la implosión de un eslogan libertario que ha adquirido fortuna entre el fango y la controversia política: "El pueblo salva al pueblo".

Se enfatiza así la involución del Estado. Y se exaltan las capacidades del voluntariado haciendo pesar, peligrosamente, la incompetencia de la Administración, más todavía cuando Sánchez y Feijóo escenifican el oportunismo electoral socavando la credibilidad misma de la política.

La ausencia de Sánchez y la negligencia de Mazón han desnutrido la salud del Estado, mientras, Felipe VI ha dado la cara en sentido literal

Felipe VI y la reina Letizia se jugaron el físico en el escenario de la desgracia. Y pusieron su reputación al escrutinio de las víctimas en una situación extremadamente inflamable. Fue una imagen conmovedora en su propia vulnerabilidad, pero también una operación de riesgo necesaria que concierne a la recuperación de la dignidad y honor del Estado.

¿Para qué sirve la monarquía? Felipe VI ha respondido la pregunta con elocuencia. Y no pontificando desde un salón de la Zarzuela, sino encontrando la identificación con los "súbditos" allí donde más podía justificarse una prueba de sensibilidad y de conciencia institucional.

La ausencia de Sánchez y la negligencia de Mazón han desnutrido la salud del Estado. Y la iracundia de los ciudadanos ha redundado en un peligro de anarquía cuyos mayores ambiciones han logrado relativizarse gracias a la mediación providencial de la Corona. Felipe VI ha dado la cara en sentido literal. Y ha sido el asidero extremo de una crisis del sistema que reivindica, in extremis, la relevancia de un espacio metapolítico de garantías donde adquiere pleno sentido la noción de la monarquía parlamentaria

En ausencia de Sánchez, Felipe VI ha representado a España en la cumbre Iberoamericana celebrada en Ecuador. Y en ausencia de Sánchez, Felipe VI ha representado al Estado en la catástrofe de la DANA levantina.

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