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A Pedro Sánchez le aburre España

Por estrategia y por ingratitud, el líder socialista remarca una agenda internacional que le permite distanciarse del caos de la legislatura, de la crisis de la DANA, de los problemas judiciales… y del testimonio de Aldama

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Moncloa/Borja Puig)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Moncloa/Borja Puig)
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No es cuestión de discutirle a Juan Pablo II la vocación pastoral ni la propagación evangélica que le condujeron a circunvalar el planeta, pero la inquietud de los viajes también se explicaba en el aburrimiento de Roma.

Le resultaba demasiado estrecho al pontífice polaco el perímetro sagrado del Vaticano. Y le desquiciaban las conspiraciones y las servidumbres. La Iglesia universal era demasiado romana, demasiado mundana.

El síndrome de la Moncloa afecta a Sánchez en similares términos de incomodidad. Y la megalomanía de nuestro timonel predispone mayores ambiciones. Le aburre España a Sánchez. Le resulta más grato congratularse, relamerse, de su propia reputación internacional. Pudiendo departir con Xi Jinping en Río de Janeiro, le sabe a poco cruzarse con Yolanda Díaz en el Congreso o exponerse a las radiaciones de la fachosfera.

La distancia transoceánica simula un estado de inmunidad que desmienten los hechos. El caos de la coalición en el poder demuestra que Sánchez no puede legislar, mientras que las novedades del caso Begoña añaden inquietud a las declaraciones incendiarias que pueda hacer Aldama.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la conferencia de Naciones Unidas. (Reuters/Maxim Shemetov)

El primer aniversario de la legislatura sorprende a Sánchez en un régimen de hiperactividad internacional que más bien obedece a la repercusión de la depresión doméstica. Ni puede gobernar ni ha conseguido desprenderse de los escándalos aledaños. Ya ha sido imputado Ábalos. Se oscurece el porvenir de Begoña Gómez. Y el mes de prisión que ha cumplido Aldama tanto debilita las fuerzas como estimula la memoria. El comisionista se ha propuesto colaborar, ya veremos hasta dónde y hasta cuándo.

Sánchez se distancia en ultramar como si pretendiera desquitarse de la ingratitud del pueblo. Y como si estuviera emulando los delirios geopolíticos de Aznar en tiempos de Bush. “Menos Siria y más Soria”, tuvo que decirle el ministro Jesús Posada para reconducir las prioridades del Gobierno.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/André Coelho) Opinión
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Se ha ensimismado Sánchez en su narcisismo. Y no parece consciente de que sus distancias con los españoles han adquirido una inquietante reciprocidad. Lo demuestra la gestión de la catástrofe levantina. Y no solo por la hostilidad con que fue recibido en la zona cero, sino porque él mismo ha abordado la DANA como si fuera un monzón devastador en Birmania.

La estrategia resulta implacable y cínica, pero sobre todo aspira a sustanciar la responsabilidad del PP, como si el Gobierno central careciera de implicaciones. Mazón arrastra a Feijóo al fango. Y las decisiones erráticas del president valenciano socavan el crédito electoral de los populares.

Ya se ocupa de demostrarlo la encuesta prêt-à-porter de Tezanos, aunque la euforia demoscópica del CIS certifica por exceso la gravedad de la brecha política que se le ha abierto al PP en la Comunidad Valenciana.

La estrategia resulta cínica, pero sobre todo aspira a sustanciar la responsabilidad del PP, como si el Gobierno careciera de implicaciones

Sánchez ha pretendido o sabido o protegerse amontonando kilómetros de por medio y convirtiendo a Teresa Ribera en su bastión defensivo, su burladero protector, su medida disuasoria. Por eso no podía permitirse que el PP la sacrificase en Bruselas. Y por idénticos motivos la flexibilidad política de Sánchez incluye el apoyo a la ultraderecha comunitaria. Ribera será comisaria a cualquier precio y de cualquier manera.

El abrazo a Orbán y Meloni por razones estratégicas retrata la indigencia política del sanchismo y explica la implosión de la coalición en el poder en todas sus ambigüedades. Se puede satisfacer a los socios cuando se trata de repartirse los consejeros de RTVE, pero la endogamia se manifiesta en plenitud cuando sobrevienen los asuntos ideológicos y nucleares. Ha sucedido esta misma semana con la política fiscal. Y con la imposibilidad que supone consensuar las posiciones de la extrema izquierda (ERC, Podemos, Sumar) y de la extrema derecha (Junts).

Sánchez reina, pero no gobierna. Y atraviesa el aniversario de la legislatura expuesto a la extorsión de los socios. Está desnutrido, exhausto. Y cuesta trabajo creer que pueda llevar adelante los Presupuestos, pero tampoco conviene subestimar sus capacidades adaptativas. La debilidad de Sánchez es también su fuerza, precisamente porque los aliados del presidente no contemplan abandonarlo. Une mucho la aversión a Feijóo. Y resulta más fructífero vampirizar a Sánchez, aunque Sánchez sea él mismo Nosferatu.

No es cuestión de discutirle a Juan Pablo II la vocación pastoral ni la propagación evangélica que le condujeron a circunvalar el planeta, pero la inquietud de los viajes también se explicaba en el aburrimiento de Roma.

Pedro Sánchez
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