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La memoria histórica del presidente amnésico
La necrofilia de Sánchez hacia Franco pone en evidencia la nula credibilidad de un presidente que oculta sus mentiras recientes y que aspira a reanimar a su mejor aliado: Santiago Abascal
No iba a desaprovechar Pedro Sánchez la cercanía del Guernica en el Museo Reina Sofía para darle un brochazo de folclore a la inauguración del serial franquista. Nuestro presidente padece un extremo síndrome de amnesia respecto al pasado reciente, sus mentiras y sus fechorías, pero la memoria le alcanza para convocar y evocar el espectro del caudillo.
Se disfraza Sánchez de médium. Y se conecta con el más allá para demostrarnos la actualidad y la vigencia de FF. No desde la convicción ni desde la sensibilidad histórica, sino para restregar el cadáver del generalísimo a los adversarios del PP y Vox. Por esa razón mencionaba este miércoles los peligros que implicaría repetir los errores del pasado. Sánchez ha organizado un vulgar akelarre para conjurar el advenimiento del nacional-catolicismo. Y para sexar como franquistas a quienes le discuten la decisión de la moviola, apuntalando así el muro cainita que inauguró la legislatura.
El teatrillo se resiente de la fantasmagoría del propio titiritero. La memoria contemporánea de Sánchez es más frágil que la de Leonard Shelby en 'Memento', pero el timonel monclovense recurre al túnel del tiempo para protegerse de sus embustes y de sus rectificaciones escandalosas.
Fue Sánchez quien renegó de los indultos y de la amnistía. Quien abjuró de toda relación política con Puigdemont. Quien descartó con solemnidad cualquier acuerdo parlamentario con Bildu. Y no sucede solo que Otegi se haya convertido en el garante de la coalición “progresista”. Ocurre además que la influencia del condenado etarra ha intervenido decisivamente para reconstruir la memoria de los años del plomo. Prosperan los homenajes a los pistoleros. Y trata de probarse que los horrores del terrorismo resultaron más o menos necesarios para aspirar al objetivo soberanista desde una perspectiva política, como si los asesinos fueran mártires.
Haciendo memoria, urgiría recordar que la precariedad en que se abrió camino el “milagro de la transición” se resintió particularmente de la amenaza etarra. El terrorismo vasco ha conspirado contra la democracia y las libertades. Y formó parte de los fenómenos sangrientos y sanguinarios que pudieron malograr la viabilidad misma de la Constitución.
Sánchez convive y coexiste con quienes han tergiversado la memoria de ETA, pero se erige en protector de la historia en blanco y negro. Y lo hace redundando en el enfoque irresponsable de la confrontación, hasta el extremo de fantasear con el discurso temerario de las dos Españas.
La vehemencia con que aludía a los fantasmas del pasado revestiría mayor interés o mayor credibilidad si no fuera porque el propio Sánchez caracteriza los peligros de los que asegura defendernos.
Y no porque sea una reencarnación del caudillo, sino porque su modelo cesarista ha profanado la separación de poderes, ha socavado la reputación de las instituciones, ha malogrado el principio de igualdad de ciudadanos y de territorios y ha vaciado de identidad al Partido Socialista.
Sánchez es una anomalía democrática. Y un superviviente cuyas urgencias particulares definen el rumbo de la nación y de la actualidad. La única razón que explica la necrofilia franquista estriba en el propósito indisimulable de reanimar a Vox. La formación ultraderechista es su mejor aliado (y viceversa). Y el argumento extremo gracias al cual puede demostrarse que el influjo neofranquista de Abascal invalida las opciones de Feijóo en la Moncloa.
El ardid desdibuja el voluntarismo pedagógico y la impostura académica con que Pedro Sánchez pretende explicar a los compatriotas quién fue el caudillo. Se nos ha venido a decir que los jóvenes no conocen realmente la importancia del franquismo. Y que conviene hacer terapia de grupo.
En tal caso, habría que convenir el fracaso integral del sistema educativo. Y reprocharle a Sánchez que pretenda remediar el agujero negro de la cultura básica con la frivolidad de un artefacto electoralista al que el PP -eso seguro- reaccionará con sus habituales negligencia y torpeza.
Podría haberse tratado la efeméride con sentido y responsabilidad de Estado. Involucrar a los partidos en serio. Convocar a los académicos y a los actores de la sociedad civil. Reconocer a las instituciones. El problema es que Sánchez no pretende hacer las cuentas con la historia, sino más bien parasitar el cadáver de Franco para repartir discordia y granjearse un margen de vitalidad esperando la colaboración de Abascal. Lo dice Leonard Shelby en un pasaje de “Memento”: “Al fin y al cabo, todos tenemos que crearnos nuestra propia película para seguir viviendo”.
No iba a desaprovechar Pedro Sánchez la cercanía del Guernica en el Museo Reina Sofía para darle un brochazo de folclore a la inauguración del serial franquista. Nuestro presidente padece un extremo síndrome de amnesia respecto al pasado reciente, sus mentiras y sus fechorías, pero la memoria le alcanza para convocar y evocar el espectro del caudillo.