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No es no
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No, Pedro Sánchez no es Maduro ni Franco
A nadie mejor que al presidente del Gobierno conviene desenfocar su responsabilidad con analogías disparatadas, pero el PP insiste en frivolizar con el drama venezolano desde la desesperación y la charlatanería
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La vehemencia y la recurrencia con que la derechona política y mediática arroja las comparaciones entre Sánchez y Maduro reviste el inconveniente de frivolizar con la ferocidad del régimen bolivariano. Si estuviéramos “como en Venezuela” habría periodistas en la cárcel y opositores torturados; el Ejército velaría por el terror oficialista; se habría producido un éxodo masivo y una tragedia humanitaria; y se habría generalizado la sociedad de la delación, muy lejos de los presupuestos de un Estado de derecho.
Sánchez no es Maduro ni tampoco es el generalísimo, por mucho que Núñez Feijóo dijera en el programa de Alsina que la iniciativa de suprimir algunos supuestos de la acusación popular constituye un ejercicio franquista.
Se diría que el presidente del PP no sabe cómo resolver la trampa que le ha puesto el líder socialista con la exhumación por etapas del caudillo. Las comparaciones hiperbólicas benefician al propio Sánchez, no digamos cuando Ayuso y sus terminales victimistas -Nacho Cano, en cabeza- acuden a los paralelismos desproporcionados con el tirano de Caracas.
Más que una exageración, es una falta de respeto a los ciudadanos de Venezuela. El PP y Vox se atribuyen la defensa del “pueblo hermano”, pero la adjetivación sanchista contraindica el esfuerzo y la credibilidad. En Venezuela no se respetan los derechos humanos ni existe la libertad de prensa. En Venezuela no hay suministros ni comida. Venezuela es una dictadura terrorífica amparada por las conexiones de Irán, China y Rusia.
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No, no estamos “como en Venezuela” ni Franco ha resucitado con el último disfraz de Sánchez. Las elocuentes diferencias entre una tiranía integral y una democracia enfermiza permiten definir con más precisión la degeneración del sanchismo y el empeño con que Pedro I socava el prestigio de las instituciones, vulnera la separación de poderes y emprende una campaña infame contra los jueces y la prensa. A Sánchez le caracteriza la pulsión cesarista y le inspira un instinto de supervivencia que ha fracturado la convivencia y que ha subordinado la política al conflicto de intereses.
Pedro Sánchez ha pervertido el hábitat político, lo ha descoyuntado, pero los mayores despropósitos de su mandato -la amnistía, los encuentros del PSOE en Ginebra, la apropiación de las instituciones, los casos de corrupción aledaños, la propaganda mediática, la instrumentalización de la Fiscalía General- trascienden o transcurren entre las coordenadas del Estado de derecho y de la democracia.
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Es más, la diferencia cualitativa que implica formar parte del proyecto comunitario establece un marco de vigilancia y de obligaciones supranacional que relativiza y malogra el sesgo cesarista. La UE predispone las directivas nucleares, incluso condiciona las ayudas y subvenciones al escrúpulo con el que los países acatan los estándares elementales.
Se amontonan las razones para discutir a Sánchez y para irritarse con la involución de su modelo de Gobierno, pero la frustración y la impaciencia que generan la estabilísima inestabilidad del puto amo provocan la sobreactuación de sus adversarios, cuando no la desesperación de los argumentos que pretenden desenmascararlo.
El comodín de Maduro y de Franco son un ejemplo elocuente y agotador que conviene al juego de Sánchez y que degrada la credibilidad con que PP, Vox y los rapsodas afines emprenden la defensa del pueblo venezolano.
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Tanto se parece el sanchismo al régimen de Maduro… que España se ha convertido en uno de los destinos prioritarios del exilio caribeño. Deberían sopesar la paradoja Feijóo, Ayuso y sus “militantes”. Y prevenirse del peligro que implica evocar o convocar gratuitamente la ley de Godwin.
Lleva el nombre de un abogado estadounidense que la acuñó en 1990 a partir de la frivolidad e idiocia con que recurrimos al nazismo en las conversaciones: “A medida que una discusión en línea se alarga, la posibilidad de que surja una comparación con Hitler se aproxima a 1”.
Los rivales de Sánchez tienen a Maduro en la punta de la lengua. Y se distraen en analogías desproporcionadas que desenfocan el escrutinio del patrón de Moncloa y que provocan una carcajada al tirano de Venezuela.
La vehemencia y la recurrencia con que la derechona política y mediática arroja las comparaciones entre Sánchez y Maduro reviste el inconveniente de frivolizar con la ferocidad del régimen bolivariano. Si estuviéramos “como en Venezuela” habría periodistas en la cárcel y opositores torturados; el Ejército velaría por el terror oficialista; se habría producido un éxodo masivo y una tragedia humanitaria; y se habría generalizado la sociedad de la delación, muy lejos de los presupuestos de un Estado de derecho.