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¿Se puede inhabilitar al lunático de Trump?
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Rubén Amón

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¿Se puede inhabilitar al lunático de Trump?

Abascal hace la corte al presidente americano con la gala de los Patriots al tiempo que el presidente de Estados Unidos persevera en sus delirios de limpieza étnica, poniendo en juego su propia senilidad

Foto: Donald Trump, presidente de EEUU. (Reuters)
Donald Trump, presidente de EEUU. (Reuters)
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El voluntarismo con que los "ministros" de Trump han relativizado el plan de exterminio gazatí, no ha disuadido la embriaguez supremacista del presidente americano. Pensaban que era un farol, un planteamiento maximalista concebido para negociar al alza el desenlace del conflicto medioriental, pero la obstinación del magnate en sus posiciones de limpieza étnica tanto ha desorientado a la Comunidad Internacional como presenta los síntomas de un liderazgo lunático, paranoico.

Cabe preguntarse si Donald Trump se encuentra en sus cabales. Y si la longevidad del presidente — 78 años— guarda acaso relación con la senilidad implícita en sus declaraciones. Las hay extravagantes, como la expropiación de Groenlandia y la conquista de Marte, las hay populistas, como el señalamiento de la clase inmigrante, pero resultan pavorosas las posiciones sobre la "disolución" del pueblo palestino, no ya huérfano de su tierra y sin derecho a consulta, sino expuesto al escarmiento bíblico del éxodo.

Impresiona que sea un primer ministro de Israel quien se relame en la sintonía de la política supremacista y quien se ofrece a ejercer los planes de limpieza étnica. Ya los había iniciado a conciencia con la brutalidad de la ofensiva militar, pero se ha propuesto finalizarlos amparado en el delirio meta-sionista que prodiga la locura de Trump en el despacho oval.

No se ha personado en Madrid el presidente de Estados Unidos como invitado de Abascal. Y hubiera acudido con entusiasmo a la kermese ultraderechista porque los invitados de Santi Matamoros en Madrid —Marine Le Pen, Viktor Orban, Geert Wilders, Matteo Salvini— han celebrado con euforia la segunda llegada del mesías a Washington. Por esa misma razón, se les puede considerar cómplices del supremacismo trumpista, aliados de un programa de purificación racial y territorial cuyas pretensiones deberían preocupar o inquietar a sus propios votantes.

Foto: Donald Trump. (Reuters/Carlos Barra) Opinión

Resulta que los Patriots aprueban que los palestinos se queden sin patria. Y secundan con devoción gregaria la ebriedad geopolítica de Trump, aunque tiene sentido preguntarse si Abascal accedería a mancomunar la cuota de palestinos que exige a España la administración estadounidense.

Ha puesto las cosas difíciles Trump a sus socios. Pueden compartir —y comparten— el euroescepticismo, el machismo, el racismo, la xenofobia, la nostalgia identitaria, el fanatismo confesional, la discriminación de la diferencia, pero Santiago Abascal debe explicarnos si también es partidario de gravar las exportaciones españolas, si reniega del Tribunal Penal Internacional y si tiene pensado recibir a los gazatíes que Trump pretende diseminar como si fueran los espectros de un pueblo maldito.

Trump nos pone a temblar y nos pone a cavilar, aunque sea desde su fanatismo y desde su locura

Ha degenerado el trumpismo hasta extremos inverosímiles. Y ha sobrevenido una parálisis internacional que tanto proviene de la incredulidad como de la frustración. El salto cualitativo del exterminio gazatí preocupa en el orden conceptual y más todavía en el ámbito práctico. La boutade ha adquirido una cierta verosimilitud, comienza a tomar vuelo en ausencia de otras soluciones. Y ha servido de coartada al discurso sensacionalista de Hamás: era verdad, proclaman los mulás, que el sionismo judeo-americano aspiraba a la persecución y masacre del pueblo palestino.

Se explica así el pavor de una respuesta terrorista, pero también se crean las condiciones idóneas de una reacción ordenada. El antitrumpismo aloja sus cualidades creativas, estimula una estrategia alternativa que ya hemos observado en el ámbito de la economía global y de la conciencia europea, comunitaria, respecto a la política de defensa. Trump nos pone a temblar y nos pone a cavilar, aunque sea desde su fanatismo y desde su locura.

Foto: El líder de Vox, Santiago Abascal, en un acto del partido. (Europa Press/Fernando Sánchez) Opinión

¿Se le podría inhabilitar o incapacitar a cuenta de su estado mental? Lo contempla la vigesimoquinta enmienda de la Constitución. De hecho, fue el propio Trump quien la repescó durante la pasada campaña para denunciar la senilidad del presidente demócrata y recomendar su renuncia al cargo.

Está aportando toda clase de argumentos el líder republicano para reflexionar sobre su idoneidad. Y no solo porque sus ambigüedades políticas amenazan con perjudicar a sus propios compatriotas —los agricultores, en primer lugar— sino por la amenaza a la convivencia del planeta. Incluido el antecedente dislocado de la Riviera Gazatí.

Trump se erige en timonel del viaje del infierno al paraíso. Ya sabemos que los huesos de los cadáveres son un magnífico fertilizante, pero debería reparar Donald el loco en el escarmiento de El ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny, distopía premonitoria de Bertolt Brecht que hizo fortuna en el periodo de entreguerras y que alude a la fundación de una nueva civilización sobre las normas más abyectas de todas las anteriores

El voluntarismo con que los "ministros" de Trump han relativizado el plan de exterminio gazatí, no ha disuadido la embriaguez supremacista del presidente americano. Pensaban que era un farol, un planteamiento maximalista concebido para negociar al alza el desenlace del conflicto medioriental, pero la obstinación del magnate en sus posiciones de limpieza étnica tanto ha desorientado a la Comunidad Internacional como presenta los síntomas de un liderazgo lunático, paranoico.

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