El colapso de la legislatura y la crisis del Ejecutivo que ha abierto Yolanda Díaz redundan en la agonía del Gobierno, pero el pavor a unas elecciones, las dosis de oxígeno de Puigdemont y una oposición negligente mantienen en vida al cadáver
Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, en la sesión de control del Congreso. (Europa Press/Eduardo Parra)
El Gobierno agoniza en estado de implosión, aunque la paradoja del panorama político consiste en que el sanchismo se marchita por dentro mientras Puigdemont lo reanima por fuera en un siniestro régimen de tortura.
El contexto no contradice el espejismo del consenso abrumador que dio alas a la aprobación del escudo social en los términos que había exigido Junts. Obtenía el PSOE la adhesión de los propios y de los extraños en defensa del pensionista y del damnificado levantino, pero la euforia del recuento no alcanzaba a encubrir la hemorragia interna del Consejo de Ministros ni la profunda degradación de la legislatura.
La única razón que mantiene en vida al Gobierno y a la coalición radica en el hálito mortuorio que trasladan las encuestas. Todas ellas anuncian el recambio en la Moncloa y enfatizan la práctica extinción política de Sumar, tanto por los goles en propia meta -el caso Errejón- como porque ha prosperado el objetivo socialista de vampirizar el partido de Yolanda Díaz.
Necesita la vicepresidencia reanimarse. Y le ha parecido oportuno hacerlo a partir de sus discrepancias con María Jesús Montero, llegándole a reprochar un comportamiento inmisericorde con las rentas más débiles. Podrían haberse resuelto las diferencias en el Consejo de Ministros, pero ya explicó Yolanda Díaz en presencia de Pilar Alegría -y de los periodistas- que la lugarteniente de Sánchez ninguneaba a Sumar imponiendo el abuso tributario del salario mínimo. Solo falta que la lideresa humillada recurra al PP y a Vox para remediar el desplante de sus compañeros y oficial el akelarre. No ya porque coinciden en preservar del IRPF a las economías débiles, sino porque les mancomuna la aversión a Pedro Sánchez en la enésima crisis interna que trastabilla la temporada de 2025.
El brote de insumisión de Sumar trasciende el debate del salario mínimo. Y responde a las obligaciones de remarcar un discurso propio como remedio de urgencia a la precariedad política y demoscópica. Estaba claro que el PSOE pretendía jibarizar a Yolanda Díaz como ya hizo antaño con Pablo Iglesias, pero el régimen de inanición ha llegado demasiado lejos: la decadencia electoral de Sumar -el hundimiento- restringe los apoyos de los socialistas, malogra a largo plazo las opciones de la coalición, más todavía cuando es el PP el principal destino de la fuga electoral socialista.
Sánchez fingía este miércoles distanciarse del caos, no ya recreándose en el cuerpo a cuerpo con Feijóo, sino presumiendo de una salud política -“España funciona, España avanza”- que desmienten el chantaje de Puigdemont, la parálisis legislativa, la inestabilidad de la coalición, la brecha sanguinolenta del Ejecutivo y los problemas judiciales. Ha adquirido una dimensión inaceptable la resistencia del fiscal general en su cargo, aunque el método de borrar las pruebas con salfumán ilustra y caracteriza el procedimiento de amnesia y de catarsis con que opera el sanchismo.
Lástima que Núñez Feijoo no fuera capaz de desenmascarar este miércoles a Sánchez en el retrato de Dorian Gray. Se consume el timonel de Moncloa, se corrompe el presidente del Gobierno bajo un espléndido maquillaje, pero el líder de la oposición planteó el primer duelo del año en una amalgama provista de más ansia de titulares -“es usted el títere del separatismo”- que de argumentos convincentes. Difícilmente puede inculcarse el respeto a la Justicia y a los tribunales cuando el PP se empecina en dictar condenas preventivas igual que Félix Bolaños disemina las absoluciones.
El PP reacciona con torpeza y oportunismo a los vaivenes del sanchismo. De hecho, el apoyo al escudo social no se ha producido desde la convicción, sino desde el miedo a la represalia del voto pensionista. Puede decirse lo mismo del cinismo con que Feijóo ha planteado el debate del salario mínimo. No era partidario de incrementarlo, pero se ha adherido de inmediato a la campaña contra la tributación para convertir a Yolanda Díaz en una aliada circunstancial que socava la credibilidad de Sánchez.
El riesgo de la implosión está más cerca de la fantasía que de la realidad, precisamente porque a la coalición sanchista y sus depredadores les une la aversión a la alternativa, el pavor a un cambio de guardia. Otra cuestión es que la proliferación de vías de agua -políticas, judiciales, sociales- repercuta en un fallo multiorgánico cuya gravedad no pueda esconderla ni la melodía más amable de Tezanos.
El Gobierno agoniza en estado de implosión, aunque la paradoja del panorama político consiste en que el sanchismo se marchita por dentro mientras Puigdemont lo reanima por fuera en un siniestro régimen de tortura.