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Rubén Amón

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Trump aplasta Europa con las botas de Putin

La guerra comercial predispone un planteamiento aterrador respecto a la manera en la que Washington reanima el expansionismo del zar, homologando la violación de Ucrania

Foto: Matrioskas en Moscú con los grabados de Trump y Putin. (EFE/Maxim Shipenkov)
Matrioskas en Moscú con los grabados de Trump y Putin. (EFE/Maxim Shipenkov)
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El tercer aniversario de la guerra de Ucrania se ha sobrepuesto con el desenlace, aunque el armisticio que han pactado Trump y Putin tanto denigra el papel de Volodímir Zelenski como sobreentiende que el expansionismo de Moscú amenaza la integridad territorial europea. Ha abjurado Trump de las estructuras multilaterales —la OMS, el protocolo de París, la UNESCO…— y ha desmantelado con idéntica ferocidad la idiosincrasia de la OTAN. El pacto atlántico respondía al propósito de contener la ferocidad del comunismo soviético. Y por esa razón se deduce que su descomposición convierta a Putin en el depredador de la UE.

Es la paradoja de la geopolítica trumpista: la guerra comercial emprendida contra la Unión Europea no solo refuerza el poder militar y económico de Rusia, sino que además homologa la estrategia insaciable con la que el zar reconfigura sus fronteras hacia el oeste y hacia el Báltico. A Donald Trump y sus costaleros les parece muy bien que pueda cuestionarse la integridad territorial de un país soberano. Y le parece aún mejor que la incertidumbre de la UE en su política de defensa contribuya a la debilitación de sus posiciones en la guerra comercial.

Y no es solo que Trump haya convertido a la vieja Europa en un enemigo letal a expensas de la historia compartida. Ha decidido espantarla recurriendo a un acuerdo abyecto con Putin que reconstruye la extinta lógica de las potencias. Nada impide al presidente ruso expandir las fronteras de su imperio una vez admitida la violación de Ucrania. Washington y Moscú se han aliado para desmantelar la idiosincrasia comunitaria, más todavía cuando el calendario electoral que se avecina —Alemania, en cabeza— predispone la pujanza taimada de las fuerzas euroescépticas.

Téngase en cuenta además que la red satelital de Elon Musk garantizaba la seguridad de Ucrania. Y que la implicación integral de Estados Unidos a favor de Zelenski en la era de Biden había consolidado un mismo estado de conciencia respecto al peligro del expansionismo moscovita. Trump se ha propuesto no ya profanar el relato de los valores occidentales que comparten Europa y EEUU, sino reanimar el peso geopolítico de Putin cuando se le había cronificado la guerra de Ucrania y cuando se había debilitado el frente común de Siria, Irán, Venezuela y Corea del Norte.

Foto: La ridícula justificación de la nueva guerra comercial de Trump. (EC Diseño) Opinión

Escandaliza y aterra a la vez que el anfitrión de la Casa Blanca se convierta en el socio de un presidente visionario e imperialista que ha exterminado cualquier atisbo de democracia y que ya había canonizado el eslogan providencialista antes del propio Trump: "Make Russia great again". Se le puede —se le debe— reprochar a Europa su escasa capacidad de reacción, su incredulidad, pero también exigírsele ahora un proyecto alternativo para mediar en la crisis ucraniana, significarse económicamente en otros mercados y otros horizontes y proveerse de un sistema defensivo que supere la estructura misma de la OTAN.

Lo reclamaba Zelenski este fin de semana entre la desesperación y la urgencia. O lo hacía con la moral deprimida de un náufrago. Conspiran contra la misión los socios continentales de Putin y de Trump. Que se parecen mucho entre sí. Y que ponen al mismo tiempo en evidencia la mojigatería de los gobiernos que confunden la defensa con el militarismo o el belicismo. España es el ejemplo más representativo. Y no solo porque hemos apoyado a Zelenski mucho más con las palabras que con los hechos, sino porque la ministra de Defensa ha prorrumpido estos días con un discurso de bochornosa ingenuidad. Sostiene Margarita Robles que incrementar el gasto no significa dedicar el dinero a las armas ni a la guerra, sino a las misiones de paz. Pretende así domesticar el pacifismo de sus socios de coalición, aunque todo hace pensar que los socialistas van a tener recurrir a los populares de Núñez Feijóo para tomarse en serio la pinza siniestra que han consumado Putin y Trump en nombre del viejo orden.

La altisonancia del presidente americano le concede un protagonismo mediático que supera la verdadera autoridad e influencia de EEUU —el centro del mundo es el sudeste asiático—, pero que desenmascaran sus delirios conceptuales. Trump habla a su antojo de limpieza étnica, consiente que un país comprometa la integridad del vecino y plantea que los gazatíes y los ucranianos sean del todo ajenos al destino de su patria.

El tercer aniversario de la guerra de Ucrania se ha sobrepuesto con el desenlace, aunque el armisticio que han pactado Trump y Putin tanto denigra el papel de Volodímir Zelenski como sobreentiende que el expansionismo de Moscú amenaza la integridad territorial europea. Ha abjurado Trump de las estructuras multilaterales —la OMS, el protocolo de París, la UNESCO…— y ha desmantelado con idéntica ferocidad la idiosincrasia de la OTAN. El pacto atlántico respondía al propósito de contener la ferocidad del comunismo soviético. Y por esa razón se deduce que su descomposición convierta a Putin en el depredador de la UE.

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