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Sánchez recicla su basura mejor que nadie
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Rubén Amón

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Sánchez recicla su basura mejor que nadie

Se amontonan los escándalos más que nunca, se certifica el colapso y el aislamiento nacional e internacional, pero el patrón de Moncloa finge un estado de salud avalado por el milagro de siete años en el poder

Foto: Pedro Sánchez visita una empresa de hidrogeno verde. (EFE)
Pedro Sánchez visita una empresa de hidrogeno verde. (EFE)
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Cada vez resulta más fascinante la distancia psicológica que Sánchez ha establecido con su propia agonía política. Es verdad que las encuestas de Tezanos le abanican sin pudor y enfatizan un insólito escenario de victoria, pero el incendio polifacético al acecho describe una depresión que nuestro presidente disimula con su mejor indumentaria ignífuga.

No parece concernir a la estabilidad de Sánchez la escandalera de su lugarteniente Ábalos; no lo hacen los casos de nepotismo; no le conmueve la fractura de la coalición; tampoco le influye el colapso legislativo ni la extorsión sistemática de Junts; no le afecta el complot de la Fiscalía General, ni le demudan las evidencias de su injerencia en el control de Prisa.

Cualquiera de las razones, por separado, hubiera malogrado la legislatura vigente —e indigente—, pero se diría que todas juntas desdibujan la responsabilidad del patrón monclovense y acorazan su resistencia. Pueden construirse fortunas y hasta imperios con la gestión de la basura. Sánchez la recicla mejor que nadie. Convierte una manzana podrida en una rosa de papel. Aromatiza el hedor con los ungüentos más sofisticados.

Y debe confortarle a Sánchez la negligencia de la oposición y el mérito del itinerario recorrido. Es un milagro de supervivencia y de capacidad adaptativa que el líder socialista haya resistido siete años en el poder, de manera que la misma inercia virtuosa también le consiente mirar con optimismo la meta de 2027, independientemente de las fechorías.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Congreso de los Diputados. (Europa Press/Jesús Hellín) Opinión

Forma parte de ellas la aberración de haberle entregado a Junts las llaves de la política migratoria. Pedro Sánchez disloca la dignidad y la ideología del PSOE socavando los criterios elementales de igualdad y de solidaridad, incluso se adhiere al discurso xenófobo que demoniza a los menas, pero se desenvuelve con naturalidad y donosura en la escombrera.

Un buen ejemplo del caos circundante se localiza en el amotinamiento de su propio Gobierno. Y no porque ningún ministro socialista se atreva a decir que el emperador está desnudo, sino porque los socios de Sumar sabotean el plan de Defensa y exigen la salida de la OTAN. No puede complacer Sánchez en modo alguno semejante extravagancia, pero seduce a Yolanda Díaz con la distracción de la semántica. No digamos que el rearme es un rearme. No digamos que una guerra es una guerra. Y puestos a jugar, tampoco digamos que un Estado de derecho es un Estado de derecho.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters/Gleb Garanich) Opinión
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Sánchez lo vulnera y lo profana con sus injerencias en la Justicia y con el abuso sistemático de las instituciones, pero reviste bastante mérito y cinismo la estrategia de haber anestesiado a buena parte de la opinión pública con la rutina de las transgresiones. Le sirve de cataplasma el pacto de Presupuestos que han alcanzado Vox y el PP en Valencia, aunque resulta embarazoso recurrir al comodín de la ultraderecha cuando es el propio Sánchez quien ha normalizado el discurso xenófobo de Junts.

He ahí el precio de gobernar en apnea. Y la prueba de una legislatura indecente que repercute en la irresponsabilidad de la política exterior. Sánchez podía haber formalizado un pacto de Estado con el PP en la afinidad a los requisitos de Defensa, pero las obligaciones conceptuales con el muro subestiman el imperativo de los compromisos comunitarios.

Prefiere Sánchez adherirse a un ridículo discurso pacifista, trajinar con un lenguaje edulcorado, almibarado, que trata a los españoles como menores de edad y que sufraga la iracundia de la ultraizquierda. En plena conmoción de la crisis ucraniana, la vicepresidenta Díaz —insistimos, la vicepresidenta— sostiene que urge salirnos de la OTAN, no ya poniendo en ridículo la credibilidad de Sánchez en Europa, sino emulando los eslóganes que la progresía adoptó en los tiempos del referéndum. La OTAN se encuentra en un proceso de descomposición porque Trump ha decidido sabotearla. No es la izquierda nostálgica la que pretende cuestionar la Alianza Atlántica en nombre del rancio antiamericanismo, sino que es Washington el que se ha propuesto abandonarla y liberar de las cadenas al monstruo de Putin.

Foto: Pedro Sánchez en el Congreso Regional del PSOE de Madrid. (Europa Press) Opinión

Es el contexto en que Sánchez ha introducido la variante china. La ambición de marcarse un discurso propio o alternativo identifica un distanciamiento respecto al consenso comunitario que redunda en su aislamiento. Hacia fuera, porque Sánchez solo ha encontrado eco de su discurso “flower power” en el verbo de Meloni. Y hacia dentro, porque la extorsión de Puigdemont neutraliza cualquier expectativa de estabilidad.

Confluyen en el sanchismo todos los síntomas de un fallo multiorgánico, pero el anfitrión de la Moncloa ha aprendido a sobrevivir con el instinto de un náufrago que en lugar de temer a los tiburones se atreve a pescarlos.

Por eso tiene sentido acodarse de Maquiavelo. Y al pasaje de El príncipe donde nos recuerda que el poder no pertenece a los justos, sino a los que saben conservarlo… aunque sea reciclando basura

Cada vez resulta más fascinante la distancia psicológica que Sánchez ha establecido con su propia agonía política. Es verdad que las encuestas de Tezanos le abanican sin pudor y enfatizan un insólito escenario de victoria, pero el incendio polifacético al acecho describe una depresión que nuestro presidente disimula con su mejor indumentaria ignífuga.

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