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El martirio de Marine Le Pen amenaza a Francia y Europa
La lideresa ultra se arroga todos los clichés de la casta para declararse perseguida e instrumentaliza un victimismo que beneficia su causa y la de su delfín, Jordan Bardella, al tiempo que delata la complicidad con Putin y Musk
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Si fuera cierto que el “sistema francés” ha organizado un complot para derrocar a Marine Le Pen, no serían tan elocuentes los efectos contrarios al objetivo. Porque el presunto complot judicial beneficia a la reina de bastos. Porque la diva ya instrumentaliza el martirio. Y porque la inercia virtuosa de su linaje desemboca en un delfín adecuado a la sucesión. Jordan Bardella representa, en efecto, una opción providencial para las opciones de la ultraderecha francesa en caso de consumarse la inhabilitación de la matriarca. Y hasta puede que resulte mejor candidato que ella en términos electorales, tanto por la novedad efebocrática como porque su prestigio en el espectro juvenil se añade al problema que reviste el apellido Le Pen entre los votantes maduros. Sería Bardella la marioneta de Marine. Y funcionaría como factor regenerador y generacional de una nueva época.
Es el horizonte dramático que amenaza a Francia y que intimida a Europa, más todavía cuando el relevo en el Elíseo neutralizaría el esfuerzo con que Emmanuel Macron trata de reanimar la idiosincrasia del proyecto continental. Ha recuperado prestigio y popularidad el jefe del Estado. Y ha aprovechado la sintonía con Starmer para avanzar en el proyecto de Defensa, pero el eventual relevo de Le Pen o de Bardella implican un sabotaje a la línea medular de la reacción comunitaria.
Lo demuestra la coral de voces solidarias que han respaldado a la presidenta de la Agrupación Nacional. Putin y Elon Musk, Orbán y Abascal, han sincronizado los movimientos y los discursos para denunciar la insurrección de la Justicia contra la fama ascendente de Le Pen.
Ella misma hablaba este martes de una explosión nuclear urdida por los jueces de izquierdas. Elude así el delito de la malversación y socava la credibilidad de los tribunales, inoculando de manera feroz e irresponsable la desconfianza en el sistema. Que el zar de Moscú y Donald Trump hayan acudido a socorrerla sobrentiende hasta dónde pueden germinar las semillas de la antipolítica y del antisistema en el corazón de Europa.
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Fue Marine Le Pen quien hizo suyo el discurso de la regeneración. Y quien propuso hace una década la inelegibilidad vitalicia de cualquier político que se corrompiera con la financiación y la malversación. Son las razones específicas de su condena —se hubiera o no lucrado a título personal—, pero resulta que la lideresa ultra se ha arrogado todos los privilegios y clichés de la casta para declararse perseguida, igual que hizo Nicolas Sarkozy cuando le colocaron la ignominia del brazalete electrónico.
La reacción —el contrataque— del lepenismo también responde a las esencias del manual de resistencia. No ya por la movilización mediática y por la ebullición de la logorrea en las redes sociales, sino por el llamamiento a la calle y al pueblo. Empiezan este fin de semana las movilizaciones en su defensa. Y espera Marine Le Pen que la grey proteja su linaje aristocrático, sabiendo, como sabe, hasta donde alcanza el magma incendiario de la sociedad francesa más radical y extremista. De hecho, la condena de inhabilitación también ha irritado a la ultraizquierda francesa, cuya siniestra afinidad al lepenismo —euroescepticismo, estado social, populismo, autoritarismo—explica por qué ha crecido tanto la estrella de Marine.
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Es una irresponsabilidad encubrir en fórmulas plebiscitarias el propio calvario judicial. Y es peor aún degradar el prestigio de la Justicia y abrasar la dignidad del sistema como tránsito de acceso a la cima del Elíseo. Compete a la negligencia de Macron la fuerza que ha adquirido la ultraderecha en los últimos años, pero los partidarios de Le Pen deberían recelar del populismo victimista que encarna su nueva Juana de Arco, más todavía cuando son Putin y Trump quienes la izan a hombros en el itinerario hacia la gloria y cuando resulta paródico exhumar el superestado.
Se antoja una desgracia para la crisis europea que se abriera en Francia una brecha de semejante incertidumbre. Y es posible que la repercusión de los aranceles de EEUU en el campo desanime la euforia lepenista de los agricultores y ganaderos, pero la victoria de Bardella o de su madrina en las presidenciales de 2027 caracterizaría una regresión de efectos irreversibles.
Si fuera cierto que el “sistema francés” ha organizado un complot para derrocar a Marine Le Pen, no serían tan elocuentes los efectos contrarios al objetivo. Porque el presunto complot judicial beneficia a la reina de bastos. Porque la diva ya instrumentaliza el martirio. Y porque la inercia virtuosa de su linaje desemboca en un delfín adecuado a la sucesión. Jordan Bardella representa, en efecto, una opción providencial para las opciones de la ultraderecha francesa en caso de consumarse la inhabilitación de la matriarca. Y hasta puede que resulte mejor candidato que ella en términos electorales, tanto por la novedad efebocrática como porque su prestigio en el espectro juvenil se añade al problema que reviste el apellido Le Pen entre los votantes maduros. Sería Bardella la marioneta de Marine. Y funcionaría como factor regenerador y generacional de una nueva época.