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No es no
Por
Si Trump nos ha unido… no nos separemos
La política lunática del magnate perjudica más que a nadie a EEUU, pero la variante de reconocer a UE como una potencia homogénea nos obliga a una respuesta armónica y solidaria
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No se le podrá discutir al lunático de Donald Trump la coherencia de haber cumplido con sus propósitos y sus amenazas. Parecían tan inverosímiles y contraproducentes que los analistas y los “mercados” preferían interpretarlos como una bravuconada, un farol de testosterona. El shock bursátil y el caos geoeconómico resultante delimitan el fin de la ingenuidad, aunque la lectura posibilista y entusiasta de la masacre arancelaria ha precipitado el artefacto de la gran oportunidad. Zapatero la reivindica más que nadie relamiéndose con los negocios en China.
No es sencillo sopesar el alcance de la sacudida ni la amenaza atmosférica de la recesión, entre otras razones, porque la mayor perversión de la estrategia trumpista consiste en los términos con que puede dañar a la economía estadounidense. Se han atrevido a decírselo algunos medios afines y otros republicanos disonantes, no ya remarcando el escenario inmediato del aumento de precios, sino delineando un marco depresivo de inflación, bajo consumo, alto desempleo y contracción económica.
Se diría que Trump ha logrado el objetivo de remover las entrañas y los humores del planeta a cambio de un sabotaje en propia meta. El aislacionismo y el proteccionismo diseñados en la ebriedad del poder ya afectan sobremanera al comercio mundial, pero también malogran la expectativa desarrollista de Estados Unidos. El dólar empieza a devaluarse. Y los mensajes pedagógicos de Washington requieren un ejercicio de paciencia y de comprensión, cuando no de heroísmo. Hay que purgarse y sufrir para salir más fuertes del trauma auto-inducido.
Donald Trump exige a sus ciudadanos una suerte de esfuerzo patriótico. Van a vivir peor. Va a costarles mucho más caro comprarse un coche. Y se van a encontrar con dificultades de abastecimiento, pero el presidente mesiánico les recompensa con las abstracciones del orgullo y la dignidad. La retórica no paga las facturas ni sufraga los créditos, por mucho que Trump se vanaglorie de haber devuelto a EEUU el liderazgo del planeta. La esencia de su mensaje político y de su aldabonazo al comercio mundial no consiste en el savoir faire (saber hacer), sino en el faire savoir (hacer saber).
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Se diría que Trump está dispuesto a sacrificar la prosperidad de EEUU a cambio de trastornar la economía de mercado, herir a China, condescender con Rusia. Perjudicarse a cambio de perjudicar. Tan grande es la anomalía estratégica —la incredulidad— que cuesta especial trabajo significar una reacción alternativa, un contraataque inteligente y resolutivo. Es el contexto de angustia que sorprende a Europa en el trauma de la traición, pero se debe agradecer a Trump haber reconocido y unificado un contrapeso geopolítico y geoeconómico homogéneo, estructural.
Se explica así que la generalización de los aranceles no haya diferenciado los países más hostiles a EEUU de los más leales. Trump castiga igual a Sánchez que a Meloni, pero resulta que esa misma identificación aloja la clave de una respuesta conjunta y consensuada. No tendría sentido que nuestro enemigo nos observara como una potencia reconocible y que la UE desmintiera la percepción con iniciativas unilaterales. Macron ha lanzado el mensaje de suspender las inversiones en EEUU, Meloni rechaza la idea de responder a Trump por medio de contra-aranceles. Y Sánchez ha planificado una campaña folclórica de autoconsumo que suscribe un mensaje proteccionista.
No es la manera de reaccionar a la amenaza común por mucho que existan intereses contrapuestos y sensibilidades políticas diferentes. Una de las virtudes del trumpismo radica en haber desenmascarado y desfigurado a sus aliados de ultraderecha —Vox en el caso de España—, pero además ha reanimado el proyecto de defensa y ha predispuesto una expectativa de solidaridad económica —y social— que persevera en el camino irrevocable de la cesión de soberanía. Y no es cuestión de ponerse eufóricos ni optimistas en el alféizar de la “ventana de oportunidad”, sino de reclamarnos una posición de extrema sensibilidad respecto a la paradoja dominante: si Trump nos ha unido, no nos separemos nosotros. Y busquemos horizontes en el mercado libre —de Mercosur a Japón, Canadá o Corea— que no impliquen abjurar de nuestros valores ni de nuestros modelos de sociedad.
No se le podrá discutir al lunático de Donald Trump la coherencia de haber cumplido con sus propósitos y sus amenazas. Parecían tan inverosímiles y contraproducentes que los analistas y los “mercados” preferían interpretarlos como una bravuconada, un farol de testosterona. El shock bursátil y el caos geoeconómico resultante delimitan el fin de la ingenuidad, aunque la lectura posibilista y entusiasta de la masacre arancelaria ha precipitado el artefacto de la gran oportunidad. Zapatero la reivindica más que nadie relamiéndose con los negocios en China.