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No es no
Por
Admitamos que no sabemos nada del cónclave… ni del Vaticano
Enternece el esfuerzo con que utilizamos clichés y estereotipos para comprender un lugar y un proceso electoral que se rige con criterios medievales y teocráticos bajo la inspiración del Espíritu Santo
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Empiezan a resultar embarazosos los criterios adaptativos con que los analistas y los vaticanistas someten el desenlace del cónclave a los clichés de la política y a las convenciones de los procesos electorales.
Por esa misma razón ha venido a establecerse que la Capilla Sixtina aloja no ya un combate entre conservadores y reformistas, sino que el porvenir del nuevo jefe del Estado podría decirse con el voto de los indecisos.
Parece que estamos hablando de las elecciones autonómicas de Murcia. O de las generales de Chile. Y es verdad que los purpurados llamados a las urnas connota la sensibilidad política de cualquier humano, pero las circunstancias atípicas de un cónclave trascienden toda analogía con unos comicios al uso. ¿En qué elecciones convencionales 133 personas que apenas se conocen entre sí eligen a su rey, lo hacen en situación de encierro, se reúnen bajo la escena del Juicio Final, aguardan la iluminación del Espíritu Santo y proclaman el resultado valiéndose de una chimenea que exhala una humareda blanca? ¿Cuántos de los comicios que estamos habituados a comentar conciernen a un cuerpo electoral masculino y anciano? ¿En cuántas elecciones se requisan los móviles a los votantes, se les aleja de las redes sociales, se les aísla de cualquier contacto o relación con el mundo?
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La complejidad y hermetismo de la "sede vacante" explica y predispone la originalidad del proceso electoral, más todavía cuando los votantes privilegiados que acuden a la Capilla Sixtina se representan a sí mismos y acceden al "colegio electoral" por primera vez en el 90% de los casos.
El porcentaje alude precisamente a los que ha nombrado el Papa difunto, razón por la cual ha venido a convenirse que la impronta y la personalidad de Bergoglio determina la sensibilidad del sucesor y garantiza el continuismo.
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Semejante punto de vista se resiente de la simplificación. Y redunda en el prosaísmo y el voluntarismo con que tratamos de "comprender" unos comicios cuyo desenlace depende de la "injerencia" del Espíritu Santo.
Puede comprenderse al respecto la incredulidad de los analistas laicos o la resistencia de los vaticanistas agnósticos, pero conviene señalar que la extravagancia electoral de la Santa Sede proviene y procede de la única teocracia vigente en territorio europeo. Aquí y ahora se elige al representante de Dios sobre el planeta Tierra. De hecho, Francisco ha decidido enterrarse en Santa María la Mayor porque se lo transmitió en oración la Virgen María. Por añadidura, el Papa porteño ha sido ejemplo de una concepción autocrática y autoritaria del cargo. Nada ha habido de colegiado en sus decisiones. Y ha ejercido a conciencia la concentración de los poderes ejecutivos, legislativos y judiciales, independientemente de sus obligaciones metafísicas con el liderazgo espiritual del rebaño católico.
Los cardenales de edades provectas eligen a un rey absolutista que normalmente ya se habría jubilado. Conviene recordarlo antes de malograr tanto tiempo a las analogías con los procesos democráticos y con los términos que necesitamos los periodistas y el público para comprender cómo y por dónde se desenvuelve el rumbo de una institución bi-milenaria.
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Y es entonces cuando sobreviene la imaginación y el oficio de los cronistas, también ellos -nosotros- constreñidos a dilatar los planteamientos asequibles y a estimular la fantasía. Conservadores contra reformistas. Y los indecisos, en medio. O el bando de los ultraconservadores. O la urdidumbre de las conspiraciones. Lobos al acecho, cardenales taimados. El fantasma del Opus Dei. O la resistencia de los cardenales revolucionarios.
Está muy bien abonado el terreno de la especulación porque el Vaticano permanece como una burbuja hermética e inaccesible. Ni se puede entrar ni nadie habla en su nombre. Por la misma razón nunca hay confirmaciones ni desmentidos. La transición de la "sede vacante" adquiere un efecto multiplicador de los rumores y las inventivas. Proliferan así las quinielas hipervitaminadas. Y se mercadea con los papables sexándolos con etiquetas a veces prosaicas y en ocasiones estrafalarias. El progre, el facha, el africano, el ultra húngaro, el filántropo de Dallas, el punto filipino.
Y el italiano, claro, porque el lobby cardenalicio tricolore es el más nutrido -17 electores- y porque vamos camino de cumplir medio siglo de experiencia pontificia sin que haya accedido un papa local al anillo del pescador.
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Y no hablemos del último. No lo hagamos porque se ha generalizado la conclusión de que monseñor Luciani, Juan Pablo I, fue asesinado. Nos lo cuenta, por si hubiera dudas, la tercera parte del Padrino.
Se amontonan las ocurrencias y las desinformaciones en la inercia del duelo. Y recurren los vaticanistas a la abstracción de las "fuentes vaticanas" para improvisar teorías y versiones sobre las entretelas del cónclave.
Debería valorarse que la Iglesia oficial y oficialista es una institución conservadora. Que son conservadores los miembros del cuerpo electoral. Y que pueden graduarse los matices hacia una mayor o menor sensibilidad aperturista, pero se antoja una frivolidad insistir en los estereotipos de unos comicios imprevisibles, impredecibles e inescrutables, a no ser que admitamos que el nuevo papa será tan conservador como Francisco.
Empiezan a resultar embarazosos los criterios adaptativos con que los analistas y los vaticanistas someten el desenlace del cónclave a los clichés de la política y a las convenciones de los procesos electorales.