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Se busca papa italiano… a cualquier precio
La campaña de la prensa local para condicionar el cónclave es una de las anomalías informativas de un proceso hermético en cuyo desenlace adquieren cuerpo las candidaturas tricolores medio siglo después del último pontífice local
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Los periodistas estamos para contar las noticias, no para crearlas. Ni para fantasear con la realidad cuando carecemos de suficientes recursos de actualidad. Me refiero al apagón informativo que caracteriza la Santa Sede. Y al sesgo especulativo con que los vaticanistas mismos interpretan el principio de Heisenberg: ¿Cuánto y cómo el observador influye en lo observado?
El misterio del proceso electoral predispone la imaginación de los colegas, hasta el extremo de restregar a los lectores una lista ilimitada de papables o de jugar sin pudor a la quiniela pontificia. Hemos llegado a leer en el 'Corriere della Sera' que monseñor Pietro Parolin, vicepontífice en tiempos de Francisco, se presenta en el cónclave con 50 votos garantizados. Y hemos leído en 'La Stampa' que Parolin mismo y el filipino Tagle ya se han repartido el poder. Uno como pontífice. El otro, como secretario de Estado.
Nadie puede rebatir la información porque el silencio del proceso electoral también se refleja en el hermetismo de la Capilla Sixtina. Nadie del "otro lado" reacciona y responde al ajetreo de inventivas e intoxicaciones, aunque la prensa italiana -la que tienen sobre la mesa sus eminencias- ejerce una influencia indiscutible en el estado de ánimo del cuerpo electoral. La Iglesia católica y su pastor se identifican en una dimensión universal. Y la sucesión de pontífices "extranjeros" -un polaco, un alemán, un argentino- ha desplazado el centro de gravedad del liderazgo, pero el Vaticano es un fenómeno extraordinariamente local. Romano, en primer lugar. E italiano en segundo término. De hecho, cualquier aspirante al trono de Pedro, más allá del latín, tiene que manejar el italiano como la lengua de expresión predominante, como si fuera el vehículo de la palabra.
Se entiende mejor así la presión que ejercen los medios tricolores en la reivindicación de las candidaturas patrióticas. Hace 47 años que no se asoma al balcón de San Pedro un papa italiano. Y proliferan como nunca los aspirantes transalpinos. El nombre de Parolin circula tanto como el de monseñor Zuppi -presidente de la Conferencia Episcopal- y como el de Pierbattista Pizzaballa, cuyo rango de patriarca latino de Jerusalén redunda en su providencialismo religioso y geopolítico. Es Italia una potencia cardenalicia, la más numerosa de todas. Concurren a las urnas dieciséis eminencias. Y eran diecisiete hasta que monseñor Becciu, condenado por delitos de corrupción, se avino a renunciar al aula electoral.
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Puede terminar sucediendo que los "favoritos" italianos -tan cualificados como se los presenta- terminen haciéndose la competencia entre sí. Y que el giro del papado hacia América contradiga un regreso al pontificado localista. Pero son italianos los bomberos que colocan la chimenea que anuncia el desenlace del cónclave. Son italianos los policías y los soldados que custodian la seguridad del perímetro vaticano. Son italianos los sastres que visten a sus eminencias. Son italianos los vaticanistas que se ponen la 'maglia azzurra' para recuperar o reconquistar el papado. Y para decantar la información de la que luego se abastecen tantos otros medios internacionales, citando sin pudor la abstracción de las "fuentes vaticanas".
"Santidad haga como si rezara", es lo que proclamó en mi presencia un fotógrafo de 'La Repubblica' a Juan Pablo II en el altar mayor de la basílica de San Francisco de Asís. Oficiaba Karol Wojtyla la restauración del templo después del terremoto que lo había derruido. Y pensó el compañero periodista, gesticulando incluso, que era una buena idea no ya hacer posar al Papa sino invitarlo a fingir el trance de la oración. El escarmiento del episodio consiste en identificar y cuestionar el papel que hemos adquirido los periodistas a fuerza de dilatar nuestras costuras. No ya en la inmanencia del cuarto poder, sino en la influencia que ejercemos sobre las noticias mismas. Muchas veces sucede que, en lugar de contarlas, las condicionamos o las protagonizamos. Los periodistas nos transformamos en la noticia misma. Y los vaticanistas llevan al extremo la anomalía porque desempeñan su oficio en un territorio más especulativo que ninguno. Conviene recordar -urge hacerlo- que el propósito de reconducir el proceso electoral desde fuera -la prensa al acecho- y desde dentro -las corrientes de poder, los "king makers- no solo subestima el factor inmaterial o metafísico del Espíritu Santo, sino el hecho de que los cardenales ejercen el derecho a voto en el más estricto secreto.
Los periodistas estamos para contar las noticias, no para crearlas. Ni para fantasear con la realidad cuando carecemos de suficientes recursos de actualidad. Me refiero al apagón informativo que caracteriza la Santa Sede. Y al sesgo especulativo con que los vaticanistas mismos interpretan el principio de Heisenberg: ¿Cuánto y cómo el observador influye en lo observado?