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Sánchez, el señor Burns y el síndrome de los tres chiflados
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Rubén Amón

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Sánchez, el señor Burns y el síndrome de los tres chiflados

Un premonitorio episodio de los Simpson nos descubre la alegoría del sanchismo: un cuerpo enfermo, pero saturado de patologías que se hacen la competencia entre sí y que lo mantienen en perfecto equilibrio

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, llega a la XXVIII Conferencia de Presidentes. (Europa Press/David Zorrakino)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, llega a la XXVIII Conferencia de Presidentes. (Europa Press/David Zorrakino)
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Nadie ha desafiado con mayor suficiencia las leyes de la biología que Charles Montgomery Burns, el Nosferatu de Springfield cuyo cuerpo, decrépito hasta el patetismo, aloja en su interior el compendio del vademécum. No vive, persiste. No respira, sisea. Y sin embargo, cuando uno esperaría encontrar en sus entrañas la devastación de un físico colonizado por la enfermedad, lo que halla es un sistema tan colapsado que se ha vuelto inexpugnable. ¿Le ocurre lo mismo a Pedro Sánchez? ¿Es nuestro presidente un caso polifacético de patologías en armoniosa competencia?

La amnistía, los pactos con Bildu, el nepotismo, el caso Ábalos, el expediente Leire, la humillación en Suiza de Puigdemont, la extorsión nacionalista, el uso partidista de la Fiscalía General, la vampirización de las instituciones…. Cualquiera de estas "enfermedades" podría haberlo abatido por separado -resulta entrañable ahora acordarse de aquella tesis copiada-, pero todas juntas desdibujan la gravedad, relativizan la virulencia de cada una.

En el capítulo de los Simpson que nos ocupa -temporada undécima-, el Dr. Hibbert, sátiro de la bata blanca, exhibe una radiografía del anciano plutócrata Burns como quien enseña un palimpsesto indescifrable. Y ofrece entonces una de las escenas más lúcidas —y cínicas— de toda la saga simpsoniana: el diagnóstico imposible.
—"Está usted ante el hombre más enfermo del país".

Resulta que en el cuerpo de Burns habitan —conviven, colisionan, se neutralizan— el Alzheimer, la fiebre del heno, la amebiasis, las paperas, la sífilis dormida, y hasta tres cepas distintas del virus del herpes, que han encontrado en su anfitrión una forma de limbo. Ninguna logra prevalecer. Ninguna consigue imponerse, porque todas luchan a codazos por pasar por la misma puerta estrecha de su biología desahuciada. ¿Le ocurre lo mismo a Pedro Sánchez?

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante una sesión de control al Gobierno. (Europa Press/Fernando Sánchez) Opinión

Y es entonces cuando Hibbert revela el diagnóstico:
—"Lo llamamos el síndrome de los Tres Chiflados."

Una teoría médica tan brillante como grotesca: las dolencias quieren entrar, pero lo hacen a la vez, se tropiezan, se atascan. Como Moe, Larry y Curly. La escena retrata a los tres personajes simpsonianos intentando cruzar una puerta, pero ninguno lo consigue porque se bloquean en el umbral. La congestión, el atasco, proporciona una fórmula perversa de equilibrio.
¿Es Burns inmortal? ¿Lo es Pedro Sánchez? No. Pero viven —o se mantienen— gracias a que la suma de sus patologías equivale, irónicamente, a una especie de salud sobrenatural . Una salud residual. Una cordura clínica nacida del caos. Y es entonces cuando Hibbert anuncia la gran paradoja:
"Está perfectamente sano… porque está perfectamente enfermo."

Foto: Pedro Sánchez. (Europa Press) Opinión

Puede que el Dr. Hibbert no haya auscultado nunca a Pedro Sánchez, pero si lo hiciera, encontraría en su anatomía política el mismo prodigio patológico que caracteriza el cuerpo anémico y centenario del Sr. Burns. Si algo explica la supervivencia de Sánchez no es la fortaleza de sus convicciones ni la solidez de su proyecto, sino la imposibilidad de que sus contradicciones consigan aniquilarse entre sí. Una distrae la otra.

Es un milagro termodinámico de la política. Si retirara una sola pieza, si cayera una de las dolencias/alianzas que se amontonan en el umbral del poder, el sistema se derrumbaría. Y lo sabe. Por eso actúa como Burns: no cede, no respira, no parpadea. Solo calcula.

Y mientras tanto, la oposición contempla este fenómeno con la misma incredulidad con la que Homer Simpson observaba la radiografía de Burns. Porque nada tiene sentido. Porque no debería estar vivo… y sin embargo lo está. No porque esté sano, sino porque todas sus enfermedades están tan perfectamente mal colocadas… que no pueden matarlo.

Foto: David Sánchez, en su llegada a los juzgados. (EP/Andrés Rodríguez) Opinión

El descrédito se ha convertido en una forma de inmunidad. El virus no lo mata. Lo fortalece. La hemorragia de credibilidad no lo debilita. Lo hace reconocible. No existe el Pedro Sánchez que no se contradice, porque ese Pedro Sánchez no sería real. De hecho, la proliferación de enfermedades provoca un efecto anestesiante en la opinión pública. No hay manera de seguir el historial de cada una, ni de consolidar un diagnóstico específico.

Los médicos no saben por qué sigue vivo el Sr. Burns. Y los politólogos no comprenden cómo sigue en pie Pedro Sánchez. El primero es un amasijo de enfermedades que se anulan mutuamente. El segundo, una coalición de antagonismos que le sirven de armadura. No es que estén sanos. Es que la enfermedad ha adquirido en ellos la forma de un equilibrio inestable, patológico y, sin embargo, funcional. El síndrome de los Tres Chiflados.

Nadie ha desafiado con mayor suficiencia las leyes de la biología que Charles Montgomery Burns, el Nosferatu de Springfield cuyo cuerpo, decrépito hasta el patetismo, aloja en su interior el compendio del vademécum. No vive, persiste. No respira, sisea. Y sin embargo, cuando uno esperaría encontrar en sus entrañas la devastación de un físico colonizado por la enfermedad, lo que halla es un sistema tan colapsado que se ha vuelto inexpugnable. ¿Le ocurre lo mismo a Pedro Sánchez? ¿Es nuestro presidente un caso polifacético de patologías en armoniosa competencia?

Suiza Fiscalía General del Estado Bildu
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